Para gustos, los colores. Prácticamente las frases hechas nunca me han gustado, nunca las he saboreado. Aquí en esta tierra de María Santísima, frases atribuidas a mi Andalucía, no me cabe duda que lo es, en el acaecer de los tiempos, lo estamos viendo en toda la España, de norte a sur y del este a oeste. Por cierto, la escuela era el lugar de enseñanza donde uno tiene recuerdos mayores que, no los tiene en otras enseñanzas. Yo en particular, con más premura, puesto que, las recuerdo como si fuesen de ayer mismo.
Para gustos, los colores. Esta frase me resbala cuando la oigo. Es más, yo siempre digo que, para gustos, los higos. Como he dicho antes, en mi escuela había un árbol, llamado higuera, donde rebozaba unos higos blancos, de los llamados reanies. De esos que le sale desde adentro un líquido acuoso de arriba, bajando hasta chorrear y si lo tienes agarrado con las manos, ya sabes, te las chupas y verás cosa buena con un sabor dulce, delicioso.
Es mi deber anteponer y puesto a escribir sobre este mangar de dioses. Plinio de Roma, dijo que: eran reconstituyentes, aumenta la fortaleza de los jóvenes, preservan los ancianos en mejores condiciones de salud, al parecer más jóvenes y con menos arrugas. Cosa que creo y mirándome en el espejo, me congratulo en ello.
Anteriormente he dicho que en mi escuela había un frondoso árbol, donde los higos blancos, sobresalían de sus espesas hojas, prácticamente a mi lo que más me gustan son los blancos, su colorido como he dicho antes, me gusta cuando lo cojo con mis manos, lo mastico en la boca y si están cogidos por la mañana temprano, suelen estar más frescos, ya que esta fruta es de verano. Así que, para gustos, sus sabores. De antemano pretendo esbozar el porque me gustan los higos y puesto que ahora es el tiempo, deseo darle a este mangar de dioses su categoría.
Empecé muy jovencito a comer higos. En mi casa vivía un hortelano que tenía una huerta en López García, en un lugar cerca por donde desfilaba sus aguas el rio Guadalquivir a su paso por Córdoba, mi tierra. Por las tardes, todos los vecinos lo esperábamos después del trabajo forzado y trabajoso que es la huerta. Particularmente mis higos los traía separados de las otras frutas. Además, decía, estos son para Pepín. Cogía aquella cajita y me iba debajo de la cama de una de mis primas, un lugar muy fresco puesto que estaba junto al pozo de agua que había en mi casa. Dos de mis primas me acompañaban siempre. Allí tendidos porque los bajos de la cama no teníamos sitio alguno. Saboreábamos el higo uno a uno. Mi prima la mayor que tenía unos 13 años y sabía de mi gusto por esta fruta los más grandes me los daba, me decía, Pepín, te vas a atragantar. Despacio que hay muchos.
Cierto día estando en Moriles de trabajo me encontré a mi compañero y amigo Angelito Torreras, conforme me vio, me dijo: Pepe, ven conmigo que voy a comprar un barrilito de vino. El de la bodega nos dijo estas palabras, el otro día estuve en un coloquio sobre el vino y mira por donde lo voy a poner en práctica con vosotros. Pasamos por la bodega y al final de esta había un pequeño jardín, donde sobresalía una higuera de grandes dimensiones. En esos momentos tuve un abriero de boca al ver sus hermosos higos donde sobresalían sus alineados líquidos, derramándose por sus contornos. Al ver aquel bodeguero mi alzada mano para coger un higo que le estaba echando el ojo, me dijo: espera.
Tardó unos minutos, traía unos medios de vino en la mano. Nos entregó un medio de vino a cada uno. Ahora mira el higo más gordo y que esté un poco abierto, son los mejores. A mí me iba a hablar de higos. Manolo, se llamaba aquel vendedor de vinos, empieza a comerte el higo e inmediatamente le hechas una chupada buena al vino y empieza a masticar el higo. No digo que aquello era un mangar de dioses, en mi cuerpo me entró un placer y un gusto de un agrado sobrenatural que jamás tuve en mis comidas de higos debajo de la cama de mis primas.
Llevo desde que empezaron el tiempo de los higos, aunque hay que decir que siempre es tiempo de higos, ya que existen los hijos secos que según estén blanditos se pueden comer también. Hace ahora, mas o menos un mes, que estamos en la cogida de los higos, llevo más de 10 kilos comidos. Lo mismo que hay profesionales degustadores de vinos, de aceites, de quesos, yo me considero catador de higos. Y, si es por la mañana y estas debajo de la higuera espesa y metes la mano entre la frondosidad de su follaje, alarga la mano y coges el mejor higo y te lo metes en la boca y con un sorbito de buen vino de Montilla-Moriles, mejor que mejor. Debo comunicar que la recogida de higos es muy minuciosa y aún mas detallista, lo primero que hace el hortelano es mirar sus manos, después empiezan una clase de recogidas de higos. Por cierto, mi vecino, el hortelano, me llevó un buen día a recoger higos. Fue un festín aquel día caluroso de verano, nunca tuve mas higos en mis manos, mejor dicho, nunca tuve mas higos en mis manos suaves y blandas para coger higos en la huerta de mi vecino. No lo digo, lo dice mi vecino Manuel el hortelano.
Plinio de Roma que también le gustaban los higos, se estará regocijando de ver que esto de los higos no tiene caducidad. Las historias se repiten. Fijaros son sin celebres los higos: En los Juegos Olímpicos que tuvo Roma, los atletas ganadores fueron coronados con coronas de higos y se les dieron higos para comer. En honor a la verdad, los higos negros no me gustan su pellejo es más duro y resbaladizo y las brevas menos. Donde se ponga un buen higo blanco y masticado despacio, sin prisa se saborea mucho más, hay que tener en cuanta que el tiempo de los higos son dos meses cortos, en cuanto empieza a llover le salen gusanos. Quien avisa no es traidor. Pues eso.