Seis Naciones

Tengo varios conocidos y amigos franceses taurinos y todos, absolutamente todos, tienen una pasión desaforada por las corridas de toros y por el rugby. Debe ser por el hecho de que comparten zona geográfica, ya que es en el sur del país vecino donde más se prodiga este juego sin par.

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Es cierto que la selección del gallo, disputa sus partidos más señeros en Saint-Denis (republicanos, jacobinos, centralistas, franceses ante todo y demócratas, nosotros justamente lo contario de lo contrario, nuestra izquierda, quiero decir; siempre tan vanguardista de lo trasnochado), pero la fuerza de este deporte se extiende desde el Atlántico hasta el Mediterráneo, por la Francia más agreste, en el mejor sentido de la palabra.

Es viejo el aforismo que dice que “el rugby es un deporte de animales jugado por caballeros, mientras que el fútbol es un deporte de caballeros, jugado por animales”, sin entrar a valorar tamaña afirmación, es cierto que el respeto que se respira en un partido de rugby, teniendo al Torneo de las Seis Naciones como ejemplo más cercano, no sólo en los céspedes de todos los campos, sino también en las gradas, donde las aficiones conviven con naturalidad y camaradería, es consustancial a este deporte.

Los jugadores, jamás de los jamases discuten una decisión arbitral, ni se acercan a juez alguno, ni lo presionan y el público guarda reverencial silencio, cuando un jugador va a lanzar un golpe de castigo o una transformación, tanto da si es de los unos, como de los otros.

Por supuesto que hay golpes y circunstancias poco elegantes, a veces, directamente brutales, no se olvide que es un deporte de contacto, y ¡qué contactos!, pero se suelen dar muy de tarde en tarde y, una vez pasadas estas salidas de tono, se viven con desdoro. Los equipos suelen castigar a sus jugadores más díscolos, sin esperar las sanciones de los diferentes comités.

En estas fechas, nos podemos regalar con la edición, digamos del reencuentro, tras dos años de absurda pesadilla, obligados por la plandemia. Con los estadios otra vez atestados, las viejas rivalidades desempolvadas y aunque nuestra España querida, ciertamente, no aparece en el elenco estelar, yo me junto con algún que otro loco, a seguir con envidia, las evoluciones de una justa magnífica. Además, no nos perdemos los prolegómenos, con sus himnos cantados a voz en cuello por decenas de miles de gargantas y toda la pompa imaginable. Después, empieza la emoción y la tranquilidad de saber que quien gane, será porque lo ha merecido y no por mor de alguna decisión estrambótica, en favor del local o del más poderoso. No tenemos ninguna prioridad o preferencia, sólo ver grandes partidos, jugadas para recordar, los nuevos jugadores y a los grandes veteranos.

El año próximo llegará el mundial, que se disputará muy cerquita: en Francia, a ver si con un poco de suerte se acaba la maldita conspiración y podemos dejarnos caer por las tierras vecinas a disfrutar de un deporte donde no hay júligans, y que es sinónimo de fiesta.

Mis amigos franceses comparten toros y rugby con la misma pasión, y hay algunos que hasta ven ciertas concomitancias entre una cosa y la otra. Yo no llego a tanto, pero reconozco que la nobleza con que se empeñan todos, me parece digna de encomio. Ya podrían tomar nota otros, de cómo se ha de respetar a los árbitros y a los rivales, no hablo sólo de los practicantes, hablo también de todo aquel que se sienta en una grada, que a menudo más parece un bulto sospechoso, que un espectador con ánimo de disfrutar.

Acérquense sin miedo a este deporte, lean o tengan a mano a alguien que les pueda desentrañar, las muchas aristas de algo que sólo está al alcance de unos caballeros con pinta de estibadores malencarados.

Y no establezcan comparaciones con otros ámbitos similares, que suelen resultar odiosas.

*Un artículo de Bienvenido Picazo

1 Comentario

  1. Si señor. El rugby, gran deporte que veía en mis tiempos mozos donde Ingleses y franceses se partían el cobre entre ellos. Que partidos más emocionantes en el Seis Naciones. Lo que no sabía que además tus galos, eran también amantes taurinos.
    Aquí deberíamos aprender de los franceses el amor a su patria cosa que aquí está mal vista.
    Buen artículo, como siempre

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