Hacemos referencia al desorden en el ruedo; y lo hacemos con la crónica de una novillada celebrada en la plaza de toros de Madrid en marzo del año 1956 y contada por el semanario El Ruedo. Este prestigioso semanario comentaba así la fotografía que ilustra este artículo:
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«¡Lío, lío!… Un piquero que va al suelo, otro que aún no se ha recuperado sobre la cabalgadura, «monos» en danza, toreros al quite… Un momento de desorden que acredita la falta de dirección de lidia. Y eso es lo que el público debe exigir: lidia. Porque, digan lo que quieran, lidiar es torear».
Y añadía en la crónica:
«Faltó energía en el director de lidia, y en no pocas ocasiones lo que hicieron en el ruedo los subalternos fué malo sin posibles paliativos».
Y es que la figura del director de lidia ya entonces y, por supuesto, en este tiempo, es fundamental para que exista el orden y el concierto durante el desarrollo del festejo. El director de lidia ha de estar atento a todo lo que ocurre en el ruedo y ha de dar las órdenes precisas para que todo fluya con normalidad, para evitar el desorden en el ruedo y que se cumpla con lo que se recoge en el reglamento.