“Tu calle ya no es tu calle; es una calle cualquiera”. Así reza el verso del poeta Antonio Machado, que logró ver más allá del trasluz de lo material y entendió la esencia del amor. El que ama ve la vida de un modo distinto. Amar no solo cambia las circunstancias: amar, principalmente, transforma la mirada, penetra los más profundos recovecos del alma y los impulsa hacia la persona amada. Amando se aprende a mirar lo que te rodea, a contemplar el derredor. El novio emprende un viaje nuevo, de cero, cuando se enamora de su chica. A partir de ese momento, para él sus calles son las de ella, las que han conformado la pista de baile en la etapa de conquista, las que han flanqueado aquellas veladas que parecían inhibirse del tiempo y remar a contracorriente del frenético ritmo del mundo. A partir de ese momento, aquel restaurante, aquel banco, aquella glorieta, aquella escalinata no son las mismas: son efigies latentes que le recuerdan a ella, que reverberan la calidez de una vivencia con su amada trayéndola a la luz de la memoria, besándola con el beso del recuerdo.
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¿Y la música? ¡Oh, la música! Por supuesto, tampoco es la misma. Toda melodía suena a ella, todo sucumbe a la prominencia de las almenas memoriales, que mantienen presente la delicadeza de sus abrazos, la sutileza de su sonrisa, la ternura de sus gestos, la graciosa mirada que enarbola el desparpajo de su espíritu. Todo es belleza, emoción y regocijo, porque todo es de ella.
El amor cambia la vida; y como quienes beben más intensamente de su brebaje son los jóvenes, el desamor es en ellos tan amargo, tan oscuro que casi los deja inermes, impotentes y sumidos en la zozobra. Cuando, como dice la canción de Julio Iglesias, “en su mirada triste de desamor y pena descubre de repente que el otro lo destierra”, el joven palpa de lleno el reverso de la moneda del amor. Porque si bien el amor tiene un anverso delicioso, es su reverso la pleamar de la desgracia y el desconsuelo. Así sucede siempre: todo tiene su cara buena y su cara mala, pero en el amor, corolario del sentimiento, princeps cordi, príncipe del corazón, esto se ve elevado a la máxima potencia.
El que ama se arriesga, sabe que puede perderlo todo, que al entregarse tanto a otra persona está dejando al descubierto su vulnerabilidad. Es imprescindible —y de una hermosura sin igual— este sentimiento de vulnerabilidad. El amor es confianza y entrega, y la confianza y la entrega tienen puerto común en la vulnerabilidad. La vulnerabilidad es la fuente del desamor; pero el desamor no es solamente lo que se siente en la ruptura. Ni mucho menos. Tampoco tiene por qué ser siempre algo malo. El hombre que ama está condenado —bendita condena— a sufrir pequeños ‘desamores’ de continuo, que son resultado de la desilusión, la pena o la preocupación por la persona amada. Esta es la ineludible contrapartida del amor, donde cobra sentido el sempiterno adagio que sentencia que “el amor es sufrimiento”.
En el noviazgo este sufrimiento es necesario para romper, en una ruptura tan delicada como paulatina, los lazos pasados que deben dejar de existir. En el matrimonio, en cambio, es fuente inagotable de crecimiento de la relación, es la tierra que levantan los caminantes de la apasionante empresa conyugal al azuzar con sus zapatos el polvo del camino. El marido y la mujer emprenden con compromiso fidedigno una andadura por un sendero que deja bellos paisajes en los flancos, un inmenso cielo azul en las alturas y un inescrutable y prometedor futuro en la lontananza; pero todo ello amén del polvo del camino, en detrimento del continuo estado de placer que solo tiene cabida en los sueños.
“Tu calle ya no es tu calle; es una calle cualquiera”, se escucha decir al corazón que estuvo roto a quien ejecutó su ruptura, “porque ahora las calles que huelen a azahar y penetran mis retinas son otras, son las de mi actual esposa”. Aquel que entonces estaba destrozado porque su novia le había dejado, aquel que no veía la luz al final del túnel, acaricia ahora con suavidad el áureo y ondulado pelo de la que hoy es su mujer, mientras ambos disfrutan juntos viendo a sus hijos jugar en el salón de casa.
Hermoso texto bellas palabras y bellos sentimientos.
Por desgracia la vida actual,no permite a todo el mundo poder formalizar un matrimonio convencional,por diversos motivos desde económicos hasta sociales,de esté hecho se aprovechan algunos políticos sin escrúpulos para manipular la opinión,y para perder a la juventud.Por eso es necesario salvaguardar los valores tradicionales y como no,apostar por el amor en vez de por el odio.