Teodoro

Desde la más profunda ignorancia, llevado apenas por mi intuición femenina, trato de pergeñar cuantas lecciones nos llegan en tropel desde Génova, que como todo el mundo sabe, no es más que una pedanía de Ferraz. No damos abasto asimilando astracanadas de todos los gustos y para todos los paladares; cómo será la cosa, que, en la casa matriz, tampoco las tienen todas con ellos dado el cariz que está tomando este sindiós.

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La cobardía y la ambición desaforada cuando van de la mano, sólo llevan a la ignominia o a la cárcel, lo de la ignominia, algunos lo tienen perfectamente interiorizado, ya que doy por sentado que, en las juventudes de algunas organizaciones políticas, sindicales y de similar ralea, se dedican a impartir con fruición cursos de “Cómo suplir el analfabetismo y la ignorancia supina, con un mucho de jeta y un mucho más de apoyo mediático” o “Cleptomanía, ideología e igualdad. Sin rubor”. De Adrianas Lastras, están llenos los comités centrales, pero nunca imaginé que se pudiese superar a las sin par Bibiana Aído y Leyre Pajín, o a ejemplares de la misma ganadería, tipo Magdalena Álvarez ‑aunque la genial malagueña aprendió con los de la Quinta de Suresnes-, pero si se superó el estratosférico salto de Bob Beamon, cómo las izquierdas no van a encontrar caletres cada vez mejores. Sin embargo, hay que cubrir tantas canonjías y sinecuras, que necesariamente las nuevas hornadas, salen un poquito menos trabajadas.

Otro tanto se podría decir de los aprendices de Génova, que llegan a las altas esferas con presteza, con el visto bueno de Miguel Yuste recién estampillado y con gráciles y modernas maneras. Si el espectáculo ofrecido ha rayado a tan alto nivel, ha sido en buena medida, gracias a los llamados validos, o jefes de centuria municipales, autonómicos y del resto del Reino que, haciendo méritos para el futuro, han jugado al avestruz con no poca destreza.

Qué falta de hombría, qué ejemplo, qué poca dignidad, qué pequeños, qué cobardes. Todos esperando el sillón sin arriesgar ni un alamar, todos esperando que muriese el muerto, para terminar de apuñalarlo. Se mire por donde se mire, los ferraces, son bastante más indignos, pero como todo lo emplean en dar de mamar a los medios de manipulación, siempre salen mejor en la foto.

El pueblo ha hablado con nitidez, pero ni por esas, como las moquetas son, al fin y al cabo, las que mandan y la infantería, somos lo que somos, pues ningún barón ha tenido testosterona bastante, para recoger a la mancillada gaviota y dar un bizarro paso al frente. No resulta extraño, pues, que Isabel Díaz Ayuso, con un poquito de valor, se los coma a todos con patatas. Destaca sobre todos por su arrojo y, claro, el populacho la adora. Dicen que su aura llega hasta el Mediterráneo y hasta el Atlántico y el Cantábrico también. Es la única que le echó un pulso al psicópata de La Moncloa y, aun teniendo aires globalistas, la nueva Manuela Malasaña, se lo llevó por delante, eso sí, luchando a brazo partido contra los suyos. Cuánta razón tenía Pío Cabanillas, padre, “Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros”.

Los malandrines que han estado maniobrando para minar a su propio partido, se supone que están a sueldo de lejanos y oscuros reseteadores, y encantados de ir recogiendo las migajas que les dejan los palafreneros izquierdosos de todo el orbe. PP y Psoe, evidentemente son lo mismo, cual si de Madrid y Barça se tratase.

En la tropa estamos ávidos de políticos con agallas, sentido común y decencia. En España, la altura de miras sólo se atisba por un lugar que, poco a poco va agrandándose y seguirá creciendo, en tanto en cuanto, continuará siendo blanco de insultos, que cada vez más gente encajará con pesadumbre y desagrado.

La caída en desgracia de una de las patas del bipartidismo, a lo mejor –y, ¡ojalá!-, a medio plazo, se lleva por delante a la otra.

Permítanme terminar con una digresión, pero menos, lamentando que el absurdo bozal siga tan omnipresente.

*Un artículo de Francisco Córdoba

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