Todo ser humano siente curiosidad por “algo”. Cierto que ese “algo” puede ser distinto en cada persona pero no la curiosidad, que es, en sí misma, indistinguible. La curiosidad es un sentimiento común, que nos une a todos, por encima de cualquier diferencia. Y si todos lo compartimos ¿No es porque está en nuestra naturaleza? ¿No es porque los seres humanos somos esencialmente curiosos?

Decir que la curiosidad es esencial es como decir que no hay nada que la cause, es como decir que es la causa última. Más allá de la curiosidad nada hay y más acá, hay distintos objetos sobre los cuales proyectarla. Somos libres para elegir proyectar nuestra curiosidad en uno u otro objeto pero no para elegir ser curiosos o no. La curiosidad es pues una obligación: Nos obliga a aumentar nuestro conocimiento, a evolucionar, a superarnos, es inevitable.

Dejarse llevar por la curiosidad es pues “lo natural”, es así como vamos informándonos y tomando consciencia. Cierto que esa toma de consciencia se puede favorecer, más o menos, según proyectemos nuestra curiosidad sobre unos u otros objetos. La elección del objeto acelera o ralentiza la evolución pero nunca puede pararla del todo, pues estando vivo, es inevitable pasar por ciertas experiencias y adquirir un mínimo conocimiento, aunque sea sin querer. Curiosidad y trascendencia son, por tanto, “una misma cosa”: La curiosidad añade conocimiento con el que se supera -o trasciende- el que se tenía, y así se va expandiendo, ampliando la consciencia. (El ser humano es como un volcán, como una montaña que va creciendo sobre sus propias cenizas, valga la metáfora).

Si para acelerar la evolución hay que dar rienda suelta a la curiosidad, para ralentizarla habría que amarrarla, que es lo que se intenta con los niños, por ejemplo, a través del “sistema educativo”, sustituyendo su inagotable curiosidad por creencias que, al resultar ilógicas, al no poderse razonar, boicotean la natural expansión de la mente (Las creencias no crecen y no pueden, por tanto, causar crecimiento alguno. Es por eso que las mismas valen para personas de ocho años y también de ochenta).

Creer conlleva, siempre, atraso y sectarismo. De acuerdo con el diccionario, una secta es, bien una doctrina que se diferencia de otra, bien el conjunto de seguidores de esa doctrina que se diferencia de otra. El diccionario pone énfasis en la diferenciación, en la separación. Una secta es pues una auto-marginación de ciertos seres humanos, que tienden a cerrar sus mentes e incluso a encerrar sus cuerpos, como hicieron los judíos,  ya en la edad media. con sus aljamas (O “ghettos”).

Ser sectario implica pues mantener la voluntad de permanecer separado y mantener también la voluntad de no dejarse llevar por la curiosidad. Ninguna secta fomenta la curiosidad, el amor por la sorpresa, sino que, por contra, fomentan el rito, la repetición, que es por definición, un boicot a la curiosidad. Ninguna secta prevé la superación de sus creencias y eso nos da noticia de su intrascendencia. Toda creencia choca con la propia experiencia y bloquea el raciocinio, la adición de conocimiento, la toma de consciencia, la evolución mental.

Todo creyente estaría condenado a no evolucionar, a permanecer eternamente encadenado a sus creencias, si no fuera porque resulta imposible “desenchufar” la curiosidad; y así, es su propia curiosidad la que le lleva, más pronto o más tarde, a desilusionarse de sus creencias ¿Y qué es la desilusión sino la vuelta a la realidad, el final del engaño? No son pocos los que, desilusionados, han abandonado y están abandonando las religiones institucionalizadas y también los partidos políticos, al darse cuenta de que son sectas que nos mantienen separados, atrincherados, sin posibilidad alguna de superar, de trascender esa separación. El abandono del sectarismo, del partidismo, es necesario, imprescindible, para seguir evolucionando hacia la comprensión de la unidad, hacia la causa última, y está sucediendo, se quiera o no. Todos podemos acelerar nuestro proceso o ralentizarlo, dependiendo del objeto sobre el que proyectemos nuestra atención pero pararlo resulta imposible pues ¿Quién podría matar tu curiosidad?¿Acaso crees que se puede matar a Dios?

 

5 Comentarios

  1. Los hombres máquina no tienen curiosidad, ni por sí mismos, ni por su entorno. Tan sólo se limitan a ejecutar su programación. No hay nada más. No hay Alma. No hay Consciencia. El drama es que de este tipo de “entidades con base de carbono” hay un 60% de la población.

    Si buscas bien, en el cine encontrarás las preguntas y las respuestas: Kronos, el fin de la Humanidad (2020). Los seres humanos crearon una inteligencia que los superó. Esa era su propósito.
    Cuando nuestra esperanza consiste en crear máquinas más humanas que los humanos.
    Disidencia + Acción = RESISTENCIA
    https://t.me/resistencia_costa_dorada/56

    Podéis ver mejor la escena en nuestro canal de YouTube:
    https://www.youtube.com/channel/UC-NrIDAFBpEKm_H5kIDJBrA

  2. Concuerdo, el luto de la ficción es un tránsito duro, aunque siempre muere lo falso y pasa a formar parte del compost para el arte, de donde nunca debe salir.

  3. Dice el refrán,que la curiosidad mató al gato.Ahora que se habla tanto de naves antigravedad pilotadas por alienigenas para unos,o ‘robots hibridos’,para otros…hay que decir que ante un avistamiento lo mejor es mantener las distancias,pues estas naves llevan una gran carga de altos voltages eléctricos y producen radiación…algunos movidos por la curiosidad al acercarse demasiado a naves que han descendido a veces…han terminado con graves quemaduras por radiación o contaminación nuclear.Los Gobiernos de USA de Rusia y de China compiten para fabricar el más rápido…el más caro,uno de estos aparatos puede costar hasta mil millones de dólares.

Comments are closed.