Me confesaba una vez un torero, que ahora viaja en primera clase, que nunca había visto a un rejoneador pasar miedo. Venía esto a cuento de mi insistencia en preguntar, cada vez que me encuentro con quien se juega la vida una y mil veces: ¿qué es el miedo? Sigo sin tener una respuesta convincente, porque lo que a mí me intriga, es lo que hace que un ser inteligente, trate de hacer arte, a cambio de exponerse de una forma tal cabal como brutal. Los urbanitas, es lo que tenemos, pensamos que sabemos, pero sabemos que no pensamos, nos limitamos a seguir la linde –aunque se acabe-, queremos tenerlo todo liofilizado. Así nos va.
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Lo del rejoneo es una cosa que todavía no he podido asir, se me queda un poco grande y no porque no crea en él, pero me parecen demasiado descaradas las ventajas del caballero, respecto del desmochado toro. No me quiero despeñar por caminos que se me escapan, pero tampoco quiero pasar por alto, que, en la mayoría de las ocasiones, los jinetes se pasan la vida mirando al tendido, reclamando de este clamor, aplausos y adulación. Quizá sea la parte que más me incomoda de todo ese espectáculo, ¿por qué conminar a las ovaciones, cual si de un programa de televisión se tratase?
Antiguamente, la mayoría de los toreros eran sobrios en su gestualidad, pero quizá llevados por esta infausta moda, quien más quien menos, o sea la inmensa mayoría: abrochan las series con cabezazos, golpes de pecho y otros histrionismos que afean lastimosamente el cuadro. Muecas, flequillos al viento, amaneramientos exagerados, vaya, todo lo que resulta forzado y, en consecuencia, antinatural. El colmo del paroxismo llega, cuando el requerimiento del lance llega tras haber dado un mantazo, clavado los rehiletes en la penca o tras un infame sartenazo. El público, a veces, se enerva ante tanta efusión e histeria por parte del torero demandante del reconocimiento facilón. Nada tan profundo como un gesto, un pase, un quite, sin dar tres cuartos al pregonero ni tener en cuenta a la galería. Como los pases mirando al tendido, que de tanto como se perpetran, resultan patéticos.
No entiendo cómo los mentores, apoderados y asistentes artísticos, no les dicen a sus pupilos que no, que así no, que el público, al menos el aficionado, no va a las plazas a ver pintamonas, va a recogerse y a presenciar una liturgia sin histriones ni gestos vacuos.
Resulta penoso presenciar algo digno y estupendo, afeado por una mueca o un grito estentóreo.
El toreo, requiere naturalidad, exige naturalidad, en caso de que se quiera hacer de verdad.
En los novilleros, más o menos, tiene un pase, pero en gentes consagradas, puede llegar a resultar grotesco.
Los rejoneadores, han creado escuela en todo el toreo a pie y no sólo en cuanto a la puesta en escena; y como clavan donde clavan, consiguientemente puyazos, banderillas y estoques, buscan con fruición cualquier parte del toro, ya sea el lomo, los costillares, brazuelos, grupas, hasta la penca se van algunos. El noble arte de Marialba, parece seguir teniendo cierto ascendente -para mal-, entre la torería andante.
P.D. – En un anterior artículo, llevado por el trampantojo del monoencaste y el hispalense bicartel, creí que Plaza 1, habría perpetrado también la isidrada, pues bien, me desdigo y afirmo, que lo de Madrid, al menos en cuanto a la cartelería y la programación, sí es una feria. En la Villa y Corte, sólo falta un pregón comm´il faut.
*Un artículo de Bienvenido Picazo
Algo parecido sucede con los tenistas, estos ganando el partido, se lanzan al suelo en un signo de estupidez, de falso cansancio y payasadas mil. Se supone que son deportistas de élite con una formación física especial. ¿No pueden aguantar un poquito más y dignarse saludar al noble rival que le espera para felicitarle?
Ya la estupidez y los pintamonas ejecutores de “histrionismos y gestos vacuos”, como se dice en el articulo, son mayoría, no hay un deporte o una actividad en que no se encuentre el simplón que reclame el aplauso y el alago de alguien, el público en este caso, un público que en realidad es tan palurdo como el que reclama su aprobación.
“La vulgaridad tiene muy fija clientela, y el mayor peligro de los coros manifestantes quizá sea el del posible y llamador éxito en el recuento de las actividades vulgares”.
Saludos.
Supongo que es la evolución del toreo. Toreo 2.0, versión donde los toreros influencers, triunfan más que los toreros que realizan una faena limpia y pulcra. Una evolución, que no respeta los canones del toreo. Como todo en la vida, todo esta en constante evolución y como diría el nostálgico, cualquier tiempo pasado fue mejor.
Buen artículo, como siempre. Buena feria en la Corte.