Dice el libreto de las figuras del toreo, que un peón de brega, un banderillero o un picador, deben hacer, por descontado, todo cuanto esté en su mano para que su torero se luzca.
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Desconozco los entresijos de la fiesta, las relaciones entre los diferentes gremios, los dineros, los honores, los dimes, los diretes y así en este plan, pero, aun siendo consciente de la labor de estos personajes imprescindibles, cuando me siento en un tendido, me gusta que todo funcione a la perfección, desde cómo están trazadas las rayas, hasta cómo se ejecuta el paseíllo, cómo suena la banda o cómo se arrastra al toro. Cualquier nimiedad llama mi atención, excuso decirles cómo me duelen los infames puyazos que se perpetran tarde tras tarde, los rehiletes que caen donde caen y un largo etcétera de tropelías, que tenemos que sufrir y dejar a beneficio de inventario. Todo, para que un presunto figurón, tenga dos o tres destellos de lucimiento en treinta y tantas corridas.
Fernando Sánchez, es un torero de plata ¿de plata?, que todo el mundo conoce, entre otras cosas, porque labora pensando en su jefe, o sea, el respetable, y dudo muy mucho, que cuando uno hace las cosas bien, perjudique a su matador, antes al contrario, lo mima. No hablo de dar mil mantazos o pasar en falso cuatro veces o desatender la lidia o pasarse la tarde departiendo en el callejón, hablo de torería. Fernando Sánchez se ha ganado el favor y el fervor de todas las plazas por torear con cualquier torero o novillero y cualquier ganadería y encaste y, siempre, siempre, entregado. No veo, por ningún lado, desdoro hacia su jefe de filas.
Desde arriba se valora y aprecia enormemente su atención, su ayuda, su garbo, su porte y, en fin, su forma de respetar la liturgia.
Suelo ir con mi hija a Las Ventas (o donde nos pille), e indefectiblemente lo que hacemos nada más pasar el umbral del templo correspondiente, es correr en pos del programa de mano, para ver la composición de las cuadrillas, cuando vemos a don Fernando, suspiramos y nos decimos, bueno, al menos, ya tenemos garantizados dos pares asomándose al balcón. Después, es así o no, pero la majeza y ejecución de la suerte están garantizadas, como también lo está, la ventaja tan arriesgada que le da al toro. La emoción, claro, sube por los tendidos rauda y sin distingos entre público o aficionado. La verdad, no juega con los dados ni se entretiene con tramposos juegos circenses.
Tomó parte en la mítica vuelta al ruedo en mitad de la lidia, que tan mal sentó a algunos profesionales, que nunca han visto una alimaña de cerca, no es ningún niño, pero para suerte de unos cuantos, nos quedan dos décadas -al menos-, para seguir disfrutando de él y con él.
Lo hemos visto en los sorteos, pendiente de todo y quedarse hasta el final, quiere esto decir, que las corridas, para él, empiezan mucho antes de vestirse y terminan, imagino, mucho después.
Insisto: desconozco todo sobre los entresijos de la letra pequeña de lo que no se ve, sólo soy un pagano de infantería, que se mueve por donde puede, que se duele por las tomaduras de pelo que ha financiado (las más de las veces y, ¡ay! las que le quedan), pero que seguirá confiando mientras haya Fernandos Sánchez, que dignifiquen el rito taurino con tanta decencia.
No hay muchos como él, porque la mayoría no lidia como es debido y, se me antoja, que eso va en detrimento del toro y, por ende, el lucimiento de nadie.
*Un artículo de Bienvenido Picazo
Si señor. Palabra de Dios.
Buen artículo. Como siempre.