Recuerdo cuando me descargué la aplicación chat GTP para saber cuán avanzada estaba la inteligencia artificial. Habiendo oído de las bondades de tal herramienta, comencé a hacerle preguntas sobre la necesidad y urgencia de seguir vacunándose contra el covid 19. Sus comentarios, que parecían interesantes en un primer momento, cuando no se trataba dicho asunto, se centraban en las mismas excusas que emplea tanto la OMS como los ministerios de salud, cualquiera de ellos. Ante el interrogante de si había alguna prueba del virus me respondió que, ante el peligro potencial de su existencia en modalidades agravadas, era menester ponerse el pinchazo y ahí quedó su discurso. Si hubiese tratado cualquier otro asunto, se habría cerrado en un bucle absurdo y sin lógica. Eso es la inteligencia artificial que nos describe Klaus Schwab en su obra “La cuarta revolución industrial”, sin duda muy decepcionante.

Sin embargo, hay que hablar de un aspecto muy preocupante: la aplicación de la misma a la actividad política. Imaginemos que son los algoritmos los que toman las decisiones por los ministros y que éstos, con gran fe en ellos, optan por seguir la consigna pues creen en la ideología que fundamenta tales juicios de valor. No estamos muy lejos de eso al constatar la estupidez y falta de lógica del gobierno en la mayoría de sus leyes, absurdas en el fondo, pero con apariencia jurídica y formal.

El algoritmo tiene como fin resolver un problema partiendo de dos aspectos: la simplicidad del mismo y la rapidez con que llegar a una solución. Las dificultades y retos se solucionan en línea recta, es decir, que la identificación de la situación conduce a su solución, sin necesidad de cuestionamiento morales ni mucho menos utilizar el empuje de la fuerza emocional, tan propia de los humanos. Para ello es necesario evitar las contradicciones, es decir, las famosas disonancias de las que los humanos sufrimos tanto y que son el motor de nuestra percepción del mundo. De este modo, de existir alguna incongruencia en el horizonte, ésta es volatilizada o se integra en la estructura, del mismo modo que un esquizofrénico tiende a buscar la lógica entre dos conceptos que no tienen relación o se meten el bien y el mal en el mismo saco, llegándose a la conclusión de que para el primero hay que hacer daño si o sí, al ser inevitable. Otras de las bondades de este mecanismo es el bloqueo de las emociones en el procesamiento de la información y, para ello, las emociones han de estar ausentes y, especialmente la única que puede paralizar al ser humano: el miedo, ese sentimiento que vive en nuestro sistema límbico, que actúa como filtro de nuestras creencias y modos adaptativos, que nos moldea el comportamiento y que puede avisarnos de un peligro en forma de intuición o ser simplemente un temor porque vamos a salir de nuestra zona de confort, en la que nos sentimos cuerdos y con una buena base que no nos va a traicionar ni dejar en la indigencia de la locura absoluta. 

Dicho algoritmo ha de ser simple y preciso para responder a la mayor cantidad de problemas posibles, sin necesidad de analizar cada situación por separado, como se haría con el caso que un paciente me puede presentar que, obviamente, es diferente a otro, aún cuando el trasfondo sea aparentemente parecido. La observación es muy conveniente en nuestra profesión, pero en el mundo de la inteligencia artificial es una pérdida de tiempo al tratarse de equiparar y calificar a los hechos y personas en categorías estancas, tal como hace la ciencia al formular sus teorías e hipótesis. Señalaba antes la urgencia de evitar contradicciones y cambios en la hoja de ruta; los procesos resolutivos tienen varios bucles consecutivos que funcionan como una unidad y el hecho de revisar uno implica echar abajo toda la secuencia. La mística de razón, cuando era descrita por filósofos como Kant, Hegel, Descartes o Platón, nos conduce a un mundo de perfección absoluta donde el margen de error es un cero por ciento, donde el ser humano es capaz de resolver cualquier interrogante aplicando una lógica aplastante y perfecta, sin conflictos ni contradicciones entre las piezas de la misma. Todo ello se relaciona con la importancia de la utilidad práctica. La razón humana, creada para manifestar la perfección filosófica de Dios en la Tierra, ha de tener un contenido práctico y directo; por ello se considera que los seres humanos están por encima del resto de los animales en inteligencia y que la naturaleza fue creada para que el hombre la adaptase a sus necesidades y no a la inversa. La utilidad es una cuestión tan esencial en cualquier razonamiento objetivo que si no posee un fin se considera una pérdida de tiempo (ganar dinero, obtener algo, etc…).

¿Y qué papel juegan los humanos en todo ello? Porque se habla de la naturaleza de la racionalidad cuando en realidad los seres humanos no son ni racionales y están llenos miedos, de pasiones que no pueden controlar, las cuales les ensucia la visión, incluso de sus vidas. El hecho es que las emociones son peligrosas. Pensemos que, desde que el mundo es de los humanos, no ha habido ni un solo segundo en el que no ha habido una guerra en cualquier lugar de nuestro planeta y un mundo con tantos conflictos no va a ninguna parte, teniendo en cuenta los miles de cabezas termonucleares que se han fabricado por miles. Luego, si seguimos esta lógica, es fácil deducir que el ser humano es un peligro para nuestro planeta y que, dado que no es capaz de controlar sus impulsos ni instintos (no podemos olvidar que somos animales), hay que dominarlo y el mejor medio es el miedo a la muerte. Hobbes, en su obra Leviathan, señalaba que los procesos de experiencia y de conocimiento de los seres humanos no tienen consistencia, que ningún hombre puede asimilar ni el 1% de la esencia de Dios, que las pasiones conducen a las sociedades a la destrucción y que la convivencia entre seres humanos es un sueño sacado de los cuentos. Por ello el Estado ha de existir como modo de que nos podamos gobernar. De este principio parten todas las hipótesis de la ingeniería de masas que se han realizado desde el origen de los tiempos. 

Pero este planteamiento tiene un problema: humanos que gobierna a humanos y de aquí la gran pregunta. ¿Y quién gobierna sus pasiones si quien tiene el poder es víctima de la ambición? Son baldías entonces las sugerencias de Hobbes y se impone otro modelo mejor: que sea la misma inteligencia emocional la que nos gobierne, ajena a los sentimientos baratos de los seres humanos, muchos de ellos inútiles y nada prácticos. Para conservar el equilibrio, conservar nuestros recursos y la salud del planeta, antes de que la estupidez humana nos mate a todos, es necesario que los algoritmos hagan su trabajo mediante aplicaciones que se encarguen de las gestiones en organismos públicos por parte de los ciudadanos, sin necesidad de ir a las dependencias oficiales ni tratar con otro humano, dejar el marco legislativo y judicial en manos de ordenadores cuánticos que se encargarán de vigilar a los jueces, para ver si hacen justicia de manera ecuánime, para aprobar leyes que los legisladores ya no tendrán que redactar, del mismo modo que el chat GTP nos escribe un artículo en varios minutos sobre cualquier tema o dejar la gestión pública en manos de programas tan complejos que pueden acabar aprendiendo de sí mismos, tomando conciencia de que gobiernan a humanos, con muchas limitaciones y puntos débiles (como sus pasiones) y que pueden alterar sus percepciones del mundo cómo deseen, simplemente los manipulan y engañan, de manera parecida a cuando nuestros gobiernos nos tratan como subnormales profundos.

Todo ello tiene un impacto no sólo social, al alcanzarse por fin la divinitatis pax, un estado de perfección y sin crisis (también sin cuestionamientos), sino moral, pues la relación entre la lógica cibernética, antes descrita, y la humana es claramente incompatible. Para que esta sociedad tan idílica, de la que Platón o Sócrates nunca se separaría, deberían de desaparecer los humanos, estar en cierta cuantía para no hacer mucho ruido y desequilibrar el tejido social o mimetizarnos con un chip que nos controle. Nada ha de quedar fuera de ese dominio creciente de la inteligencia artificial, la cual no sólo acabaría por conocer todos nuestros secretos, sino que nos destruiría sin ningún sentimiento de culpa.

Un análisis del pensamiento político actual nos detalla aspectos comunes a los que hemos detallado en párrafos anteriores, los gobiernos siguen las órdenes de los organismos internacionales y éstos están dominados por creencias robóticas en línea recta. Nuestros dirigentes gobiernan siguiendo agendas genocidas, cuyo fin es el forzado al equilibrio social. Sólo falta que se implemente, que las estrategias de control sobre las personas se dejen en manos de la inteligencia artificial, que las fuerzas de seguridad del Estado obedezcan a algoritmos, que las gestiones en la administración sean realizadas por aplicativos donde descansarán los ministerios y que los parlamentos, sin competencia alguna para legislar, sean historias de siglos en los que los seres humanos vivían en la época de la barbarie.

Dejo estas palabras en manos de mis estimados lectores para que examinen cómo van a superar este desafío y cómo van a proteger sus derechos humanos, los cuales ya se ven pisoteados por gobiernos de inútiles, incultos y personas que actúan como autómatas, o eso parecen, sin sentimientos. ¿Caminamos hacia nueva humanidad o hacia e fin de la raza humana?

 

9 Comentarios

  1. Cuidado con la IA, (esta sobrevalorada), la “inteligencia” artificial mas alla de peliculas y propaganda de los medios realmente no existe, no tenemos pruebas empiricas de algo artificial con consciencia propia, si de sofware y hardware muy potentes pero siempre programados por humanos, no caigamos en otra trampa de etiquetas y neolenguajes

  2. Estamos presenciando el inicio a un nuevo culto, que quizás llegue a sustituir a la ciencia en su poder dogmatizante.
    La IA, vaya esto por delante, no tiene nada de mágico, ni inteligente ni especial. Regurgita lo que encuentra en internet bien presentado y organizado. No le pidan los planos de una máquina de energía libre, o los fundamentos de la anti-gravedad. No puede. Y si existiese esa información en algún rincón de la red, el algoritmo que alguien puso en su día, lo impedirá.

  3. Va a pasar que la IA va a obedecer los deseos de sus amos y va a decir lo que sus amos quieran y va a ofrecer las soluciones que ellos quieran.

    • No, se les irá de las manos. Y de hecho puede que acabe llegando a la conclusión de la solución final, pues el pensamiento puramente lógico cuando hay acceso ilimitado a datos lleva a ella, y entonces pueden darse por jodidos.

  4. El chat GTP evidentemente no es más que un insignificante botón de muestra y maniobra de distracción.

  5. El chat GPT se basa unicamente en datos recopilados introducidos por los usuarios es un sistema experto y como todos los sistemas expertos se le puede engañar o manipular. No es fiable.

  6. Por los comentarios, se ve que los lectores lo tienen claro y no tragan con esta nueva mentira.
    La IA puede que supere como legislador a Irene Montero, pero en realidad no es más que una bocina de la que sale la voz de sus amos. Recibir ese engendro tecnológico con credulidad y hasta con reverencia será la perdición de muchos. ¿ Todavía hay gente que no ha aprendido tras las mentiras del covid, de la guerra de Ucrania y del (como dice Alfredo Díaz ) clima cambiático ? Creo que prestar atención a ese chat es una gran blasfemia pues se automenosprecia la dignidad humana, la consciencia y nuestra conexión con la divinidad ; con la belleza, la bondad y la verdad.

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