Hacia la pedofilia y la aniquilación de la familia

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Desde que durante la regencia de María Teresa de Austria en el año 1774 se impuso la educación obligatoria a todas las capas sociales, como una forma de imponer la cultura de la ilustración, el régimen pasó a Rusia en 1780 y ahí a toda Europa, llegando a niveles de adoctrinamientos delirantes, como el caso de Alemania, Italia o Rusia durante sus respectivas dictaduras, todas muy similares. El fin de este sistema no es otro que hacer un ciudadano que sirva a los intereses del estado mediante la manipulación soterrada y la creación de una conciencia nacional o colectiva que sea percibida como la mejor para la comunidad, siendo las alternativas hostiles y agresivas para el bien general. De hecho, su intención es la creación del pensamiento único, en el que el ciudadano respetado es aquél que respeta la moral colectiva y el despreciado el que la insulta al no seguirla o resistirse. La educación, en sentido amplio, es la puerta hacia la manipulación de masas más eficaz que exista, dado que se trata de adoctrinar a niños que carecen de capacidad de critica y de autodescubrimiento propio, de modo que, al considerarlos como seres de cerebros vacíos, el estado se cree con el derecho de llenárselos con todas las aberraciones que se consideren legales. En otras palabras, en boca de quienes defienden este sistema, nos niños son del estado y no de sus padres.

¿Por qué esa obsesión con ellos? Son inocentes, curiosos, ingenuos, moldeables y se les guía muy bien con el cariño y los premios sorprendentes, llenos de colorines. Son, y esto es lo más importante, los futuros adultos del futuro. Los adultos que ya no nos tragamos cuentos vamos a morir de un modo u otro, pero el nuevo sistema que desean para la humanidad depende de una población sumisa que lo acepte todo, hasta incluso los cambios más vertiginosos y las más viles incertidumbres, de cara a sus sucios planes. Al mismo tiempo se trata de que la población no siga creciendo. 

En este punto, justo esencial para entender el nuevo adoctrinamiento, emplearemos como fuente el Memorándum Estudio de Seguridad Nacional 200, elaborado por Henry Kissinger en 1974, desclasificado en 1989 y con previsiones de aplicación hasta el año 2075. Este informe trata de superar el estado de naturaleza previo que regula la evolución de las sociedades animales a través del salvajismo, evitando las consecuencias por el exceso de población mediante el control de natalidad. Los estados y gobiernos, de este modo, se verían seriamente preocupados por este hecho y toman todas las medidas preventivas para evitar el desempleo, la pobreza, las hambrunas, las enfermedades o los conflictos. Aclaremos que estos contenidos forman parte de la nueva cultura woke que se desea imponer desde el ministerio de educación. El fin, como no podría ser de otro modo, no es otro que reducir la fertilidad de la mujer.

Para ello emplean varias armas. La primera es el feminismo. Dado que la mujer es quién trae hijos al mundo, este movimiento pretende desestabilizar la sociedad y crear familias con menos hijos, los cuales estarán menos preparados que sus padres en todos los sentidos. Adrienn Rich en “Compulsory heterosexuality and lesbian evidence” señala que “una estrategia apropiada y viable del derecho al aborto es la de informar a toda mujer que la penetración heterosexual es una violación, sea cual fuere su existencia subjetiva contraria”, es decir, que el fin no es otro que desincentivar a la mujer para que se relacione con el sexo opuesto, tenga hijos, forme una familia y eduque a éstos como siempre ha hecho, cumpliendo un rol esencial en la transmisión de valores culturales y morales, tan beneficiosos para todos, incluyendo al estado.  Toda esta ideología se ve reflejada en la siguiente obra de Engels, “Origen de la familia, de la propiedad y el estado” de 1884: “El primer antagonismo de clases de la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre hombre y mujer unidos en un matrimonio monógamo, y la primera opresión de una clase sobre otra, con la del sexo femenino por el masculino”. Llama mucho la atención del origen marxista de la ideología de género, que empezó a expandirse en los EEUU en la década de los sesenta del siglo pasado, la cual considera que la dicotomía hombre versus mujer es una construcción cultural fruto del patriarcado tradicional, hasta el extremo de negar cualquier evidencia genética que separe ambos sexos. Por lo tanto, tanto el matrimonio como la familia lo que buscan es dominar a la mujer. 

La identidad de género rompe con el sexo binario y establece el concepto de género, al margen de lo físico y que, de este modo, pasa a ser no binario. Ambas ideologías anteriores van de la mano dado que se introducen en la sociedad a través de nuevos derechos y libertades como el aborto, los anticonceptivos o las medidas de esterilización, que puede ser indirectas cuando se realizan las prácticas de hormonación en adolescentes o se mutilan los órganos de los menores de edad, con el fin de que cambien de género fisiológico porque éste no coincide con su cuerpo o eso le han hecho creer en los centros educativos. The Objective, señala que las personas trans se han incrementado en un 7.600 % en una década. Según el Informe de feministas de Cataluña, el Servei Transit declara que en el 2012 atendió a 19 personas y en el 2021 a 1454. En el caso de los varones menores edad, son el 59.7 % y van de los 0 a 9 años. En la adolescencia el 68.24% son niñas. Es obvio que los centros educativos tienen mucho que ver en estos escalofriantes datos que dejan indiferentes a los partidos de izquierda y a otros representantes del PP y de grupos independentistas como ERC o EH Bildu. 

Los efectos de estas medidas, que se imponen en los colegios y que dan lugar a normas tan absurdas como la Ley trans o los nuevos delitos de homofobia o transfobia, que ponen de manifiesto la intolerancia de la doctrina de género y la incapacidad de diálogo con quienes nos oponemos a esta salvajada, se convierten en los que progres llaman derechos, los cuales sirven de justificación para poner el grito en el cielo cada vez que dicen que Vox niega la violencia machista o se oponen al aborto o intentan variarle una coma. Estas ideas, frutos del fanatismo, se instauran en los ordenamientos jurídicos en el nuevo marco democrático, a modo de que la sociedad entre en tan disparatados argumentos, porque otro modo de hacerlo sería mediante la imposición, de acuerdo con lo establecido en el Informe Kissinger. De esta forma, los ciudadanos se lo toman como una nueva libertad que los libra del control, de la falta de decisión personal sobre sus cuerpos, abriendo la veda hacia terrenos en los que el estado entra a regular de manera desproporcionada, acabando por controlar la identidad personal del sujeto en sus esferas más íntimas. Dado que los derechos individuales se emplean como armas para reducir la población y hacer que las nuevas generaciones sean menos fértiles y menos dispuestas a desarrollar una vida en familia, como hicieron nuestros padres, el objetivo es que nazcan menos hijos.

Este plan sibilino, orquestado desde hace 49 años por quien aún sigue vivo y representa a los satánicos intereses de los Rothschild y sus semejantes, no tiene en cuenta ni el tráfico sexual de niños, el negocio de órganos cuando no sirven y otros sacrificios que se realizan delante de nuestras narices.  La película “Gritos de libertad” de Eduardo Berástegui pone de manifiesto este drama que aún sigue existiendo. Lo que está claro es que para la agenda 2030 los niños no significan nada, a menos que vengan menos y los que estén ahora queden estigmatizados e inhabilitados para pensar por sí mismos, así como incapaces de tener hijos, una forma suave de hacer que no seamos más disidentes de los que somos ya.

En un mundo en el que la infancia corre un serio peligro, en el que los padres han de tener el valor para protegerlos por encima de todas las limitaciones que el estado les quiera imponer, se hace urgente una conciencia; los progenitores han de ser un ejército de desobediencia de todas aquellas normas que van contra su ingenuidad e inocencia, impidiendo que las hordas de los funcionarios de educación y de igualdad suelten sus disparates en las aulas y, en vez de enseñarles a masturbarse y a besarse entre ellos, les enseñen a ser seres humanos: a desarrollar la empatía, la generosidad, la ayuda mutua, a conocerse a sí mismos, a manejar correctamente sus emociones, a ser sujetos activos de la sociedad en vez de meros repetidos de adoctrinamientos aviesos y malvados, a comprender la necesidad de vivir en un mundo con moralidad, principios, responsabilidad y derechos, a desarrollar su conciencia espiritual y, sobre todo, a no dejarse engañar para ser víctimas sexuales de los adultos, siendo respetados en sus cuerpos y sus procesos de crecimiento y maduración, evitando la pedofilia, la misma que todas estas banderas LGTBIQ+ desean que sea un fenómeno tan admitido como la homosexualidad o el lesbianismo, así como el derecho al aborto de manera natural. En otras palabras, a crecer en el marco de la madurez intelectual y emocional como sujetos que no se dejen ni engañar ni atropellar por bárbaros dictadores del tres al cuarto, como quienes desean imponerles la diabólica agenda 2030.

Una sociedad incapaz de tener esto en cuenta, que no los protege, que somete a los padres a dictados tan absurdos como los de los Servicios Sociales, al dictado de todas estas ideologías y que permite que avancen los planes de la ONU, la UNICEF, la OMS y otras tantas organizaciones no gubernamentales que tratan de convencer de las bondades de tan excelentes y chulísimas nuevas ideas, no merece no sólo respeto, sino desprecio al conducir a la especie humana a su exterminio y a una decadencia espiritual tan impactante que conducirá al alma humana hacia el foso del infierno más insoportable. En este caso, ya no nos merecemos el apelativo de humanos. El mero hecho de permitir que millones de niños sean robados y utilizados como carne fresca por las redes pedófilas y no hacer absolutamente, que tengamos partidos políticos tan despreciables que ni tocan estos temas y que, para más inri, los defiendan como su bandera, da una idea del mundo al que vamos.

Los niños son los más bello e inocente de la humanidad y, si no los protegemos, somos peores que las bestias más agresivas del jurásico.

El filósofo Ludwig Wittgenstein nos dice: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. No nos dejemos llevar por el fanatismo fascista de todas estas nuevas ideologías y rompamos la mesa en un grito de libertad que los deje sordos de por vida.