Como perros rabiosos

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Estos sujetos son impulsivos, tanto que no se paran a analizar las consecuencias de sus actos. Es tal la desesperación ante la incapacidad de soportar la frustración que, con tal de conseguir sus objetivos, siguiendo los modelos del utilitarismo y el facilismo, al que no son ajenos y que aplican de manera extrema, se plantean las metas como urgentes sin importar los medios, dando igual quién sufra las consecuencias colaterales de sus actos.

Este hecho no es nada baladí y es el principio rector de todas sus acciones. Cuando se plantean un objetivo, van a conseguirlo centrándose solo en aquél, siendo los aspectos adyacentes simples nimiedades. La lógica se centra exclusivamente en lograr que nadie les impida lograr sus sueños, muchos de ellos ligados a metas idílicas o cambios consustanciales en el ambiente para que el entorno ayude a su objetivo. El cambio del contexto se realiza de manera brusca, sin tener en cuenta las variables que pueden dificultarlo, sin pensar cuántas personas han de morir para que la realidad les sonría, para lo cual han de eliminar toda disidencia posible, sin importar nombres o apellidos.

El problema reside en que el contexto del mismo pasa desapercibido o hay que eliminarlo de raíz. La ley trans de Irene Montero impone multas de hasta 150.000 euros para quienes osen cuestionar la ideología de género, como medio inquisitorial para evitarse disgustos. Lógicamente, los argumentos que dicha ley defiende son disparatados al negar el sexo biológico de las personas y la ministra necesita la completa seguridad de que allí donde se implemente su ley se haga sin problemas y contra argumentos razonables, razón por la que se pone la mordaza de manera preventiva.

En todo reto intelectual que se precie hay un contexto en el que la meta entra en juego. Si se desea resolver una dificultad en el seno de la empresa, es necesario saber cuál es la causa del problema, dado que, si no se atacan o resuelven las razones de dicha situación, resultará poco más que imposible lograr que la incómoda situación vuelva a repetirse. Las razones vendrían a ser los aspectos del entorno de la cuestión a resolver y toda acción que niegue dichas razones y que desee eliminar de raíz la situación en concreto, no solo no garantiza que la situación vuelva a repetirse, sino que eleva el tono de dificultad y, finalmente, las manifestaciones desastrosas. Aplicando esto a la ley trans del ministerio de igualdad, una ley que ignora por qué sucede la disforia de género, el contexto familiar en sí con todos sus complicados entresijos de aspecto psicoafectivos con vistas a la seguridad del menor de edad en un ambiente equilibrado o la implementación de medidas de acuerdo con el grado de madurez, de necesidad del menor de edad en cada etapa de su vida, está claro que dicha ley va a romper el bienestar emocional del menor en el centro educativo y dentro de la propia familia, con lo que el desorden se verá manifestado en un cuadro de disforia; aparte de ello, se destruye a la familia desde la raíz; el menor puede ser separado de sus padres si el Estado así lo ordena y se inicia una aventura de por sí muy peligrosa, dado que se parte de un desequilibrio que se desea arreglar con un objetivo autoritario y firme, que es la imposición de una ideología. Finalmente, si se realiza el tan deseado cambio de sexo o se hace por registro público, se está normalizando el delirio como algo no solo permitido, sino que se ha de obedecer, sin que nadie se pueda oponer a los principios de personas que presentan graves dificultades, incluso de tipo psiquiátrico. Llegados a este punto, logrado el objetivo en sí de manera absoluta, el sujeto entra en un desorden del que nunca se va a recuperar.

Este signo de estupidez llega a tal grado que aplicar esta ilusoria e infantil técnica de modificación de la realidad, guardar el delirio por iniciativa propia (habría que revisar el estado mental de muchos de los ministros y presidentes), y negar que el problema fue causado por el disparate, es lo más normal. Si a ello le añadimos la incapacidad para hacer cualquier tipo de revisión o corrección, pues es el fanatismo el que guía a la clase política, las consecuencias no tardarán en aparecer y estos sujetos no solo no se protegen sino que imponen su autoridad en forma de falsa perspectiva.

Las razones que llevan a tan ilógico comportamiento nacen del impulso irrefrenable y la emoción positiva y de refugio que rodea con su glamour a quien se regodea de un éxtasis absurdo, en el que no existe ningún argumento. Se trata de una emoción en el seno de lo irascible porque nadie puede rasgar su propósito y de hacerlo le rompe su débil ego y queda en un plano en el que la discusión no se puede dar. Recientemente, Liberum presentó un recurso contencioso administrativo en la Audiencia Nacional para pedir explicaciones a la ministra de salud sobre el uso de mascarillas en el transporte público. Dado que carece de consejo de expertos (porque no pueden tener cabida), en un ejercicio de estupidez y para que esta no sea descubierta, el 8 de febrero se decidió que los españoles respiraran en los taxis y así evitar reconocer ante un tribunal que no hay razón lógica alguna en sus decisiones; eso sí aprovecharon para crear un nuevo órgano estatal único para futuras pandemias, en concurso con la HERA de la Unión Europea, la cual obedece a la vez a la OMS, todo ello en el mismo día. No solo no se dieron cuenta de su falta de inteligencia, sino que siguieron rizando el rizo. Sirva este ejemplo para demostrar cómo el absurdo puede llegar a ser infinitamente peligroso para los seres humanos, sobre todo si gobiernan sujetos con tan poca preparación y sesgos mentales que rozan la patología.

Recuerdan sus comportamientos a las pataletas infantiles de los niños de cinco años; siendo guiados por necesidades que ni tan siquiera cubren. La capacidad racional y de lógica ha sido opacada por la necesidad de arreglar un caos que crece de manera exponencial con cada una de sus absurdas y satánicas decisiones, fuera del sentido común más básico. Nos encontramos con una inteligencia basada en una complejísima estructura de datos en los que hasta ellos se pierden, como un laberinto en forma de leyes y disposiciones que imponen el caso más abyecto, en base a metas que son, en no pocos casos, irrealizables. Cuando se reúnen en Davos o en el Banco Mundial, los líderes solo saben discutir sobre cómo imponernos la satánica Agenda 2030, proponiendo la vía lenta o bien la contundente sin espera de tiempo. Y es que su desesperación es comprensible porque, ante la carencia de análisis de causas y problemas realmente graves, el objetivo se desdibuja hasta el punto de parecer irreconocible. Cuando hay desesperación y odio no hay memoria y el agente se ve obligado a retomar por dónde lo dejó. “¡Quiero entonces tal cosa!”, grita en su interior el psicópata, al no haber olvidado su más preciado deseo, que es único que tiene. Ello le empuja a desarrollar un plan si cabe más absurdo y descerebrado que el anterior, el cual, ante la confusión y sentido de estar perdido en la ilógica del delirium tremens auctoritarum, se obliga a sí mismo en una actitud de rigidez y autoexigencia absolutamente destructiva. Finalmente, ello acentúa el carácter infantil del político hasta activar su yo psicótico, el cual deviene una estructura mental escandalosa y retorcidamente peligrosa, incluso para sí mismo.

Llegados a ese punto, hablar de inteligencia en la clase política es como tener un bellísimo jardín de rosas rojas en medio del desierto y quien las ve, obviamente, bien ha sido privado de agua durante demasiado tiempo o ha perdido el juicio. ¿Son los psicópatas personas desquiciadas sin capacidad de inteligencia o solo la utilizan para aniquilar a quienes ponen en evidencia su locura y carencia del más básico sentido común? ¿Y, si existe una relación entre la capacidad para el mal y la estupidez hasta límites infinitos, no estamos gobernados por sujetos que, presos del dinero y de facilismo a niveles surrealistas, son destructores de la sociedad y de sí mismos?

Analicemos una serie de hechos que ilustran esta teoría. Son varias las leyes que describen el modelo de Irene Montero: la ley de la familia, la ley trans, la ley del solo sí es sí, y la ley de protección del niño, la niña y el adolescente, todas con el mismo espíritu. Los efectos de la ley del solo sí es sí, con cientos de violadores con sus penas acortadas o ya en libertad es un escándalo público y los que vendrán con la ley trans y sus absurdas normas. Mas, si analizamos estos ejemplos, al gobierno le cuesta cambiar dicha ley, si es que lo hace y ocurrirá lo mismo cuando un pedófilo se cambie de sexo, viole a un menor y la ministra esconda la cabeza, como el avestruz. Sin embargo, se observa cómo  sigue en su empeño de considerar a los jueces (con mayoría de mujeres) como machistas y otros disparates. ¿Acaso Pedro Sánchez ha destituido a la ministra? No. Si echamos un vistazo a lo realizado por los demás ministerios, es un calco exacto. Ione Bellara con su ley de protección animal desprotege a los seres humanos y condena a dos años de cárcel por matar a una rata que se cuela en tu casa sin permiso; se prohíbe cualquier medida que evite la realización de un aborto; se disfrazan los datos económicos para esconder la terrible crisis económica de España; se modifica el código penal a capricho, según las urgencias de apoyos necesarios; se introduce a nuestro país en la guerra de Ucrania, una contienda alimentada y creada por los EE.UU. y los Rothschild; se sigue con la obsesión de la covid, y se ven las formas de obligar a la población para que se inocule el preciado veneno; se obliga al ciudadano a decir si está dispuesto a morir de un trombo en honor a la patria; y ¡ay! de quien no desee decir si se inoculó o no, lo cual pertenece a la vida privada de cada uno; se considera al hombre culpable de los delitos que se le impute al creerse la declaración de una mujer que puede actuar por venganza y a sabiendas de que su declaración es falsa y un largo etcétera. No hay excepciones a las reglas de políticas estúpidas, tanto que mejor sería dejar el gobierno en manos de niños de ocho años con algo se sentido común. No existen dimisiones. En el Congreso el gobierno actúa de manera déspota, insultando con calificativos como fachas, racistas y lo que se les ocurra, pero si se hace lo mismo con ellos ponen el grito en el cielo. No soportan que los rechacen, les digan sus cuatro verdades y nadie deja la poltrona. Es más, potencian sus egos cobardes y defienden sus posturas de manera fanática y destructiva para los ciudadanos.

Tal vez haya llegado la hora de que los cuerdos tomemos el rumbo de nuestras decisiones personales y encerremos a los locos donde deben estar. Cuando gobiernan sujetos tan descerebrados es porque son satánicos.