Querido Paco: nunca una ciudad se conoce tanto como no sea en el silencio de la noche. He visto a las gaviotas del río Guadalquivir a los pies de Averroes, junto a la muralla, silenciosas, para no despertarle de su éxtasis y de su gloria.

El viernes pasado caminó por Córdoba una amalgama de caireles y campanillas; no sé por qué el azahar de los naranjos del patio de nuestra Catedral- Mezquita, aún en el crespúsculo y anochecer de su flor, echaba un aroma nuevo, fresco y distinto a otros días.

No quiero glosar tu humanidad, bondad y generosidad que derramas por donde quiera que vayas. Sí quiero dejar el afecto que te tengo en esta carta y, con toda seguridad, la de muchos miles de cordobeses que te conocen y aprecian.

Cuando terminó el homenaje de los tres Averroes de Oro, el del profesor don Manuel Concha, don Antonio Gala y el tuyo, después de visitar los patios cordobeses de San Basilio, ya entrada la madrugada, me fui a la estatua de Averroes que hay junto a la muralla. Allí no estaban las gaviotas. Los caireles y campanillas estaban en silencio. Del Patio de los Naranjos apenas llegaba el aroma de los naranjos.

Allí, en aquel pedestal, no estaba Averroes. Eras tú el que estabas abierto con su túnica, los grandes hombres se confunden y tanto unos como los otros su buenhomía de hombres de gran tonelaje se unen en uno solo, como si los cubriera un halo de mil colores.

Allí, junto a la estatua estaba Loli y la familia Eliseo. Miramos recelosos e incrédulos la figura. Todo estaba en silencio. Nos miramos unos a otros, en aquel momento no sé quién dijo estas palabras: “¿Y ahora qué digo yo?”

Los cuatro empezamos a sonreírnos. Las seiscientas personas que estuvieron en tu homenaje se hubieran reído igualmente. Esa pregunta dice mucho de ti. ¿Qué ibas a decir tú después de la oratoria de don Antonio Gala, o la retórica de don Manuel Concha, los otros dos galardonados en esta efeméride?

Tu pregunta fue espléndida por la manera de decirla, y maravillosa por la sencillez de tu acento sincero y claro. Gracias por haber querido ser  amigo y por las muestras que me has dado durante toda tu vida en esta profesión de visitador médico y enhorabuena por la distinción del Averroes de Oro. Gracias, Paco, por el lujo de tenerme entre tus amigos.