A veces pienso que si en este mundo no existieran los animales no podría vivir. Será porque desde pequeña me he criado rodeada de perros, gatos, con pollitos y patos que compraba mi madre cuando íbamos al mercado y luego los traíamos a casa, a nuestro piso, con los que, juntos con mis tres hermanos, convivíamos en perfecta armonía.
Sí, ya se que puede resultar cursi, pero cuando miro a los ojos a mi gato, o a cualquier otro animal, no puedo dejar de ver la grandeza de Dios y el inmenso amor que a través de ellos nos entrega. Ellos no albergan ningún tipo de rencor ni odio.
Estos pensamientos me invaden por estar viviendo, nuestra sociedad, momentos tan oscuros y tenebrosos, donde el miedo, la angustia y la falta de empatía están haciendo presa fácil al espíritu del ser humano que sigue dormido, aletargado, inconsciente de estar engordando la Bestia que lucha por todos los medios, sin tregua, por acabar con la grandeza humana.
¿Qué hace falta para despertar a los que todavía siguen dormidos?, ¿qué más es necesario que nos ocurra para que nos demos cuenta que esta opresión a la que nos van sometiendo, únicamente responde al objetivo último de nuestra esclavitud? ¿es que no está claro que nos quieren sumisos y sin una pizca de humanidad?
Paremos un momento y miremos a los ojos de un animal con su hermosa belleza, su paciencia, su infinita lealtad. Quizá todavía no esté todo perdido porque ellos, a diferencia nuestra, aceptan la muerte sin miedo y viven cada instante como si fuera el último.
Sólo deseo que recuperemos la valentía para luchar contra el que nos quiere someter; aprendamos de la naturaleza que en su sabiduría cada día, muestra su capacidad de recuperación ante los ataques recibidos.
Creo que todos los animales van al cielo porque durante el tiempo que están con nosotros, poco o mucho, nos ofrecen la paz y lealtad desinteresada que tanta falta nos hace.
Seamos precavidos, como esos magníficos leones que se alzan sobre la llanura en mitad de la sabana, que otean en la lejanía y olfatean a contraviento, para prevenir la llegada del enemigo mientras ondean sus hermosas melenas al viento.
Que Dios nos bendiga.
Gracias por este poético artículo lleno de paz y esperanza en estos convulsos momentos. Así es, es imprescindible aprender de la madre naturaleza y de los animales, pues nos aportan tanta belleza, serenidad, regocijo…infinitamente más que, por desgracia, muchos seres “humanos”. Siga usted escribiendo y compartiendo sus entrañables vivencias de la infancia en familia. Dios la bendiga y que nos mantenga con “las lámparas encendidas” en medio de la oscuridad.