Es un secreto a voces que las élites que nos dirigen, utilizando a sus perros guardianes, o sea, los dirigentes políticos de todo jaez y calaña, han implementado una campaña a nivel global con la que pretenden instaurar una nueva ideología en la sociedad acorde a ese Nuevo Orden Mundial que nos quieren imponer. Satánico, por más señas.

Que si inducir al ciudadano medio la idea de que el éxito social y personal pasa por abrazar la nueva doctrina desviada (con ejemplos de galardonados, como el pasado premio Princesa de Asturias de las Artes 2021 a la sacerdotisa satánica Marina Abramovic, o gestos de personas famosas utilizando sus manos con oscura intención); que si colocar imágenes baphométicas en cualquier lugar público aprovechando fiestas populares (en Barcelona las pasadas Navidades); que si subvertir tradiciones religiosas (presentación de una imagen lasciva de los Reyes Magos en Madrid); que si difundir el éxtasis dionisíaco u orgiástico (festivales del colectivo LGTBI de todo tipo en el que, además de dar rienda suelta a su lujuria, no es infrecuente que se vean niños asistiendo al espectáculo); que si pervertir a nuestros niños con una desviada educación sexual en los colegios (homosexualidad, transgénero, sexo con adultos, etc.); que  si aprobar leyes que fomenten el aborto (niñas de dieciséis años sin consentimiento paterno).

La ideología satánica, que viene a ser el “sello espiritual oscuro” de esta nueva religión afecta al tiránico poder que ya nos están imponiendo de manera global, no solo tiene su reflejo en las aberrantes pautas de comportamiento que nos están introduciendo de forma sibilina y sistemática – con escasa resistencia de un rebaño entregado que, noqueado con todo lo que se le  está viniendo encima, solo piensa en “salvar su propio culo”, sin darse cuenta de que ese egoísmo y falta de empatía y solidaridad hacia sus congéneres acabará destruyéndole a él también—,  sino que, además, se muestra abiertamente en todo ámbito social y cultural donde mayor número de personas puedan captarlo.

Un ejemplo de esto último lo hallamos en la actual etiqueta de una famosa marca de bebidas gaseosas, donde  unas veces aparece una cabeza con cuernos (dependiendo del tipo de refresco) y otras un juguete de niños conocido por diábolo. ¿Les suena el juego de palabras? Incluso, junto a estos logos aparece dibujado un mosaico compuesto de celdas hexagonales. ¿Recuerdan el simbolismo asociado al grafeno, que cristaliza formando hexágonos, presente en las kakunas contra la covid? Es decir, asistimos a la conformación de un mensaje completo estructurado a base de símbolos con intenciones oscuras o, al menos, poco claras o fuera de lugar; y, donde, en este caso concreto, parece existir una correspondencia de sentido entre la sucesión de hexágonos (6) y la cabeza baphomética: ¿la marca apocalíptica de la Bestia (666)?

Y la guinda de todo este surtido bien rebozado con harina de grillos y escarabajos, propio de un conjuro hechiceril que haría temblar a la mismísima Juana Martínez Dientes, lo tenemos en lo último que nos ha dejado la factoría del NOM sobre nuestra vejada “piel de toro”: la serie de animación Pobre diablo, que comenzará a emitirse –el diablo mediante— este mes de febrero a través de la plataforma HBO Max.

Fue hace unas noches cuando los teleadictos –futuras huestes de lo oscuro, si no comienzan a percibir el engaño antes de que se complete— tuvieron noticia de su inminente estreno. Durante la emisión de un famoso programa de TV, un presentador que va como las motos recibía y festejaba, haciendo gala de su habitual gracejo de niño tocapelotas, a dos titiriteros de esos del “no a la guerra”, si a la guerra de turno no les pueden sacar algo de “grasa”.

Venían los dos aprendices de Zelenski, comediantes todos –unos más que otros, bien es cierto—, a presentar el estreno de su serie de animación citada en líneas anteriores. En un ambiente entre jovial y distendido, los comediantes, que encarnaban los papeles protagonistas de este bodrio satánico servido con pomada infantiloide, departían con el acelerado presentador haciendo gala de ocurrencias absurdas y anécdotas dignas de “chanclazo en la boca”; pues, esta es la forma de elevar los índices de audiencia y, de paso, de mantener al rebaño de  tele(in)videntes permanentemente enganchados a ese pezón idiotizante.

Siguiendo la estela de otros éxitos ya consumados, como es el caso de la fiesta de Halloween, la ideología satánica entra en nuestras vidas como Perico por su casa. En resumen, la serie Pobre diablo pretende normalizar la presencia de la doctrina demoníaca en nuestra vida  cotidiana, haciéndonos ver un mundo amable y simpático donde solo cabe crueldad, sometimiento y deshumanización. Para ello, nos presentan a un niño protagonista, para más inri, nominado Stan (Joaquín Reyes). Es decir, dado que representa a un aprendiz de anticristo, resulta evidente que es casi un ¿S(a)tán? ¿Y qué decir del gato coprotagonista, Mefistófeles (Ernesto Sevilla), el famoso demonio del folclore alemán, subordinado de Satanás con la misión de capturar almas?

“En broma se dicen las verdades”, reza un tradicional adagio castizo. Quizá sea este el momento de aplicarlo a este nuevo engaño de las élites oscuras en su empeño de pervertir al género humano. No en vano, ¿acaso la visualización de dibujos animados por un adulto no lo infantiliza al punto de hacerle más fácil la tarea de comulgar con ruedas de molino? Y caso contrario: los niños que accedan a estos contenidos –aunque no deban—¿no serán víctimas de una feroz campaña de adoctrinamiento de tintes satanistas?

La ambientación de la serie es un escenario preapocalíptico, donde el niñito debe cumplir la misión de sumir a la humanidad en el horror y el caos, y así traer el Armagedón.

Saquen ustedes sus propias conclusiones.

 

4 Comentarios

  1. Actualmente en la fachada de la Casa de América hay un montaje temporal de 4 Grandes cucarachas con cabeza humana de grandes cuernos retorcidos

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