En la base de operaciones se resolvió llevar el esfuerzo al máximo, aquellos que resultaban preparados se enfrentaron a su bautismo de fuego, se dieron cuenta que las cosas no eran tan simples, pero podían ser previsibles y entre tropiezos comprobaron el poder del arma de doble filo que empuñaban en sus manos. Un error resultaba fatal, tal vez un universo entero, allí radicaba la gran diferencia entre la consciencia y la inconsciencia. Algunos abrieron la puerta y se encontraron con el abismo insondable donde nada había que pueda recuperar el recuerdo, o un simple atisbo para empezar a jalar del hilo; otros se enfrentaron a situaciones que movían emociones: rostros, personas, situaciones, pasado y futuro entre piedras y miedos.

El comando fue accionado y se enfrentaron al mundo donde las consecuencias eran el resultado de sus propias proyecciones, los que no entendían lo que sucedía prepararon la fuga cuyo resultado fatal resultó ser la trampa, la cárcel de la recurrencia, el círculo vicioso.

Así estaban las cosas y no hubo vuelta atrás, tanto para unos como para los otros. El problema era que todos convivían en la misma nave y el viaje de regreso a casa no discriminaba de preparaciones, el tiempo y el espacio se deshicieron ante de cualquier concepto arquetípico y el resultado fue el esperado cuando cada quien ocupó el lugar que le correspondía a su estado mental.

Algunos agradecieron la vuelta a su estanca recurrencia, otros se sintieron cómodos con sus emociones trayendo a su nueva realidad el atoramiento de lo imperdonable, y otros comprendieron que su propia responsabilidad no acababa en lo individual sino en lo colectivo, empujando hacia arriba como si de placas tectónicas se tratara, cuyo avance elevaba la jerarquía y dejaba el lugar libre para su propia acción, pues así también se lograba ganar el espacio necesario para la tarea. Todo era un conjunto de acciones donde el avance resultaba verdadero para todos manteniendo la concentración y cooperación en estado latente.

El regreso fue perceptible para todos, pero no todos ocuparon el mismo lugar. La misma nave, la misma tripulación y los mismos comandos. Quedó como registro que algunos no lo soportaron y decidieron ponerle un fin a tanta locura incomprensible, vieron errores ajenos sin asumir que el guiso se estaba cocinando dentro de sus propias mentes. “A cada uno lo suyo” fue la orden en el teatro de operaciones.

Lo cierto es que nadie volvió a ser el mismo. Entre tantas opciones de elección no todas las piezas formaron parte del mismo puzzle, pues las hubo aquellas que optaron por construir su propio paisaje mucho más cerca del aplauso que el desinterés. Ellos también fueron felices ¿o alguien se atreve a ponerlo en duda?

Así fue el viaje y todos fueron testigos, en su mayoría respiraron con profundo alivio que la experiencia pasara más allá del reordenamiento dispar al que fueron devueltos, la proyección los colocó sobre un nuevo punto de partida de opciones holográficas o lineales, sin preferencias, pues cada uno fue reintegrado a donde quiso llegar.

Carlos Montana

BONUS TRACK

El sermón de confiar en uno mismo más que en nadie está muy bien, igual que está muy bien alejarse de las energías densas y brillar resplandecientes como estrellas del Universo, pero es ridículo cuando se conoce la historia y da la casualidad que a la partida de los proclamados resplandecientes las energías se limpian, la alegría se restaura y la felicidad vuelve llena de vida y actividad, pero claro…los densos y falsos son los demás, no el que se va y se lleva su negra amargura para dedicarse a soltar discursos irguiéndose maestro y diciendo a los otros lo que tienen que hacer, y es que en un mundo de ciegos el tuerto es el rey proclamando que ahora anda con los correctos, pues buen camino tenga el tuerto en el mundo de ciegos con sus nuevos amigos tuertos como él y todos queriendo ser el rey, porque la ley natural o las leyes cósmicas que tanto se enaltecen por estos iluminados lo primero que tienen es lógica y lógicamente el tuerto ve lo que ve. La seguridad en uno mismo se practica, no se predica.

Pilar Zaragoza