Desde que tengo memoria, que es mucho decir, tengo recuerdos de ver finiquitar intercambios de pareceres o emisión de opiniones mediante las palabras mágicas “fascista”, “ultraderecha”, “facha”, o “extrema derecha”, que brotaban cuales resortes puntiagudos en cuanto alguien decía determinadas cosas o replicaba a ciertas otras argumentadamente. Como la llamada transición me pilló apenas empezada la EGB aún tuve el privilegio de conocer efímeramente tiempos de respeto –y de cierto temor residual- en los que personas educadas y civilizadas exponían sus opiniones en debates televisivos o en cualquier otro ambiente. Pero eso no duró mucho. Apenas empezados los años ochenta con la tranquilidad de que si el dictador no se había movido del Valle era poco probable que lo hiciera ya, las palabras mágicas irrumpieron en la sociedad para ir placando conversaciones e informaciones de forma agria y limitar el flujo de ideas. El fenómeno empezó a acelerarse llamativamente, de tal modo que siendo adolescente en los años ochenta y sintiéndome totalmente apolítica (ni mis padres ni mis profesores hablaban jamás de política y por eso no tenía ningún tipo de influencia) me producía perplejidad ver a otros adolescentes contestatarios escupir esa palabra cada dos por tres, con una ira que me resultaba incomprensible dado que no se trataba de personas que pasasen ningún tipo de penuria ni hubiesen vivido en dictadura, por generación. Para mí que alguien llamase a alguien facha era tan anacrónico e improcedente como si lo hubiese llamado carlista, o napoleónico, o almogávar. Historia. Arqueología. Un anacronismo. Como única explicación racional supuse que lo mamaban en casa, o que se empapaban de ese lenguaje y esas fobias caducas en algún tipo de asociación juvenil de esas que pegaban carteles de estética roja y negra con puños –siempre puños- rostros desencajados y cosas del estilo. Algo así como una tribu urbana de tantas, una moda cualquiera.
Aunque comprendí muy pronto que el uso y el tono de las palabrejas era una estrategia psicológica y no algo sustancial, no ha sido hasta tiempos más recientes cuando he sabido que la receta de llamar fascista a todo lo que se menee fuera del comunismo viene del mismo Stalin. “El fascismo es la organización de lucha de la burguesía que cuenta con el apoyo activo de la socialdemocracia. La socialdemocracia es objetivamente el ala moderada del fascismo”, dijo en un congreso del partido. No sólo prácticamente todo, incluida la socialdemocracia, quedaba categorizado como “fascismo”, sino que en ese y otros congresos se conminaba a los miembros y simpatizantes a espetar agresivamente esa palabra, así como nazi, para ofender, confundir y estigmatizar al disidente, replicante o mero opinante, y descabalgarlo de cualquier opción de opinar y mucho menos actuar. Desde entonces andan con el piloto automático puesto y en los últimos años ese zafio uso político-social no ha hecho sino intensificarse. E incluso ampliarse, porque a los sempiternos “fascismo” y “ultraderecha” han venido a unirse en los dos últimos años otros pecados similares como “antivacunas”, “negacionista”, “trumpista”, y ahora en el colmo del esperpento reduccionista “proPutin” y “prorruso”. Y más etiquetas que tendrán en la chistera conforme los creadores de agendas y consignas y dueños de los medios y de demasiadas mentes vayan señalando objetos de repudio.
Con ese truco hemos visto durante décadas liquidar socialmente y enmudecer a periodistas, escritores, artistas, políticos, catedráticos, intelectuales, profesores y hasta alumnos. Pero ante tal eficacia de dicho truco el ansia totalitaria de quienes tienen colonizados medios de comunicación, instituciones, universidades y todo tipo de organismo lo han aplicado a cualquier persona o grupos que puedan contrariar por poco que sea las doctrinas, consignas y planes de aquellos. Las primeras manifestaciones masivas que se produjeron en Alemania y en otros países contra las medidas abusivas y medievales aplicadas con la excusa de la supuesta pandemia fueron descritas en toda la prensa generalista como instigadas por la “ultraderecha”. Del mismo modo en EEUU los medios señalaban el “trumpismo”, el “supremacismo blanco” y la “extrema derecha” de quienes se manifestaban por el mismo motivo, incluso se clasificaba así a grupos de padres que luchaban por el desembozalamiento de sus niños en los colegios y hasta en algún caso les fueron enviados grupos ‘antifa’ violentos. Se utilizó la misma técnica de etiquetado estigmatizante con las protestas de los camioneros canadienses y por supuesto en el convoy también de camioneros estadounidenses que se está produciendo estos días pero que ha quedado eclipsado por el conflicto de Rusia y Ucrania. Y, como era totalmente predecible, en cuanto en España alguien se decidiese a hacerse oír por las calles ante los atroces abusos del desgobierno las lastras y los comegambas de turno abrirían sus cebadas bocas para pronunciar las palabras mágicas dispersadoras de muchedumbres con más eficiencia que la botija de los antidisturbios: “ultraderecha”, “fascistas”, “extrema derecha”.
Naturalmente este día tenía que llegar. El día en el que los trabajadores y los desfavorecidos, los verdaderos y no los artificiales creados por los partidos que se hacen llamar de izquierdas, sintiesen en sus carnes la angustia de la carestía, del fruto de su trabajo duro entregado casi en su totalidad, del futuro negro y de la pérdida de todo cuanto les importa, y la desesperación y la indignación les empujase a salir a protestar. El día en el que con toda seguridad personajes como el bien pagado hijo de millonario Echenique, la nini inservible Lastra, los muy subvencionados holgazanes sindicalistas, los adinerados presentadores, los de estirpes socialistas de cole pijo y nómina pingüe con dietas ingresadas puntualmente mes tras mes, los de la Ruber, bolsos caros, viajes en Falcon, cenas de lujo, móvil en el escaño, etc, abriesen su boca con la clásica mueca de desprecio y ceño fruncido con fingida preocupación teatralizada, y se refiriesen a todos esos indignados, abusados, preocupados y abandonados como “ultraderechistas”. Muchos de ellos aún no habían reparado en que esos etiquetados no han sido nunca más que un truco, un engaño, y a su indignación redoblada se le suma el desconcierto. Pobres. Hay tanto engaño que deshacer…
Otro día hablamos del irreparable abismo inmenso abierto entre la casta política y periodística y la gente común, y de la descomunal estafa del tipo de personajes que nutren partidos que se hacen llamar socialistas y obreros, o se autodefinen como “de la gente”. Y es que tal vez Stalin tenía casi toda la razón con lo de que ”la socialdemocracia es objetivamente el ala moderada del fascismo”, y digo casi porque tacharía lo de moderada. Y es que resulta más obvio que nunca que seres como los que ocupan en este momento el desgobierno, los sindicatos y sus periodistas de cabecera son con mucha diferencia los mayores ultras, extremos y radicales fascistas.
En la Edad Media, si alguien cuestionaba algún aspecto de la religión: “hereje”.
Durante el comunismo, si alguien cuestionaba algún aspecto del sistema: “enemigo del pueblo”.
Durante el mccartismo, si alguien cuestionaba al gobierno: “comunista, antiamericano”.
Durante el Gran Reseteo, si alguien expresa críticas o simplemente dudas acerca de…
-El Cambio Climático Antropogénico: “negacionista”
-Las medidas contra el Covid-19: “negacionista, antivacunas”.
-Cualquier medida del gobierno español: “ultraderechista”.
+ Comodín válido para todo: “Putin, Rusia, antieuropeo”.
¿Debatir, contrastar ideas? ¿Dejar expresarse al contrario? Eso ha quedado anticuado. O aceptas todo lo que dice el gobierno y la tele, o eres un paria.
Putin =Comunista
Proputin = Comunista y traidor
Por si no te queda claro.
Efectivamente es extrema derecha de la que tu formas parte o es que el FMI es de izquierdas o es que tu Sanchez estabas en la banca del pueblo. Tu Sanchez y el resto sois extrema derecha pero muy Derecha como Putin y como Maduro falsa izquierda que es extrema Derecha. Cuando dices que hay que parar a la Derecha de la que tu formas parte ¿hablas de cerrar y procesar a los banqueros del FMI? cuando hagas eso demostraras que eres de izquierda mientras tanto eres de Derechas muy muy Derechas como todos porque la Derecha es la banca, el capital usurero sionista. Putin, Maduro, Biden, Xin Ping, Sanchez y el resto de hijos de perra traidores trabajan para ellos por lo tanto quien apoya a cualquiera de estos solo tiene un nombre TRAIDOR.