Reproducimos un artículo publicado en el semanario El Ruedo en diciembre de 1959. Un artículo firmado por Luis G. Sicilia y titulado “De Guerrita a Manolete, pasando por Belmonte” y que dice así:
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«Son frecuentes las discusiones entre aficionados jóvenes y antiguos sobre el toreo de antes y de ahora. Uno. por su edad, llegó a presenciar las diferentes evoluciones que el toreo ha sufrido desde principios de siglo hasta nuestros días. Alcancé a ver a Antonio Fuentes, a Minuto y a Mazantini, y en plena juventud viví la época de Bomba, Machaco y Vicente Pastor. En esa época, en la que se lidiaba mejor que se toreaba, no podía gastárseles bromas a aquellos tofos, porque el sentido que da la edad no lo permitía. Por eso, antes de pasárselos por la faja había que lidiarlos. Recuerdo aquellos pases por bajo de Ricardo Torres, Bombita, con el compás abierto y sin gran ajuste, pero con pleno dominio de la suerte. La sobriedad de Vicente Pastor cuando marchaba a enfrentarse con la res, con la muleta y la espá, marcando el paso, y aguantaba estoico el embroque con el monto. Y recuerdo también el coraje de Machaquito y el aplomo de Manuel Mejías Bienvenida, el Papa- Negro.
Pero el toro cada vez va necesitando menos lidia y los toreros van depurando los estilos, y el resultado es que hoy se lidia menos y se torea mejor y —¿por qué no decirlo? — más bonito.
Vamos a dar algunos datos sobre aquel toreo y este de ahora para que el lector juzgue por su cuenta:
Bienvenida, —nos referimos, claro está, a don Manuel— hizo famoso un pase que consistía en citar al toro con los dos pies juntos y con la muleta y el estoque en cruz, aguantarle la arrancada sin moverse, levantar el telón y dejar que el toro pasase cerca de la figura gallarda del torero. Los aficionados bautizaron el muletazo con el nombre de pase de la muerte, a raíz de sufrir el gran torero una grave cornada, precisamente al realizar esta suerte. Pues bien, hoy son muchos los matadores de toros y de novillos que dan no uno, sino varios pases de la muerte, sin que por ello el público sufra suspense alguno.
Otro botón de muestra es el siguiente: a Vicente Pastor se le concedió la primera oreja otorgada en Madrid. Por aquel tiempo había cierta competencia artística entre el de Embajadores y Machaquito, y éste, en su_ primera actuación en la Plaza madrileña, después de serle concedido el apéndice a Vicente Pastor, salió dispuesto a lograr tan preciado galardón, y le bastó para ello salir muleta en ristre, con las dos rodillas en tierra, y dar un par de muletazos por alto, y ya en pie, redondear una faena a su estilo, en la que predominaba siempre el pase de pecho. Un certero volapié y el cordobés empató a apéndices, con el madrileño. En la actualidad he visto dar Hasta veinte muletazos sin despegar las rodillas de la arena.
Fueron apagándose por ley de vida aquellas figuras y surgieron Joselito y Belmonte. Aquél, toda sabiduría, siguió guardando la distancia de sus antecesores, pero Juan Belmonte la acortó. ¡Era maravilloso ver a Juan! Su figura, nada gallarda, adquiría una bella plasticidad al fundirse con el toro. «¡No se puede torear así!», decía el público. Y Juan demostró que si se podía torear así. Aquel pase natural de Belmonte citando de frente, en auténtica, posición natural, adelantando la muleta para prender en ella a la res y tirar derecho, suave, era sencillamente prodigioso.
Y llegó Manolete, que acortó aún más la distancia al límite, pero aquel pase natural de Belmonte no lo volveríamos a ver más. Manolete se hizo su toreo y el pase natural lo convirtió en un pase de castado, pegando totalmente el muslo derecho al pitón izquierdo del toro, por lo que se aprovechaba totalmente la arrancada del burel. Claro que había que tener el valor que derrochaba Manolete para pisar con aquella tranquilidad ese terreno. Ahora, de vez en cuando vemos a algunos toreros, entre ellos a Antonio Bienvenida, ejecutar la suerte natural como mandan los cánones; pero el natural, mistificado de Manolete se prodiga demasiado.
Con la capa también se ha depurado mucho el estilo. Basta repasar la colección de cualquier revista de ayer y ver las de hoy. En éstas, el torero y el toro forman un solo bloque, mientras en épocas pasadas la distancia es más prudente.
En lo que ha perdido puntos la Fiesta es en la suerte suprema. Recordamos los espadazos de Vicente Pastor, precedidos de un saltito; el estilo limpio y valeroso de Vale rito y de Martín Vázquez y los volapiés de Machaquito, previo su singular paso atrás. Hoy, de vez en vez nos dan muestra de su buena clase como matadores Luis Miguel Dominguín, Antonio Ordóñez, Rafael Ortega, Jaime Ostos y algún otro, y creemos que si no prodigan más la ejecución perfecta del volapié es porque la mayoría del público —no hablo de los aficionados — no aprecia la suerte en el mérito y riesgo que tiene.
Se censuran mucho las suertes inas —ortinas, manoletinas, chicuelinas, etc.—. Mi opinión es que como adorno, como complemento de una faena saturada de los pases básicos del toreo, el natural, el redondo y el de pecho, son admirables, como toda buena comida debe ser rematada con un buen postre.
La afición ha aumentado, a pesar de tenerse que enfrentar con un enemigo que antes no existía: el fútbol. Pero para salir al paso de ciertas propagandas tendenciosas que airean la decadencia, queremos dejar sentados estos pequeños detalles: Yo presencié corridas en la Plaza vieja con tres figuras del momento y media entrada. Y téngase en cuenta que di aforo total era de 13.000 espectadores.
Hoy vemos frecuentemente llena la Monumental en cuanto el cartel tiene algo de tirón y su aforo es el doble. En aquellos tiempos se podía ver el festeja hasta por seis reates y hoy cuesta mucho, pero mucho más, un boleto. Concretando, que es gerundio: la temporada pasada, en la feria de Algeciras se cobraron a más de 200 pesetas las localidades sin numerar. Y por hoy no va más».