Harán pronto doce años que mi mujer y yo tuvimos la oportunidad, y la suerte, de conocer a Federico Manzano Recio y a su mujer, Piru. Fue el verano de 2010, en la malagueña playa de Fuengirola y, aunque parezca increíble, gracias a una sombrilla. Desde entonces, esa bonita y acogedora ciudad malagueña, se ha convertido en nuestro acostumbrado punto de encuentro y reuniones, varios cada año, Semana Santa, Verano o Navidad, en los que se ha ido fraguando una buena y creciente amistad.
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Fruto de ella, se presentó la oportunidad, el pasado verano, de hacer una visita a la legendaria ciudad de Antequera, en la que residen, para, entre otras cosas, visitar su despacho-museo. Una ciudad a la que no había vuelto desde 1992 y, antes, como escala obligada, a veces, de los viajes entre Córdoba y Montejaque, en los cortísimos fines de semana de los veranos de 1970 y 1971, en los que me tocó hacer los campamentos de la antigua I. P. S., la Instrucción Premilitar Superior, más conocida como Milicias Universitarias. Y una ciudad de la que he sabido más, por la lectura de uno de los libros de otro antequerano ilustre, José Luis Sánchez Garrido, titulado “La conquista de la Antequera musulmana”, que desde aquí recomiendo.
Ya había tenido ocasión de comprobar, en su “taller” fuengiroleño, la capacidad artística de Federico, tan diferente de su profesión de economista y auditor, por la que es muy conocido. Aunque, tal vez esa capacidad de observación, desarrollada en su trabajo, tenga algo que ver con esa otra que le lleva a intuir, en restos cotidianos, lo que nadie sería capaz de ver.
Y es que, nuestro amigo, tiene la habilidad de sacar lo más increíble de residuos tales como una simple botella de plástico, sus tapones, un bidón, unas latas, unos botones o los más inimaginables restos de lo que cada día despreciamos el común de los mortales y acaba en un vertedero o se va por desagües y sumideros.
Nada escapa a la sagaz imaginación de Federico, para conseguir objetos tan diversos como los más dispares elementos de transporte, civil o militar, terrestre, aéreo o marítimo, como el camión de bomberos que puede verse más abajo. También, innumerables piezas de armamento, desde las más simples hasta el sofisticado portaaviones de la foto superior y numerosos carros de combate.
No faltan tampoco, piezas muy comunes de nuestra vida diaria y costumbres. Así, podemos recrearnos observando una UVI móvil, con todo lujo de detalles, camilla, luces e instrumentos; lo mismo que unas carretas rocieras o la típica calesa de los paseos por nuestras ferias de caballos.
Como buen cofrade, tenía que haber una estupenda representación de nuestra querida Semana Santa, en la que no pueden faltar algunos pasos. Entre otros, el de nuestro Jesús Nazareno con la Cruz a cuestas, uno de lo más característicos de las procesiones que recorren en estos días las calles de todas las ciudades de España.
Todo ello con un detalle y precisión tales, que llevan a su autor a dejar escrito, para cada obra, las piezas de las que consta, las horas empleadas en su montaje y el periodo de ejecución, como se puede ver más abajo, para el caso de una de sus carretas rocieras, antes citadas.
Termino diciendo que sería imposible, siquiera citar, no ya reproducir, en un artículo, las más de ochenta maquetas salidas de su imaginación y de sus manos, por lo que, desde aquí, quisiera animar a las autoridades municipales antequeranas para impulsar una exposición permanente de este gran y minucioso trabajo de su paisano, mezcla de arte y reciclaje que, sin duda, haría las delicias de locales y foráneos y, quién sabe, si un reclamo más para la visita a esta entrañable villa. Y animo al artista a seguir ampliando su obra, para admiración y deleite de cuantos tengan la oportunidad de visitar este original y “ecologista” museo –ahora que está tan valorada esa corriente–.