educación

Decía el insigne filósofo Antonio Escohotado, que el país que tiene por ciudadanos a gente educada es rico: así, tan seco, tan directo, tan simple y tan complejo a la vez. Puede sonar a broma, mas si le prestamos unos momentos de reflexión, no cabe la menor duda de que don Antonio estaba en lo cierto.

[Vacantes de Florette en varias ubicaciones de España]

Es verdad que los conceptos de urbanidad, educación o respeto, pongo por caso, han sufrido enormes cambios a lo largo de la historia, pero es en estos tiempos presentes donde, por primera vez, tenemos que convivir con la paradoja de que los mayores están al servicio de los más jóvenes. Estoy mezclando, a sabiendas, culturas, países, categorías sociales, sexos, edades y otros elementos, que podrían servir como atenuantes a tan extraordinaria teoría. Los matices, tendrían cabida en un ensayo, pero en un articulito, no hay mucho espacio para ello.

Viene todo esto a colación de que ya estoy un poco harto de que las bicicletas me arrollen cuando voy por la acera, de que el tuteo se haya convertido en obligatorio y no sólo entre el común, de que el trato de usted sea sospechoso de todo, empezando por el de ser un emboscado fascista, de que cualquier botarate ocupe tres asientos en una sala de espera, poniendo mochilas o bolsos o tumbándose, como a menudo ocurre en las estaciones de autobuses, trenes o aeropuertos, de que se pongan los pies encima de cualquier asiento público, de las músicas estridentes en cualquier tienda, de que el personal se siente como si estuviese en el sofá de su casa, de que cualquiera se peine sin rubor en una sala de reunión, de que coma en el metro, de que grite al de enfrente o al de al lado, de que se salude a un amigote tocando el claxon, de que “tengo derecho”, de que me salto la cola porque soy muy listo, de que nadie dé las gracias, de que nadie pida nada por favor -me hace gracia el chiste ese que dice que todos los camareros en España se llaman “Perdona”-, de que los críos hayan perdido el norte y se consideren con potestad para tutear y/o maltratar -en sus diferente formas-, a sus mayores, ¡ay! de quien ose afear a un niñato, el tirar un papel, beber o berrear en la calle.

Todo esto, evidentemente, no tiene una influencia directa en los indicadores que componen el Producto Interior Bruto, pero qué enriquecedor resultaría si volviésemos a tratarnos con respeto los unos a los otros. Respeto, dice usted: eso ¿qué es lo que es?

Más de una vez y más de dos, he tenido que explicar a gente universitaria, leída y viajadísima, el significado de palabras como urbanidad o que no se debe comer en cualquier lugar o que no se debe entrar en un templo en tirantes o en bermudas o en chanclas o que hay que descubrirse cuando se entra bajo cualquier techo. Cosas estas elementales cuando yo tomé la primera Comunión, pero que infelizmente se han perdido con el paso del tiempo y los programas de televisión. Lo moderno es el tuteo, ¡tío!

Se puede tener petróleo, se pueden tener materias primas, universidades punteras, académicos, campeonatos de fútbol, clásicos escritos, lo que ustedes quieran, pero si no tenemos unos mínimos de educación, indefectiblemente, estamos abocados a la desaparición.

El PIB vive de no sé qué variables, pero estamos apañados, si poco a poco esas variables, las van manejando gañanes absorbidos por el tanto por ciento, que están más pendientes del teléfono, que de mantener una mínima conversación o que interrumpen o que corren por los pasillos o que empujan en pos de la mejor ubicación para la foto, para trincar el jamón o para lo que sea menester. Con tanta estabulación, estamos perdiendo el sentido de la elegancia, el buen vestir, las buenas maneras, en suma, unos mínimos para la convivencia en armonía.

La única manera de ir recuperando un poco el estropicio, es dejar de ver inmediatamente la televisión. O verla sin sonido, en caso de que se trate de la retransmisión de algún evento que nos pueda interesar. Tanto grito, tanto compadreo, tanto forofo, tanto “qué más da”, me tiene completamente aturdido. Pero ¿a quién le importa, que a un pelagatos, le importen estas cosas tan accesorias?

*Un artículo de Bienvenido Picazo

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