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Cada día primero del mes de mayo se conmemora el Día Internacional del Trabajo, que tiene su origen en el movimiento obrero de finales del siglo XIX que consiguió instaurar la jornada laboral de ocho horas; en España se celebró por primera vez en 1889 y fue declarado día de fiesta nacional en el año 1931; tras la etapa franquista, se volvió a legalizar en 1978.

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La gran manifestación que todos los años -excluimos los dos pandémicos anteriores- se lleva a cabo en Madrid, organizada, protagonizada y liderada por los dos sindicatos afines al social-comunismo, UGT y CCOO, este año ha concentrado a unas 10.000 personas según la Delegación del Gobierno (PSOE), lo que es lo mismo, un porcentaje ridículo no ya comparado con los asalariados existentes en el país sino con el número de “liberados” que ambos sindicatos tienen.

Han asistido la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, que se ha convertido en protagonista de la reunión proclamando el éxito de la reforma laboral llevada a cabo por el Gobierno -creo que no le ha dado tiempo a ver los últimos datos de creación de empleo- y ha confirmado que se va a legislar una  Ley de Participación Institucional, que supondrá una retribución para los sindicatos por su participación en la negociación de reformas sociales, que supongo habrá sido muy bien acogida por los empresarios porque crea un problema donde no lo había;  la titular de Educación, Pilar Alegría, que lleva a sus hijos al Liceo Francés al mismo tiempo que masacra la educación pública retorciéndola y adaptándola a su ideario político; el de Asuntos Sociales, Alberto Garzón, el que no quiere que comamos nada más que lentejas y algarrobas; y la portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez, manchega, de Abenójar, exalcaldesa digna del municipio que presidía, Puertollano, el pueblo de las dos mentiras, que ni es puerto ni es llano; y los líderes sindicales Unai Sordo y Pepe Álvarez, que no se acuerdan donde está la fábrica en la que trabajaban.

La reclamación general es a la patronal, para que firme un acuerdo que incluya “fórmulas salariales que garanticen el mantenimiento del poder de compra y cláusulas de revisión salarial”. Tenemos un problema, la pescadilla que se muerde la cola: El Estado ha gastado en subvenciones a estómagos agradecidos en vez de invertir en ayudar y promover industrias y empresas de alto valor añadido por lo que la productividad por empleado es muy inferior a la de la mayor parte de los países de nuestro entorno, motivo por el que una subida salarial cercana a las dos cifras es, hoy por hoy, inviable.

La otra protagonista de la jornada ha sido Mónica García, lideresa del partido Más Madrid, que ha exigido (¿) a Díaz Ayuso en Madrid que los sanitarios y empleados de la construcción trabajen sólo cuatro días a la semana, sin merma de los ingresos; que las mujeres no trabajen cuando tengan que tomar ibuprofeno por dolor menstrual; y que los jóvenes quieren tener tiempo para “no hacer nada”. Todo ello porque “desde Más Madrid somos firmes defensores de avanzar hacia jornadas más cortas sin bajar el salario para disponer de más tiempo y de vidas mejores”. La verdad, con la que está cayendo en España y en el mundo entero, no sé si hay una generación que nació antes de los nueve meses de gestación.

Y esto ha sido todo, un claro ejemplo que lo que el español de a pie quiere, ese que se levanta todos los días muy temprano para ir a trabajar, es que le dejen tranquilo y descansar en su día de asueto, sin que nadie de los que viven de la mamandurria venga a soliviantarlo.

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Antonio Campos nació en Ciudad Real, en la España del queso amarillo y la leche en polvo de los americanos. Licenciado en Económicas, Diplomado en Humanidades, PDG por el IESE. Ha trabajado durante muchos años en un importante grupo multinacional del sector financiero, al que reconoce estar agradecido por haberle dado la oportunidad de desarrollarse profesional, académica, personal y humanamente. Conseguida cierta estabilidad profesional y dineraria, volvió a su verdadera pasión de juventud, escribir; desde entonces, han sido cuatro libros y unos dos mil artículos de opinión, económica y política, publicados en diferentes medios de comunicación, pretendiendo conjugar la libertad individual o personal (el progresismo) con la libertad económica (el conservadurismo), elogiando las ideas y no las ideologías. Y lo hace, dice, pretendidamente independiente, ideológica y socialmente, con la libertad de quien tiene libre el tiempo, el pensamiento y la palabra.