caída

El comercio es, por definición, la negación del amor. Si el amor enseña a dar, sin esperar nada a cambio, el comercio enseña a no dar mientras no te den. En la civilización del comercio, las personas mueren de hambre si no tienen con qué pagar mientras los comerciantes destruyen la comida que no pudieron vender.

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Los que iniciaron tal modo de vida fueron llamados “fenicios”. Para ello inventaron el dinero (Hasta los tiempos de nuestros abuelos, se utilizó comúnmente “fenicio” como sinónimo de banquero y avaro). Tenían su base en el norte de “La Tierra Prometida” (En la región que hoy llaman Líbano). Se podría decir, por tanto, que todos los fenicios eran judíos aunque no todos los judíos eran fenicios.

Los historiadores nos han contado poco más sobre ellos: Algunos tópicos (Como que montaban elefantes) y algunos relatos incongruentes (Como aquel que pretende convencernos de que llegaron a las puertas de Roma y no entraron, estando la ciudad desguarnecida). ¿No es curioso que exista tan poca información sobre un clan que dominó todo el Mediterráneo? ¿Quién ha visto las ruinas de sus palacios? ¿Es que ni siquiera construyeron templos para sus dioses? ¿No tenían dioses? Según los historiadores tenían un dios llamado Moloch-Baal (O Saturno), al que sacrificaban niños recién nacidos (Para sus maestros egipcios fue Amón el Oscuro). Muchos turistas creen contemplar auténticas ruinas fenicias, cuando visitan Carthago, pero no pueden serlo, si creemos a los romanos, que aseguraron haber arrasado la ciudad hasta sus cimientos.

El método de conquista fenicio no se basaba en la fuerza bruta, en principio, sino en la astucia, en el engaño. Para ello se valieron de su gran conocimiento matemático, que desarrollaron para poder registrar el movimiento de los astros, pues antes que nada fueron astrólogos. Fue ese mismo conocimiento astrológico lo que les permitió atravesar los mares, en un tiempo en el que los otros navegantes temían perder de vista la costa. Cuando querían saquear una ciudad, no la asaltaban con arietes sino que fundaban factorías (Lo que ahora llamaríamos sucursales bancarias). Comerciando con “bienes de lujo”, provocaban la codicia y la envidia, y luego ofrecían sus préstamos usurarios a aquellos que se dejaban engatusar. Excitando el ego de sus anfitriones, lograban dividirlos, enfrentarlos, debilitarlos y dominarlos.

Los más grandes negocios siempre los hicieron, obviamente, con los más grandes, con reyes y gobernantes en general. Si sabían de alguna rencilla entre ellos, ofrecían su dinero prestado a uno de los contendientes, que así podía contratar mercenarios y guerrear con ventaja. Cuando no veían claro el desenlace, ofrecían préstamos a ambos contendientes pues era la mejor manera de asegurar la devolución de capital e intereses (Quién gana, se hace cargo de pagar la cuenta, después de desvalijar al vencido). A menudo eran los propios fenicios los que provocaban las rencillas entre esos reyes y gobernantes, para poder “colocarles” sus préstamos.

En el siglo IV se aprovecharon de las rencillas entre romanos y se aliaron con Constantino, obteniendo, a cambio de su “ayuda” unas concesiones que fueron decisivas para su expansión por los cinco continentes. Fundiendo sus ritos astrológicos con el emergente cristianismo, inventaron el catolicismo, del que, siglos más tarde, hicieron surgir otras versiones “protestantes”. ¡Cómo es posible que tantos católicos y protestantes crean que son cristianos, cuando el cristianismo se basa en dar, sin esperar pago, en decir verdad y nunca engañar, en hacer las paces y nunca la guerra! Muy al contrario, desde los tiempos de Constantino, los católicos han guerreado, financiados por los fenicios, contra todos aquellos que pretendían seguir fielmente el mensaje de Jesús; contra todos aquellos que practicaban la virtud de la pobreza, que no es lo mismo que la miseria pues vivir pobremente es, tan solo, poner en un segundo plano lo material. ¡Los cristianos no les gustaban porque daban poca importancia a los “bienes de lujo” y no eran, por tanto, fáciles de engañar!

La Edad Media no es que fuera oscura. La oscurecieron los clérigos católicos (Los únicos historiadores que había entonces y casi los únicos que sabían leer y escribir) para que no se supiera de sus “santas guerras”, contra musulmanes, pero también contra cristianos (Como los cátaros, a los que llamaban en su época, “hombres buenos”). Fue en el Renacimiento cuando dieron por terminada la conquista de Europa y se embarcaron en la conquista del “Nuevo Mundo”. Imagina a alguien entrando en tu salón y gritando –Vengo a tomar posesión de esta casa que acabo de descubrir- Eso es una ocupación, una conquista, pero ellos “blanquearon” tales conductas, presentando las conquistas como hechos gloriosos (Valga como ejemplo el cuento del “Magno Alejandro”).

El Renacimiento fue pues el renacer del culto solar, astrológico, dual; una vez eliminada toda disidencia verdaderamente cristiana. Sintiéndose ya dueños del mundo, la alianza católico-fenicia se atrevió a inventar una nueva religión, para toda la humanidad, que podemos llamar heliocentrismo, cientifismo o materialismo, en oposición a humanismo. Desde entonces no se considera al ser humano figura central de la creación sino al sol (O a los astros, en general). No es pues extraño que muchos piensen en salvar al astro-planeta-Tierra aunque para ello haya que sacrificar a los humanos que lo habitan. Desde entonces, el ser humano quedó reducido a una aleación temporal de polvo estelar: “Polvo eres y en polvo te convertirás”, es su lema.

Hoy la “rama católica” está en proceso de liquidación y la explicación es muy simple: Hay muchos adeptos a la “rama cientifista” que no comulgan con el catolicismo pero, en cambio, cualquier adepto al catolicismo comulga con el cientifismo (Como ha evidenciado el “pandemónium”). Dicho de otro modo: Si todos los que creen en fantasmas creen en virus, es lógico que la alianza heliocentrista se plantee eliminar la religión de los fantasmas y congregar a todos los creyentes (O crédulos) en la religión de los virus, y de paso, eliminar las enseñanzas cristianas que perduraron desde los tiempos de Constantino, fusionadas con el catolicismo.

Pero también hay que decir que no todos los gobernantes se dejaron corromper; que muchos de ellos expulsaron a los usureros, fueran judíos o jesuitas. que siempre ha habido seres humanos, de toda clase y color, que no se han dejado engañar, o que se han desengañado. La verdad es que, por mucho que lo han intentado, nunca han podido extirpar el auténtico cristianismo, ese que se basa en dar, en amar, en compartir, en abrazar, en no-temer. Nunca lo han podido extirpar porque el verdadero cristianismo es bondad y todo ser humano es bueno por naturaleza. Prueba de ello es que todos nos enfadamos cuando, al hacernos alguna pregunta embarazosa, nos vemos “obligados” a mentir. ¿Por qué nos molesta tanto mentir sino porque sentimos algo muy desagradable al hacerlo? Los psicólogos llaman a esa sensación “disonancia cognitiva”. No duele pero hace sufrir. Es un síntoma que delata la presencia de ese “yo verdadero e indestructible” que pugna por salir y que suele ponerle la zancadilla a la mente mentirosa, forzándola a “meter la pata” y a expresar la misma verdad que trataba de esconder.

Jesús dijo “Si quieres entrar en contacto con la divinidad, no vayas al templo” y los católico-fenicios dedicaron miles de templos a Jesús. Jesús dijo “perdona a tus deudores” y ellos cambiaron el “padrenuestro”, que ahora dice “perdona a quién te ofenda” ¿Cómo van a perdonar las deudas los fenicios si su negocio consiste en generarlas? En cualquier caso, perdonar a quién te ofende lleva siempre a la paz y los fenicios han financiado siempre las guerras. Es tan grande su hipocresía, que tienen el “mérito” de haber sido los únicos que lograron enfadar a Jesús, que la emprendió a golpes con ellos.

No es extraño que los humanos escarbemos, entre ruinas, para encontrar información sobre nuestros ancestros, sobre nuestras raíces, sobre nuestros principios. Los historiadores nos hablaron de una antigua civilización que llamaron Fenicia, de la que no existen ruinas. Se sabe, si acaso, que sacrificaban niños recién nacidos; que se instalaron en el norte de Judea y procedían, seguramente, de Egipto, donde su mismo dios fue llamado Amón el oscuro (Seguramente Akhenatón fue el primer gobernante que no se dejó engañar). Se sabe que uno de sus símbolos era el caduceo, que simboliza el comercio, el préstamo usurario, la economía, la magia, la medicina, la farmacia, la alquimia (Su portador Hermes, o Mercurio, o Thot, era el dios de los comerciantes y, en general, de todos los mentirosos, tramposos y ladrones). En todo el mundo no se puede encontrar una ruina fenicia, no porque no levantaran edificios sino porque sus edificios siguen todavía en pie. Todos los templos que puedes ver abiertos al culto los construyeron ellos. Es por eso que también los han llamado “masones” (Albañiles en francés). Su poder siempre se basó en el engaño, pero está acabando. La prueba es que cada vez somos más los desengañados.