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Para un padre, o una madre, no hay mayor amor que el que se siente por un hijo. No hay ningún progenitor que no diera la vida por un hijo, que su esfuerzo y sacrificio personal no quede en segundo lugar cuando se trata de la vida, de la felicidad, de un hijo. Eso solo lo saben quienes tienen la dicha de ser padres, aunque cada vez haya más padres putativos o hijos recortes de maternidad, que era el sitio en los que las monjitas acogían a los de padre desconocido por jornada laboral sexual de aquellas pobres mujeres que, hace muchos años, no tenían otra salida en su vida que buscarse el sustento de forma horizontal.

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El amor paterno/materno filial es mutuo en las familias bien avenidas, educadas, en las que el problema de uno es problema de todos, y se pasan con la misma unión, desasosiego o felicidad los momentos felices y los difíciles, que de todo hay en el transcurrir de la vida.

Un padre, o madre, no duerme si su hijo está enfermo, no deja en manos de terceros su educación de base, esa en la que se aprende a decir gracias, buenos días, en qué puedo ayudarte o qué problema tienes. Lucha con él si cae en una adición, le ayuda, le protege y pone todos los medios a su alcance para salir adelante. Le consuela en sus fracasos y le felicita y festeja sus triunfos.

Cuando da sus primeros pasos lo lleva a un buen colegio, aprende varios idiomas, le enseña las triquiñuelas de su profesión, estudios en una de las mejores universidades del mundo, muchas novias porque el chavalote es guapo y lo vale, lo lleva en la sangre, aunque nadie puede decir de este agua no beberé ni este cura no es mi padre, porque nunca sabremos lo que han hecho nuestros antepasados y hay veces que creemos proceder de Castilla -Campos- y a lo peor son valencianos, que los militares siempre han estado destinados en muchos sitios y los temblores de piernas no es nada nuevo, que a una tal Eva le picó hace muchos años una serpiente y no ha dejado de rascarse desde entonces.

Su padre he was such a poor poor man decía mi profesora de inglés, tuvo algunos negocios que le reportaron buenos dividendos, pero la justicia archivó siempre las causas contra él y, de hecho, y de derecho, gozaba de la misma libertad que cualquier otro ciudadano de aquel país.

Pero, sorpresas te da la vida, el hijo encontró un trabajo bien remunerado y con poco esfuerzo porque lo único que realmente hacía era asistir a fiestas y cócteles en representación de la empresa, y permanecer estático como aquellas figurillas de escayola, estilizadas y de colores, que adornaban muchas casas en el siglo pasado, a imagen y semejanza de los mármoles de Carrara que había en los museos y en las casas de los grandes y verdaderos ricos, porque “el hábito no hace al monje”, que se conoce por sus buenas obras y no por el paño que viste.

El caso es que por quítame esas pajas, o esos polvos, que para este cuento datado en un bolivariano país de América Latina, es igual, el hijo retiró la palabra al padre que, ya anciano y con pocos recursos físicos a su alcance, vivió en soledad la espera del sueño eterno, añorando el calor de su familia y el amor de su hijo, que antepuso una canción, un corrido mejicano; un puesto de trabajo, amenazado de forma constante por el consejo de administración de su empresa con destituirlo; y una esperada pensión, ya veremos si llega a la jubilación con lo revuelto que está el mundo, al amor debido a quien te ha dado la vida, en cualquier y toda circunstancia que se presente.

En la antigüedad, o sea, no hace más de veinte o treinta años, cuando alguien se casaba lo hacía mediante el compromiso de “Yo, te quiero a ti, como esposo y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida”. Eso también era para el amor entre padres e hijos. Era …. Un día, mi padre me dijo: “Hijo, que la era nunca sea era”.

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Antonio Campos nació en Ciudad Real, en la España del queso amarillo y la leche en polvo de los americanos. Licenciado en Económicas, Diplomado en Humanidades, PDG por el IESE. Ha trabajado durante muchos años en un importante grupo multinacional del sector financiero, al que reconoce estar agradecido por haberle dado la oportunidad de desarrollarse profesional, académica, personal y humanamente. Conseguida cierta estabilidad profesional y dineraria, volvió a su verdadera pasión de juventud, escribir; desde entonces, han sido cuatro libros y unos dos mil artículos de opinión, económica y política, publicados en diferentes medios de comunicación, pretendiendo conjugar la libertad individual o personal (el progresismo) con la libertad económica (el conservadurismo), elogiando las ideas y no las ideologías. Y lo hace, dice, pretendidamente independiente, ideológica y socialmente, con la libertad de quien tiene libre el tiempo, el pensamiento y la palabra.