Cuando leo a los grandes pensadores –Platón, Aristóteles, Cicerón, Ortega– me sobreviene una desazón imposible de esquivar. Con los libros de historia me sucede lo mismo. ¿Qué les está pasando a las sociedades contemporáneas? ¿Adónde estamos todos yendo, tan deprisa y a la vez tan perdidos? ¿Qué ha sido de los grandes ideales, de las nobles intenciones, de las altas cumbres que debían ser escaladas? ¿Qué de los principios que han regido Occidente desde su fundación, de las leyes naturales que con su peso evitaban que el edificio del pensamiento saliese volando? 

Es irrecusable el hecho de que el ser humano está en crisis. No en crisis económica: esas van y vienen como las nubes del cielo. Hablo de una crisis muchísimo más profunda, de una crisis verdadera. Hablo de una crisis social. Las crisis sociales son las más graves, porque afectan a todos y tienen que ver con el modo de vivir y de ver la vida de los hombres de una determinada época. Son ellas el hedor que deja como estela un profundo problema político. Porque la política, como fenómeno, es un arma de doble filo: tiene dos frentes distintos pero inexorablemente unidos, dos polos que sin tocarse expresan con bilateralidad insuperable realidades que se superponen mutuamente. El estado en que se encuentra la política habla, por un lado, de cómo está el pueblo. Si hay políticos virtuosos, nobles y sabios gobernando un país significa que sus ciudadanos son gente relativamente virtuosa, noble y sabia. Si, en cambio, quienes llevan el timón del gran navío de una nación son trepas iletrados, arrebujados saltimbanquis cuyo único cometido –subterfugio que resguarda todo medio imaginable– es tener dinero y poder, entonces sus oriundos serán, irremediablemente, personas de escasa cultura, lejano sentido de la responsabilidad y acusado egoísmo sentimental. Por otro lado, la circunstancia política habla con inefable exactitud del perfil dominante del legislador medio; que en el caso actual resulta tan abominable como productivamente inane. Cuando es complicado encontrar un político íntegro, significa que un cambio radical en la formación de los futuros líderes y en las barreras de entrada al ámbito público se hace imperativamente necesario. 

Teniendo en cuenta estos dos aspectos que la situación política revela, se pueden alcanzar varias posibles soluciones. La primera y más intuitiva es exigir una mayor preparación –tanto académica como personal– de aquellos que quieren dedicarse al servicio del pueblo desde los ambones parlamentarios. No puede permitirse que entren en política ciudadanos cualquiera. La política es el menester más sagrado que tiene un país, pues es el menester del que dependen el resto de menesteres. Una buena clase política redunda en un correcto y prolífico desarrollo de los demás ámbitos. 

Porque el político no sólo influye con medidas macroeconómicas –fiscales y monetarias–, sino también y sobre todo con su ejemplo. Un parlamentario es imagen en la que la juventud se ve reflejada, es dechado en el que muchos ciudadanos fijan la mirada para tejerse un perfil propio. Por eso debe ser virtuoso, cortés y noble además de astuto, inteligente y audaz. Es igual de importante que un diputado o senador tenga una voluntad recta –una prudencia acentuada– que el resto de atributos que le son

requeridos para tomar parte en las architrascendentales decisiones de gobierno de su país. Y esa imagen, ese ejemplo que supone el político encuentra también su relativo eco en el ámbito de la geopolítica. Un edil nacional reverbera en el escenario internacional el nivel de vida y la calidad humana de la que goza su nación. 

Dicho en otro giro, nuestro país, que tan alto ha llegado a navegar en el bravo mar de la historia, tiene hoy una urgencia que le acucia e interpela sobremanera: necesita buenos políticos. Pero ¿dónde están? ¿Acaso existen? ¡Por supuesto que existen! Están ahí y nunca han dejado de estarlo. El problema no es que ellos no existan, sino que el país no los reclame. Hasta que no se dé un pronunciado cambio en el paradigma político de España, en el modo de concebir esta hermosa profesión por parte de los oriundos de nuestra patria, tan rica en diferencias como en virtudes, el auténtico progreso social yacerá tan escondido como lo está ahora. Se esconderá, precisamente, de las feroces fauces de quienes ostentan hoy el poder, pues son ellos los que han obliterado la política y se la han cerrado a cal y canto, con cerradura doble, a los que de verdad valen, a los que de verdad aman a su país y están preparados para entregarse por completo a su servicio. 

Pero no toda la esperanza está perdida. Existe un modo de asaz eficacia para alcanzar un futuro más feliz en política: la educación. Ella conforma la base del porvenir, es el cimiento sobre el que los jóvenes de hoy construyen sus vectores vitales. En este sentido, cabe recordar, con mi querido Ortega, que “la soledad, hora tras hora goteando sobre el alma, hace faena de forjador (…), tiene algo de herrero trascendente que hace a nuestra persona compacta y la repuja” (Socialización del hombre, El Espectador VIII). Se ha perdido la joya de la corona, se ha traspapelado la ley más elemental para el crecimiento interior: aprender a estar solo. Aprender, además de a ser personas de una sola pieza, a estar solos. Porque es en la exclusiva compañía de uno consigo mismo cuando el hombre barniza sus ideales, retoña sus principios, se hace a sí mismo. Y esto sólo ocurre en el hogar. Las pantallas, con sus quiméricas luces de humo insulso, arrojan al miembro fuera de su hogar, lo insumen en atractivas labores que lo inhiben de la realidad y lo impiden crecer. 

En la sucinta compañía del fuego de una chimenea, con un vaso de lo que fuere en la mesilla, leyendo, meditando, contemplando el derredor, es ahí donde se lleva a cabo uno de los más grandes efluvios formativos. Por supuesto que no basta con ello: son menester, en conjunción con los tiempos de soledad, innumerables momentos de relación, de vivencia proactiva, de efusiva vitalidad. También en la familia florecen éstos con mayor ímpetu que en ningún otro entorno. Pero hay que aprender a estar solo; y las nuevas tecnologías (con sus redes sociales, noticiarios, insaciables plataformas musicales, etc.) lo impiden, sumen al hombre en una hiperestesia que arremete contra las más hondas facciones de su esencia. 

La familia, núcleo de la sociedad, es el epicentro del cambio. Es en ella donde ha de comenzar la sanación del cuerpo político, donde ha de germinar una nueva y más verosímil cosmovisión de la política y sus asuntos aledaños. Debe comenzar el cambio, pues, desde abajo, desde la raíz del problema. Ahí se encuentran los más peligrosos bacilos, aquellos que impiden que el individuo crezca, que dilate su envergadura

espiritual y esté preparado para servir con humildad, caridad y sentido del deber a sus conciudadanos desde el aparato estatal. 

Puede uno estarse quejando con vehemente asiduidad –acaso con inquina subrepticia– de lo mal que andan las cosas, del desastre que son los gobernantes, de lo fatídico de las medidas que se toman en nombre de un bien común que apenas llega a ser el bien de unos pocos, que por mucho y muy intensamente que se ofusque no llegará jamás a buen puerto. Sí, la situación es mala, pero sin un cambio en la educación, que a la postre reposa en el seno de la familia, nunca se saldrá de ella. Y este cambio no depende de los políticos: depende de usted y de mí, de cada uno de los ciudadanos de España. Está en nuestras manos que estas líneas pasen de ser otras palabras bonitas más a tornarse viento suave y constante que azuza el fuego de los corazones de la nubilidad. Al final el núcleo más elemental de la sociedad resulta ser el lugar donde la batalla por su sustento debe librarse. Los líderes del mañana están gestándose en esta cuna de libertad que es la familia. Lo que en ella se haga hoy verá su redundancia en la historia venidera.

 

9 Comentarios

  1. Malos tiempos crean grandes hombres.
    Grandes hombres crean buenos tiempos.
    Buenos tiempos crean hombres mezquinos.
    Hombres mezquinos crean malos tiempos.

    Se supone que estamos en la cuarta fase.

  2. Con tanto analfabeto sin espíritu crítico y tanto palmero mamporrero, la posibilidad de que alguien integró haga política es cada vez más complicada. Hay que ser un héroe para entrar en ese mundo, lleno de porquería, siendo honrado. Jamás vas a usar las armas que usan los canallas chupóteros de la tiranía y eso te inhabilita de entrada.

  3. No queremos más politicos delincuentes sino gestores controlados por la Autoridad del Pueblo.
    Se acabo imponer nada solo proponer.

  4. Para Aquellos que gustan jugar al Ajedrez Mundial.

    ¿Cuándo abrimos los contenedores?

    YO, daré la ORDEN.
    Paciencia en Tiempos de Guerra.
    Es el Arte de la Tortura Boomerang.

    La Guerra de 6ª Generación sólo acaba de empezar a dar sus primeros balbuceos. Además ya se ven sus primeros resultados; en España digo.

  5. Creo sinceramente que antes de renovar la política; debemos pasar por Tribunales de Honor.

    ¿Qué opinan de esta frase los periodistas?
    ¿Merece ésta, ser titular de los periódicos de España, mañana mismo?

    Hasta no ocurra esto; toda la sociedad española está presa del desastre.

    • Los Falsos Tribunales son los grandes responsables del problema y cuando se corrija de raiz entonces vendrá la Justicia para todos estos, No vamos a permitir más indeseables con toga delinquiendo y destruyendo nuestro legado ancestral.

  6. El Boomerang normalmente no tiene piedad de los dientes y de la cara. No tiene piedad. Lo recuerdo desde pequeño.
    Un saludo.

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