Córdoba estrena este año su nuevo traje de azahar, su ligero aroma a incienso le está dando un nuevo aíre de luz en esta nueva Semana Santa. Una vez más, las puertas de sus iglesias se abren de par en par, después de dos años las puertas de la Santa Catedral se volvieron romperse para dar entrada al nazareno, su Madre María Santísima, va tras suya como si fuese el camino al Gólgota.
[¿Te gustaría trabajar como modelo?]
Después de dos años hemos vuelto a expresar nuestra Fe, los sentidos de los cofrades y sus costaleros volvieron a echarse a cuestas las andas del sufrimiento en la Cruz de Jesucristo y de la Virgen María su Santa Madre. Llorando el dolor que le aflige y le tortura. Córdoba, ha vuelto a renacer con su Semana de Pasión y de Gloria. En estos días la vida de la ciudad se transforma, la esencia de su pueblo se hace realidad llena de cofrades y costaleros.
El sonido de la saeta vuelve tronar en forma de rezo y plegaria, al unísono de la asonancia de sus varales. Un día me dijo un capataz de un paso que, para sentir la Semana Santa, hay que meterse abajo del palio. Bien que era verdad, lo comprobé bajo el paso del Cristo de la Clemencia, donde sale triunfal la tarde-noche del Viernes Santo de la Iglesia Hospital de San Jacinto en su plaza de capuchinos.
En recuerdo de mi querida abuela Rafaela en su Semana Santa. ¿Qué porqué digo su Semana Santa? Los últimos años de su vida, solamente salía para ver los pasos en su querido barrio de San Lorenzo, cerca de su casa donde vivíamos, en la calle Escañuela. En la esquina de esa calle que da a la Iglesia de San Lorenzo, la abuela Rafaela le cantaba sus oraciones en forma de saeta al Señor del Calvario, a la Virgen del Mayor Dolor, al Esparraguero (Cristo de Gracia) y al Rescatado. ¡Casi na!.
Por obligación y por devoción de como rezaba en voz alta la abuela Rafaela, todos los pasos se paraban allí, delante de ella. Tenía por costumbre que, hasta que no paraba el paso o el paso de palio, no empezaba la saeta. Bien por martinetes o seguiriyas, mejor dicho: la flamenca o la primitiva, cualesquiera de estos dos palos la voz timbrada, dulce, y como dicen algunos eruditos de color blanco, la abuela Rafaela, cantaba la saeta como los ángeles algunos la llamaban la Trujillo, por su primer apellido.
Uno de aquellos años, mi primo Rafa y el que asiente este formulario de vivencia, nos la llevamos a trancas y barrancas a nuestra abuela a la plaza de los Dolores para ver salir de la iglesia Hospital de San Jacinto estos dos pasos: El Cristo de la Clemencia y Nuestra Señora de los Dolores. Las lágrimas en los ojos de aquel día, se han juntado con las de ahora cuando estoy escribiendo estas notas, Mi mano izquierda se agarró a la mano derecha de mi abuela y la mano derecha de mi primo Rafa, oprimió la izquierda de nuestra querida abuela Rafaela.
Aquella voz timbrada y dulce empezó a vibrar en su garganta, el silencio de aquella plaza se enmudeció al completo, no se oía ni el chisporrotear de lo sirios blancos de los nazarenos, solamente se oía, un solitario tambor de la banda de música con un leve ruido de acompañamiento: Hospital de San Jacinto/ cubre tus puertas de flores/ que viene por tu recinto/ la Virgen de los Dolores/ para el entierro de Cristo.
Aquella noche la plaza del Cristo de los Faroles se llenó de María, en mi corazón veía engrandecerse hasta cubrir a los presentes su blanco manto. Mi primo Rafa me miraba de soslayo, tímidamente. Posiblemente fue en aquella plaza lo que ahora retengo en mí ya quebrajado instinto. Por eso evoco todo esto en recuerdo de mi abuela y su Semana Santa.
Y todo el pueblo sala a la calle, cuando en el lánguido y triste atardecer del Viernes Santo, mientras redoblan en la humanidad campanas de muerte. Ella, la Virgen quiere venir hasta nosotros, arropada por el calor de sus gentes, rodeada de cera y flores blancas, y como no, con la noche y el cielo como palio, porque solo el cielo puede cobijar tanta grandeza. Aún retumba en mi mente el redoble de tambores y los sonidos de las trompetas de aquella noche en la plaza del Cristo de los Faroles.
En recuerdo y dedicado a los niños, de ayer, hombres de hoy a sus hijos y sus padres si viven y no están eliminados. Por un mundo donde el horror que vivimos ¡ACABE ¡Al ver hoy esas procesiones de nuevo y acompañarlas no solo lo ves un acto increíblemente revolucionario, además la tristeza y la emoción te devuelven a ese ayer.
LA PEDRADA
José María Gabriel y Galán
Cuando pasa el Nazareno
de la túnica morada
Con la frente ensangrentada
la mirada de Dios bueno y la soga al cuello echada
el pecado me tortura,
las entrañas se me anegan
en torrentes de amargura
y las lágrimas me ciegan y me hiere la ternura …
Yo he nacido en esos llanos
de la estepa castellana
cuando había unos cristianos
que Vivian como hermanos en república cristiana
Me enseñaron a rezar y enseñaron me a sentir
Y me enseñaron amar;
Y como amar es sufrir también aprendí a llorar.
Cuando esta fecha caía
Sobre los pobres lugares
La vida se entristecía, cerrabanse los hogares
Y el pobre templo se abría.
Y detrás del Nazareno de la frente coronada
Por aquel de espigas lleno
Campo dulce, campo ameno
De la aldea sosegada
¡Oh, que dulce, que sereno
Caminaba el Nazareno
Por el campo solitario
De verdura menos lleno que de abrojos el Calvario.
Yo, que con los hombres voy, viendo a Jesús padecer, interrogándome estoy:
¿Somos los hombres de hoy
¿Aquellos niños de ayer?