Como es de dominio público para el gentío taurino, las gestas de tan frecuentemente como las vemos, las metemos, absurda, pero inevitablemente, en el hatillo de la normalidad. Ver a hombres, aunque algunos todavía no se afeiten, dejarse la piel cada tarde, sufrir sobrecogedoras palizas, cuando no cornadas y seguir como si tal cosa, produce en el tendido un escalofrío y una sensación de verdad, que difícilmente se encuentran fuera de los estos altares de sacrificios, que no dejan de ser los templos taurinos, también llamados cosos o plazas de toros.
He destacado en el título dos nombres, porque de lo contrario, hubiese quedado imposible, puesto que en el frontispicio de la heroicidad, deben figurar todos cuantos se visten por los pies, prestos a entregar su vida en nombre de algo inmarcesible y que sólo está al alcance de los elegidos. Probablemente los toreros, si no los únicos, son unos de los pocos seres humanos, conscientes de la finitud y la mortalidad. Los demás vivimos como si fuésemos inmortales, quitándole a la vida profundidad y cualquier atisbo de trascendencia; caminamos por la más mediocre futilidad.
Algunos, embridados por nuestra impotencia, vivimos a través de las gestas que nos entregan ese puñado de escogidos, seres ungidos de la más genuina inteligencia, para tratar ¿en vano?, de entender la vida y entendernos íntimamente un poco mejor. De la miríada de cosas que se sienten en el tendido durante la liturgia taurina, nada como el momento de la comunión con el torero, que nos sirve para la introspección del yo. Quizá estas líneas están fuera de cacho y estoy resultando patético, pero no dejaré de creer en el ser humano, mientras haya gente cabal que se ponga delante de la muerte y la trate de tú.
En lugar de juegos malabares que a pocos importan, debería hablar de festejos, encierros, cuadrillas o de toda la belleza que encierra el mundillo, mas tras haber vivido una gesta, siempre me refugio en el silencio para tratar de entender lo que ha sucedido a, apenas, unos metros de mí. Todo adquiere una confusión mayor, cuando el oferente lo hace, ante unos cuantos miles de despistados y, en absoluto, quiero clasificar las diferentes y, absolutamente necesarias, sensibilidades que compartimos escaño, no, no soy ningún elitista, pero hay que tener una dignidad y una fortaleza interior, decididamente, fuera de este frívolo mundo, para salir ahí y sobreponerse al dolor físico y a cualquier contingencia, siempre al filo de no sé bien qué.
Resulta hiriente ver a cualquier futbolista dar vueltas y gemidos, tras haber simulado un empujón o una zancadilla, retorcerse implorando la extrema unción y, al cabo de unos segundos, cuando ya ha considerado que ha perdido el tiempo que le interesaba, volver de lo más pichi a seguir corriendo y saltando, hasta el próximo engaño. La comparación, ya me perdonarán, es devastadora, pero tratar con devoción a unos deportistas, con frecuencia ridículos, y ningunear, cuando no insultar, a otros que se quitan los sueros, los puntos y ni se miran los agujeros por donde se les va la vida, resulta más incompresible todavía.
Chacón en Sanlúcar y Roca Rey en Bilbao, como tantos otros, supongo tienen interiorizado que sin ellos y su entrega consciente, muchos otros personajillos grises, como el arriba firmante, perderían mucho interés por la alienante cotidianidad. Yo les doy las gracias desde lo más profundo de mi ser. Sé que mis palabras son sólo eso, palabras, a sabiendas de que lo de ellos es algo más. Mucho más.
Sin dudar del valor de esos toreros, que es indiscutible, lo que me llama la atención es la esterilidad del riesgo que asumen. Me causa asombro y estupefacción que, quien con tanto desparpajo se juega la vida delante del tendido, luego se vaya por los pantalones cuando lo encierren ilegalmente en su casa, se vacuna para que no digan, y no se quita la mascarilla ni para comer, no vaya a ser que lo tilden de insolidario.
Y si, para variar, dedicasen ese valor a algo más útil para la humanidad ¿qué ocurriría?
De momento bastaría con que se suscribiesen a “Alvise pérez telegram”, Acodap, y que se decidiesen a presentar alguna de las denuncias que cuelga ACODAP en su página web. ¿Tendrán valor para eso?