Desde los albores del proceso de instrucción de mi época, cuando aún se utilizaba ese término porque en efecto, era lo que se hacía en el sistema educativo: instruir; recibíamos un primer mensaje biológico: los seres vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren. Este sencillo principio, que incluso cuenta con su ripio asonante, es inmutable, y lo he podido observar y comprobar en todo el resto de mi ejercicio profesional y académico, vinculado a este ámbito. Todos los seres vivos están concernidos por esta evidencia, que por otra parte implica capacidad de reproducción y adaptación, las dos condiciones imprescindibles para el sostenimiento de cualquier especie o parte racial, cultural o geográfica de la misma. 

Cabe suponer que el avance de cualquiera de ellas y por lo tanto su progreso, razón etimológica y sustancial de su significado, ir hacia delante, requiere el estricto cumplimiento de estos principios en cualquier especie viva, incluyendo por supuesto el ser humano. Cualquier progreso necesita renovación y crecimiento, es decir desarrollo de los nuevos individuos, hasta que alcancen el fin natural de su existencia. Sin estos principios básicos, no hay progreso, ni supervivencia, sino riesgo de extinción.

Resulta inconcebible, y una vez más, reflejo de la incoherencia, la manipulación y la sustitución del relato por la verdad en que vivimos, que precisamente las ideas y medios que van contra todo este imprescindible proceso de avance y de progreso, sean tildadas y exhibidas como progresistas, cuando a lo que realmente conducen es a la involución y la extinción. 

No es progreso generar un estatus legislativo, cultural y de opinión publicada, que dificulte la natalidad y la imprescindible renovación. Una población autóctona requiere la génesis de nuevos individuos a través de la natural reproducción, la repoblación es una sustitución. Todo lo que actualmente se promueve va en contra de este elemental principio: desde las diferentes y sistemáticas prácticas abortivas, que van desde la píldora del día después, al auténtico asesinato de niños prácticamente a término, pasando por la lucha contra la heterosexualidad, fundamento básico para la reproducción. Porque una cosa es la absoluta tolerancia con la diversidad de preferencias sexuales, y otra muy distinta es promocionar y favorecer la homo y la transexualidad, como de hecho se está haciendo, destrozando la infancia y la adolescencia de muchas personas, y dejando en muchos casos secuelas irreversibles, incluyendo amputaciones de órganos. 

Las condiciones socioeconómicas de la juventud tampoco favorecen para nada la formación de familias, otra estructura empecinadamente atacada por esta falsa progresía, con enormes dificultades para alcanzar independencia en todos los órdenes y garantía de futuro, que permitan la llegada de hijos. Es obvio que estas fórmulas involutivas para nada favorecen el primero de los criterios. Si analizamos el crecimiento, en la misma línea, y en sintonía con lo antes expuesto, resulta una auténtica canallada introducir a esa edad adolescente de forma sistemática la duda sobre la identidad sexual, en un momento del desarrollo de la persona en la que comienza la socialización y la salida del nido familiar, con toda la inseguridad que de por sí acarrea. Someter a los niños a esa tensión artificial cuando en la inmensa mayoría de los casos ni se plantean esa duda, ni nada que se parezca, es una actitud perversa. 

 El desarrollo se ve afectado por la disminución de la movilidad, la pérdida de la capacidad de observación del entorno y la naturaleza, la ausencia de comunicación directa, que se está produciendo por la reducción de la vida de nuestros jóvenes a una pantalla de unos cuantos centímetros cuadrados, en la que no desarrollan más que una actitud pasiva, al margen de la realidad física del mundo. Todo esto no es sano, la gente joven en base a sustituir la belleza y diversidad tridimensional de la vida real, está sufriendo más que nunca, mayores patologías psiquiátricas y alteraciones psicológicas, añadiendo múltiples hábitos adictivos, porque una vez adquirida una actitud de esta naturaleza, éstas se generan en cadena. En esta línea se incrementa de forma exponencial el suicidio, lo que parece que importa poco a estos progres en sus diversos modelos, claro que no olvidemos que contribuye al sesudo proyecto de reducción de la población mundial.

Quizás la más peligrosa de estas estrategias es el lamentable sistema educativo que están padeciendo nuestros jóvenes, absolutamente carente de todos los recursos necesarios para el desarrollo intelectual. Las neuronas requieren actividad y entrenamiento para la génesis y sostenimiento del sistema sináptico, base del funcionamiento del sistema nervioso, y hay que comenzar su entrenamiento en los albores de la existencia. Todo lo que favorece el trabajo intelectual, la lógica o la interpretación del lenguaje, ha sido sistemáticamente cercenado, desde la eliminación del estudio cronológico de la historia, la filosofía, el latín, el cálculo numérico, a la ausencia de demostración de las fórmulas matemáticas, físicas y químicas ¿Y qué decir de la memoria? Postergada a su cuasi eliminación y catalogada como un recurso indeseado, cuando es una cualidad imprescindible para el conocimiento, la experiencia y la supervivencia. El objetivo de conseguir individuos incapaces de generar un pensamiento propio, y por lo tanto carentes de capacidad crítica, es la auténtica intención de esta aberración.

Con esta dinámica malévola se está generando un ambiente de inseguridad, zozobra y desconfianza, caldo de cultivo indeseable para el desarrollo y crecimiento de una población fuerte, con capacidad de esfuerzo y resistencia, suficiencia intelectual y capacidad crítica. Es el progreso: individuos blandos, maleables y manipulables, cuando en realidad es involución a un sistema tiránico y decadente del ser humano. Por supuesto, el progreso supone eliminar la promoción y el estímulo del mérito y el esfuerzo, hay que fomentar la mediocridad y el igualitarismo, que posibilita la discrecionalidad y el ejercicio absolutista del poder, otro objetivo de este indecente progreso en el que sólo progresan sus promotores y palmeros diversos, mientras para la general población, decadencia y miseria.

No es progreso el igualitarismo, la naturaleza es diversidad, y sus leyes de funcionamiento así lo establecen y demuestran, partiendo de las infinitas combinaciones genéticas que abren la puerta a idéntica pluralidad de seres vivos en cada una de sus especies. Progreso es respetar la naturaleza, sus leyes de funcionamiento, y su norma suprema que es la ley natural.

Y para concluir, llegamos al último capítulo, el de la muerte, que es otro fenómeno natural que supone el fin de nuestra existencia terrenal. Es un proceso natural, y forzar su llegada, no lo es. Este procedimiento, que supone matar a un individuo bajo una supuesta voluntad propia, llamado eufemísticamente eutanasia, implica mediante la convicción o la inducción, llevar a la muerte a todos aquellos seres humanos que ya no interesen, es decir improductivos y con alto coste social, o bien que en situación de desprotección la muerte represente un beneficio a terceros. El tiempo lo pondrá de manifiesto, aunque ya existen experiencias previas que lo acreditan y algunos sospechosos experimentos recientes. Siempre el objetivo de la ciencia y de las profesiones sanitarias, fue prolongar el máximo tiempo posible la vida dentro de unas condiciones razonables. Cuando ya no se dan esas condiciones existen los cuidados paliativos y la supresión de los diversos soportes vitales.

Ir contra los más elementales principios biológicos y las leyes naturales, no es progreso, sino todo lo contrario, involución y exterminio. Bien estaría que los que así lo entendemos, comenzásemos a rehusar la referencia progresista a todas las ideologías artificiales que las sustentan y sus grupos propagandistas, que no son más que movimientos totalitarios y liberticidas. No perdamos de vista que la manipulación comienza por la semántica, y su éxito por admitirla.

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Licenciado en Medicina y Cirugía y Doctor en Medicina. Especialista en Anatomía Patológica. Jefe de Servicio Hospitalario de Anatomía Patológica hasta 2004 (excedencia voluntaria). Profesor universitario desde 1977 hasta la actualidad. Autor de "España a subasta". Socio del Club de los Viernes.

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