El gigante globalista Amazon ha anunciado el esperado lanzamiento de la serie “Los anillos de poder” en septiembre de este año, después de un largo y costoso proceso de producción. Esta serie se centrará en parte de los acontecimientos sucedidos en la Segunda Edad de la “Tierra Media”.
La Tierra Media, creada por el filólogo, escritor y catedrático de la Universidad de Oxford, J.R.R. Tolkien (1892-1973), es parte de un inmenso mundo de fantasía, con una fascinante historia y con una insuperable mitología y lingüística propias. Un completo mundo, basado en sus propias vivencias y entorno personal, repleto de valores y principios morales que, de forma magistral, supo transmitir a sus lectores. Mención especial ha de hacerse a su experiencia en combate en la Primera Guerra Mundial, especialmente en la batalla del Somme.
Muchos de los estudiosos de su obra afirman que las guerras y el caos entre el bien y el mal descritos en las mismas, son reflejo de lo vivido en ese cruento campo de batalla, en el que más de 146.000 aliados murieron, de los cuales 57.000 fueron británicos compañeros suyos de armas, solamente en los combates de las primeras 24 horas.
Aquél horror marcó la vida y la obra del profesor Tolkien y reforzó su fe católica, la misma que durante la juventud le supuso marginación social y económica al producirse un cese de las relaciones con el resto de su familia, que era protestante. Este sentimiento religioso impregna toda su obra como el propio Tolkien reconoció en multitud de ocasiones, como por ejemplo en una carta a su amigo el sacerdote Robert Murray: “…El Señor de los Anillos es, por supuesto, una obra fundamentalmente religiosa y católica, al principio inconscientemente, pero muy conscientemente en su revisión…”.
En este mundo fantástico el maestro Tolkien, además de una rica cosmogonía (con un único Dios y multitud de ángeles creadores y seres celestiales) nos ofrece una gran diversidad de razas (elfos, humanos, enanos, hobbits, orcos, trasgos, trolls, ents…), junto a una botánica y zoología maravillosas y casi infinitas.
A principios de la década del 2000, las obras más renombradas de esta exitosa saga -El Señor de los Anillos y El Hobbit-, con excepción del Silmarillion, dieron el salto de los libros a la gran pantalla, a manos del director Peter Jackson, para regocijo de sus seguidores, siendo todo un éxito en taquilla y un referente de fantasía épica (la primera película “El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo” es de 2001 y la última “El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos”, es de 2014).
Durante años, uno de los hijos del autor, Christopher Tolkien, también catedrático y escritor, defendió a capa y espada el legado de su padre y mantuvo la fidelidad al mundo tan exquisitamente diseñado por éste, ampliando la obra del mismo de manera póstuma, con base en la miríada de material no publicado que dejó el profesor tras su muerte.
En 2017 se anunció la compra de los derechos televisivos a nivel mundial por la empresa de Jeff Bezos, el gigante globalista Amazon y tras el fallecimiento en enero de 2020 de Christopher Tolkien, se anunció el inicio de la serie del mundo de Tolkien, ya libres del principal valedor de la fidelidad a la obra de su padre.
Sin embargo, lo que debería ser una celebración, una algarabía, una fiesta hobbit entre los fieles seguidores de la Tierra Media, ha devenido rápidamente en decepción, tristeza e incredulidad, en cuanto se ha tenido acceso a las primeras reseñas de la historia e imágenes de la serie.
Los responsables de la serie parece que han optado por hacer una adaptación del mundo de Tolkien, plagada de estereotipos y esclava de la corrección política imperante y la agenda globalista, introduciendo cuotas para racializar a los personajes, adaptándolo, por supuesto, a las cuotas de género que se imponen a toda creación cultural actual y pisoteando totalmente la cronología temporal de las obras a través de humanos que van a tener la suerte de compartir casi la inmortalidad de los elfos. Es de destacar que el profesor Tolkien no merece en ningún caso este tipo de tratamiento de su obra, máxime cuando es un referente en favor del protagonismo de las mujeres a lo largo de todas ellas, en una época en la que no existían referentes femeninos en la literatura fantástica, dándole el protagonismo e incluso otorgándole la épica muerte del Rey Brujo de Angmar, el Rey supremo de los Nazgul, a manos de una mujer, Eowyn, la cual tras escuchar cómo se burla de ella diciéndole: “Necio, ningún hombre puede matarme” se retira el casco, liberando su melena rubia y le contesta: “Yo no soy un hombre”.
En resumen, han detonado la esencia misma de la obra del profesor Tolkien, para beneficio propio, como ya nos tiene acostumbrado el progresismo actual. El revisionismo, en su enfermizo avance, ya no sólo se contenta con la historia y la memoria, también se extiende a los universos de fantasía. El fin último de esta depredación intelectual no es otro que socavar los referentes culturales de la sociedad occidental.
Al hilo de esta afirmación y como recientemente manifestó el actor que encarnó el papel de Frodo, el portador del anillo de poder, Elijah Wood, en las adaptaciones cinematográficas de Peter Jackson, la industria audiovisual de la década del 2000 no estaba sometida a tanta supervisión y el director pudo llevar a cabo las películas con una mezcla de libertad creativa y fidelidad al original.
La respuesta por los seguidores de la obra de Tolkien no se ha hecho esperar y surgieron rápidamente comentarios sobre la “patada” a la temporalidad, la no concordancia entre fechas y edades de protagonistas (en el mundo de Tolkien un elfo es inmortal, un humano envejece y muere).
La inclusión forzada del reparto inclusivo y “gender friendly”, nos ha presentado a una enana negra y sin barba, hecho este que ha hecho surgir miles de comentarios entre los seguidores de la obra de Tolkien, reclamando enanas con barba, tal como se insinúa en la obras originales. Recordemos la mítica escena de la película en la que el enano Gimli explica a Eowyn la diferencia entre los enanos y las enanas: “Es cierto, no se ven muchas mujeres enanas. En realidad, se nos parecen tanto en la voz y apariencia, que suelen tomarlas por enanos varones”, aclarando finalmente Aragorn que la causa principal de la confusión entre unos y otros es que todos tienen barbas.
Por otra parte, han creado una nueva raza de elfos, además de las creadas por Tolkien (Noldor, Sindar, Silvanos,…), los elfos “latinos”, presentándonos al protagonizado por un actor puertorriqueño, bajo el progre e inclusivo mantra de que “todos tenemos derecho a disfrutar de Tolkien”, es decir, “los latinos también queremos nuestra cuota de elfos bellos e inmortales”. Algunos fans le han apodado cariñosamente “Negrolas” en referencia al personaje elfo Legolas, aparecido en las películas y que era fiel al descrito en la obra del profesor. Tener belleza inmortal y rasgos nórdicos (no olvidemos que la mitología nórdica fue otra de las fuentes de inspiración del profesor Tolkien) no está de moda.
Y como el globalismo nos endulza todo, infantilizándonos, por supuesto por nuestro bien (ellos saben siempre que es lo mejor para nosotros y para su beneficio empresarial), parece que tampoco tendremos batallas épicas y cruentas para no herir sensibilidades y poder hacerla accesible para todos los públicos. Las magníficas descripciones de batallas son uno de los pilares de la obra del profesor y estaban influidas por su experiencia en la guerra. Edulcorarlas y reducir la violencia es otro disparo en la línea de flotación que trata de desarmar la esencia del relato, plagado de referencias al compañerismo militar y al soporte de los camaradas en combate, que tiene su claro reflejo en la obra, en la relación entre Gimli y Legolas, entre dos razas tan diferentes como un enano y un elfo, que se han enfrentado en muchas ocasiones en la historia, pero que se unen en defensa de sus compañeros, siendo ejemplo de los irrompibles lazos que se generan entre compañeros de armas.
La agenda de lo políticamente correcto quiere espectadores amansados, amantes del pasteleo inclusivista y de la mediocridad intelectual. Los productores de la serie no han tardado en enfrentarse a los fieles seguidores de la obra de Tolkien tachándolos de “fanáticos” y anulando cualquier comentario o discrepancia en redes sociales sobre la serie. Esta negativa, borrado de comentarios en redes sociales, cuasi censura por parte de Amazon y actuación condescendiente, recordándoles los tiempos en los que vivimos y que hay que ser más inclusivo y menos inmovilistas, ha sido el caldo de cultivo para la respuesta masiva que se ha generado.
Los seguidores indignados están mostrando su desagrado hacía la actuación totalitaria de la empresa de Jeff Brezos bajo el lema que se ha hecho famoso mundialmente y en diferentes idiomas, uniendo bajo el mismo a los fieles al legado de Tolkien, al igual que las fuerzas del bien unidas (elfos, enanos, hombres y hobbits) se unieron contra el Señor Oscuro de Mordor:
“Evil cannot create anything new, they can only corrup and ruin what good forces have invented or made”
“El mal (Amazon) no puede crear nada nuevo, tan solo pueden corromper y arruinar lo que las fuerzas del bien han inventado o hecho”
El globalismo infecta hoy todas las áreas sociales, como una tela de araña lleva su ponzoña a cualquier área, política o cultural, ideales, valores, ocio, educación, relaciones, y si alguien cree que va a conseguir mantenerse a salvo sin luchar por la defensa de sus valores y principios, está muy equivocado. No vivimos en la Tierra Media, no somos elfos dotados con el don de la inmortalidad, que cansados y hastiados de ver el mal crecer a nuestro alrededor podamos abandonarlo todo y emprender la marcha a través de los Puertos Grises tal como se describe en la obra de Tolkien (los elfos decepcionados y cansados del avance del mal y de que las razas no le hicieran frente, acaban marchándose del mundo a través de los barcos que zarpan de los Puertos Grises hacia las Tierras Imperecederas, decidiendo que no es posible hacer nada, tan solo unos cuantos representantes de los mismos se quedaron para unirse y guiar a las razas de Tierra Media contra Sauron, el señor del mal).
Y realmente, ahí es donde se encuentra el enfrentamiento entre la agenda globalista y la obra de Tolkien, en los valores y principios que el escritor supo trasmitirnos; el bien y el mal, la familia, el hogar, el honor, el sacrificio, el amor, la amistad, el compañerismo. Pero también la lucha por la libertad, que no se nos olvide. Las razas y pueblos de la Tierra Media, finalmente, se pusieron de acuerdo, olvidaron las viejas disputas para enfrentar el mal que iba extendiéndose y oprimiendo a todas ellas.
La inscripción del Anillo Único, con la inscripción en Lengua Negra, reza así:
“Tres anillos para los Reyes Elfos bajo el cielo, Siete para los Señores Enanos en palacios de piedra, Nueve para los Hombres Mortales condenados a morir. Uno para el Señor Oscuro, sobre el trono oscuro en la Tierra de Mordor, donde se extienden las Sombras.
Un anillo para gobernarlos a todos. Un anillo para encontrarlos, un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas, en la tierra de Mordor donde se extienden las Sombras.”
No puedo evitar establecer similitudes y paralelismos entre el anillo de la agenda globalista y el anillo único de Sauron, una agenda para gobernarlos a todos, una agenda para encontrarlos, una agenda para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas, en la tierra globalizada donde se extienden las Sombras.
Y como reflexión final me pregunto: ¿Seremos capaces de defender nuestros principios y valores o serán pisoteados estos por la agenda globalista impuesta?, ¿seremos capaces de emular aquella escena que nos eriza el vello, cuando finalmente (aunque con una pequeña ayuda por parte de Gandalf y Pippin) los hombres dejan atrás sus diferencias y se encienden las piras de señales de Gondor en solicitud de auxilio, corriendo de almenara en almenara como la pólvora, por montañas y valles de la Tierra Media y solicitando que colaboremos y dejemos a un lado nuestras diferencias uniéndonos finalmente y acudiendo a la llamada contra las fuerzas del mal?




Realmente el problema no es un elfo es verde, azul o rosa. Para que una adaptación literaria al cine o a la televisión ( O a ambas) sean correctas y merezca la pena considerarlas, han de mantener cierta coherencia y respeto hacia la obra original.
Es cierto que Peter Jackson se tomó ciertas licencias y omitió pasajes de la trilogía del Señor de los Anillos, pero en general, el público y los grandes seguidores, valoraron el empeño, esfuerzo y esmero con los que el director trató de recrear los diversos ambientes y dotar a los personajes de cierta apariencia y cualidades que no causaron un rechazo en los espectadores.
Desgraciadamente creó la trilogía del “Hobbit”, alargando innecesariamente el relato de un pequeño libro realmente entretenido y muy valorado; incorporando tantos cambios, que corrompieron la obra original. Si, muy buenos efectos especiales , pero poco que ver con la historia original.
Llevamos ya unos cuantos años presenciando como la ideología de lo políticamente correcto ha infectado la creatividad audiovisual y está fulminando obras de la literatura que son los pilares culturales de la humanidad. Es muy fácil acusar a un autor o una productora de “Apropiación cultural” cuando sus productos no se acomodan a la concepción del mundo de los “ofendidos por todo”.
Bien , con lo del Superman pervertido sexualmente se han lucido en EEUU, la gallina de los huevos de oro, Star Wars, está muy tocada por sus últimas películas…Disney es otra que también hace de las suyas.
Creo que ha llegado el momento de producir una serie donde Martin Luther King esté interpretado por un blanco, y porqué no, rodar una película, a modo de biografía de Bruce Lee, donde su papel estuviera encarnado por un europeo, rubio y de ojos azules…