Origen y evolución del pase natural

Mucho se ha discutido sobre los que saben de toros en relación a los pases naturales, si son solo con la izquierda o también con la derecha. En este interesante artículo de Francisco Casares se diserta sobre el origen y evolución del pase natural. Dice así:

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«El arte de torear es tan rico en matices —sin necesidad del actual, lamentable prurito de inventar pases todos los días y por todo el que quiere notoriedad— que resulta posible disertar o escribir ampliamente sobre cualquiera de las suertes. Y, dentro de ellas, la diversidad de los lances. Si, en el conjunto de la lidia, el pase natural ha de estimarse como culminación, no es extraño que pueda dar lugar a un detenido estudio. Mucho se ha hablado, en todos los tiempos, en relación con la forma de ejecutar el natural. Y, últimamente, don Edmundo G. Acebal ha tenido el acierto de editar una conferencia suya sobre el tema.

Para Acebal no existen los naturales con la derecha. La naturalidad proviene, a su juicio, precisamente del hecho de jugar la muleta con la mano en que debe llevarse: la izquierda. La derecha es para el estoque. Y si en el curso de la faena puede utilizarse también para ejecutar determinados pases, como complemento, ayuda y por la innegable posibilidad de lances vistosos, que hacen más variada la faena, ello no quiere decir que tengan ese carácter de naturalidad. Tiene Acebal la lealtad de anteponer a su exposición de criterio otros dictámenes que le son contrarios, opiniones de críticos y escritores que han mantenido una teoría completamente distinta: el pase natural puede darse, indistintamente, con ambas manos. Desde Francisco Montes, en su famosa «Tauromaquia completa» —aunque con reservas y distingos—, hasta tratadistas y críticos contemporáneos, entre ellos José María de Cossío, con su indiscutible prestigio de comentarista, han admitido la denominación del pase fundamental, sea con una u otra mano. Pero Acebal refuta la afirmación. Y mantiene, con firmeza, sus puntos de vista.

Es necesaria competencia y habilidad para que planteamiento tan sencillo como el de si un pase ha de ser con la izquierda o la derecha, permita una extensa disertación. La conferencia que se nos ofrece ahora como estudio monográfico de un tema taurino interesante, estuvo centrada en esa cuestión; pero no dejó por ello de abordar otras igualmente sugestivas que, en la lectura como en su día para quienes le escucharon, dan ocasión a meditar. Es tanto lo que se ha desvirtuado la esencia del toreo, y se aceptan, hoy en día, tantas tergiversaciones y licencias, que hay razón para que nos complazca lo que tienda a enderezar lo torcido. Se propugna el restablecimiento de la pureza de la Fiesta. Y es bueno y oportuno insistir en esta afirmación: la pureza no es sólo el retorno a una ética profesional y la desaparición de determinados vicios y excesos que todos conocemos. También ha de entenderse como tal el obedecer pulcramente los inmutables preceptos y normas de la tauromaquia. No cabe duda que, cuando el diestro toma la muleta con la mano izquierda y cita con ella al toro, en el graderío se produce un movimiento de expectación. Y, en muchas ocasiones, si el matador no lo hace, se le pide, se le insta y hasta se le exige. Ello señala naturalmente —de modo natural también— que es la fase principal de la lidia, la culminación artística de una faena.

Es interesante la división en cuatro períodos de la evolución del pase natural: Francisco Romero, «Cuchares», Juan Belmonte y «Manolete». Estudia el autor los cuatro momentos y los enlaza con la distinta situación que en ellos tuvo la Fiesta nacional. Cada uno de esos lidiadores tuvo, como la tienen todos los que en arte descuellan, llegando a crear una escuela o por lo menos un estilo, sus imitadores. Acaso haya de admitirse la reflexión respecto de «Manolete», gran figura en un trance o etapa de decadencia de la Fiesta. Lo que no puede negarse es que el cordobés inolvidable toreó «al natural» a casi todos sus toros. Para ajustarme más a la tesis del escritor, lo diré de otro modo: toreó con la mano izquierda a la mayor parte de los toros. Y esa preocupación, exponente de su sentido de la responsabilidad y el deber, del respeto al público y a sí mismo, produjo saludables, convenientes emulaciones».