Ponerse una venda en los ojos y pretender que la situación actual, sea ésta más o menos delicada, entra dentro de la normalidad y que, en consecuencia, procede una reacción atemperada no deja de ser una actitud, como poco, temerosa pues somos conscientes de cómo ha degenerado la sociedad a lo largo de estos últimos años, de forma gradual, progresiva e imparable hasta desembocar en el mundo actual en el que todos los demonios están sueltos y libran batalla en todos los frentes.
En este contexto a muchos nos gustaría adoptar actitudes valientes con una finalidad práctica alcanzable para bien de nuestro prójimo, aunque es fácil que tropecemos con ese velo que nos impida ver la ocasión o el cauce adecuado para ejercitarla lo que puede traducirse en inacción culposa.
También supone un muro infranqueable la dificultad añadida de los que prefieren no ver lo que sucede a su alrededor lo que se traduce en indolencia cuando no en brutal indiferencia pues, ya el individuo es incapaz de, no solo obrar el bien, sino de distinguirlo, acostumbrado como está, con total naturalidad, a convivir psicológicamente imbuido de la perversidad mediática porque hace tiempo que ahogaron sus conciencias. Por ejemplo, no deja de llamarme la atención como nos desentendemos, como si no pasara nada, entretenidos y obstinados en resolver inextricables galimatías jurídicos mientras la devastación del orden jurídico y social es patente.
El caso es que, desde el punto de vista del logro, en nada se diferencian ambas posturas si bien, las primeras, por demorar excesivamente la decisión que comporta su predisposición interior, se ven indefectiblemente arrastradas por las segundas lo que puede resultar todavía más grave en el fuero interno.
Recuerdo ahora este audio magistral sobre la conciencia de Monseñor Fulton Sheen https://youtu.be/x60TQ6jIwWo.
Todo esto que antecede me sirve como pretexto para reivindicar el peso de las decisiones individuales frente a las gregarias o corporativas en tanto en cuanto, estas se apoyan en un inconsciente colectivo producto de ideologías subliminales mientras aquellas derivarían de una elección autónoma.
En sí, esas volátiles ideas no trascienden, aunque, a veces, se materializan en vulgares manifiestos que, más terrenales, favorecen que algunos insensatos den sentido a sus respectivas existencias condicionados, cual acto reflejo, hacia actitudes incluso muy beligerantes diluyendo la voz interior entre irracionales consignas por encontrarse el entendimiento profundamente alterado.
También es posible que decisiones colectivas sustituyan a las individuales bajo una suerte de pretexto moral que enmascara o justifica la postergación de esas otras más cruciales. Isaías 42:3
Por ejemplo, siempre es encomiable la defensa de la vida en general frente a la atrocidad del aborto en particular.
Sin embargo, la utilización de la protesta tolerada ante semejante crimen, en las actuales circunstancias, no deja de suponer una reacción atemperada que, al propio tiempo, omite el atentado que contra toda vida humana indiscriminadamente acontece (sobremortalidad) pues, para el estado ya ésta no tiene ningún valor según expresa el propio Tribunal Constitucional, por lo que tiene de inconfesable tabú,
Es decir, en este caso, una actitud beligerante colectiva que no defiende a la persona en particular sino a las personas en general no impide una decisión particular equivocada, puede ocultar una inacción culposa y resulta vacua si solo atiende a la propia justificación moral.
Se duda, en consecuencia, de la eficacia de una acción muy “comprometida” pero que quizás esté falta de la caridad o de la piedad necesarias para alcanzar su fin que no es otro que salvar la vida de una persona o personas en su individualidad singular e irrepetible.
Cabe esperar que personas relevantes con conductas ejemplarizantes nos impelan a la acción correcta pues, en cualquier caso, siempre será preferible la acción meditada a su omisión prudente aun cuando aquella pueda resultar teóricamente imperfecta porque el fruto de la misma no va a depender del mayor o menor empeño sino de del querer de Dios.
Esto lo resuelve muy bien la pregunta que se formula Monseñor Munilla en el curso de la charla que sobre la dignidad humana tuvo lugar en Castellón “¿y qué hacemos?” y su consecuente respuesta, “salvar uno a uno a todas las personas posibles.” (la lista de Schindler)
(119) “Dignidad de la vida humana” Mons. José Ignacio Munilla Aguirre – YouTube
Y hay que tener presente que, hoy por hoy, la ley no es una prescripción de la razón, ni se dicta en vista del bien común, ni es promulgada por el que tiene al cuidado la comunidad sino todo lo contrario.