muñecos

Años de experiencia, de reflexión, de observación, de información, de expresión y exposición, han sedimentado en certidumbre que, varias veces contrastada, ha desembocado en convicción incuestionable.

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¿Estamos cultivando generaciones de peleles colectivizados (muñecos rotos)? Hay quienes los llaman generación de cristal, por su fragilidad tanto personal como de grupos y colectivos.

En este orden, más que en ningún otro, sería un error generalizar y, por ello, ya desde ahora, afirmo tajante que hay muchos niños, adolescentes y jóvenes que remontan, se libran, se sobreponen o son educados y cultivan su personal individualidad con un YO que neutraliza y supera el colectivismo simplista y borreguil.

Vayamos al núcleo del problema: Los niños a la edad de 2 y 3 años están en la fase del intenso egoísmo saludable, absolutamente positivo para fortalecer su YO en construcción, en formación; que necesita esa intensidad, ese asegurarse para arraigar, para no ser derribado, perforado por el NOSOTROS que viene pronto, a los 4 años (como norma). Solo un YO sólido integra, favorece y enriquece al NOSOTROS.

La realidad social justifica que los niños sean atendidos fuera del ámbito familiar desde tempranas edades. Lo importante es el dónde, el quién y el cómo.

La ignorancia, la improvisación, planificar desde la política desdeñando el conocimiento y la experiencia, y, como diría Mafalda “de tanto ahorrar en educación nos hemos hecho ricos en ignorancia”. Sin más criterio que la facilidad, la comodidad, la economía y la ignorancia; se sienta a los niños de 2 y 3 años en la escuela, con el personal disponible y al como salga…

Pues bien, lo que sale es que el YO inmaduro en formación y con gran necesidad del sano egoísmo que le fortalece, se ve arrojado en un medio NOSOTROS-VOSOTROS durante muchas horas al día.

Resultado: difuminado en la multitud (más de 3-4 niños en esas edades son multitud) ruidosa y marcial, el YO débil no tiene opciones; se diluye en el grupo. Porque esto dura los años clave, los meses interminables y las largas horas de cada día. El YO se evapora por el elemental principio (que a nivel cerebral está totalmente confirmado) “lo que no se utiliza se pierde”.

Mucho o todo lo que desarrolla el sentido propio del YO ha cambiado: lo importante que soy, mi ritmo de juego libre y divertido, las propias rutinas que delimitan mis formas personales. Mi cubo emocional apenas recibe algunas gotas que nunca le llenarán para que desborde y pueda compartir, esperar, empatizar y cooperar con el NOSOTROS.

El NOSOTROS se desarrolla a destiempo, antes y a costa del YO del niño que ha quedado coartado, neutralizado o eliminado. El sujeto así podado queda para siempre insatisfecho y reclamará siempre que ese vacío sea ocupado, rellenado con química, pues química son las hormonas de la autonomía; hormonas que ha robado la heteronomía del grupo, el colectivo, “la clase”, vosotros, nosotros y ellos.

Esos niños crecen necesitados, por carencia del YO personalizante; van a ser adolescentes y jóvenes que demandan atención de mil maneras, que necesitan ser tranquilizados, serenados porque les falta autoestima, auto-confianza, autonomía. Dependientes del grupo, sujetos a su presión, dóciles a la identidad del grupo por carencia de la propia. Su cubo emocional está perforado, nunca se llenará; nunca serán suficientes la atención, el tiempo, las ayudas, ni siquiera el amor.

Los comportamientos inmaduros abren enormes puertas al bullying, a ser utilizados, a romperse como frágil cristal, a ser fácil pasto de cualquier abuso y adicciones: drogas, juego, sexo, bebida o pantallas.

La etapa estratégica y básica en la formación y fortalecimiento del YO, es la edad de 2 y 3 años. Si en esas edades el NOSOTROS neutraliza por solapamiento al YO inmerso en grupo cuya heteronomía impide la autonomía que personaliza, el resultado a menudo son peleles colectivos, muñecos rotos en vez de personas autónomas y responsables. La escuela a los 2 años es el caldo de cultivo más propicio para ello.

La realidad social puede tener otra respuesta educativa. Hay otro dónde, otro quién y otro cómo.  (Continuará)