adicciones

«El tabaco engancha y hace daño a la salud». Sin duda alguna, esta afirmación refleja una verdad conocida por todos y que goza de una amplia aceptación social, a la par que del respaldo de la comunidad científica. Sin embargo, esto no fue siempre así.

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Mis padres, y seguramente los vuestros también, recuerden aquellas enormes vallas publicitarias y anuncios emitidos en el prime time televisivo promocionando sin pudor alguno los cigarrillos que, a día de hoy, tan mala consideración social tienen. Todo, por supuesto, con la inestimable ayuda de los actores y actrices del momento e incluso de médicos que prestaban sus rostros a las tabacaleras a cambio del previo pago a cambio de su «colaboración» para convencer al fumador de las bondades de llenarse los pulmones de humo. Todo por la pasta.

Ahora en 2022, la sociedad es capaz de atar cabos y establecer la correlación existente entre los intereses tanto económicos, como mediáticos de grandes corporaciones, gobiernos y aquellos que los financian, por encima de la salud y el bienestar de los seres humanos. De hecho, también ahora en 2022, hay otras drogas adictivas que funcionan como el tabaco, pero que nuestra sociedad ha normalizado e incluso muchos las consideran imperativas. Se trata de las adicciones plandémicas: llevar mascarilla, testearse, inyectarse varias veces o sacarse el pase covid. Quien haya llegado a este punto es posible que piense que el escritor está delirando, exagerando o que ha perdido el norte, pero si se ahonda en los argumentos del texto, se puede sacar algo en claro, si no mucho.

Si retomamos el tema de la pasta, no cabe la menor duda de que las farmacéuticas que fabrican los tests, las inyecciones y las mascarillas no son hermanitas de la caridad. Las mismas farmacéuticas que, aliadas con las tabacaleras (comparten inversores), se encargan de crear un problema y luego ofrecen la solución, por un «módico» precio. En ambos casos funciona del mismo modo: el tabaco genera millones de problemas, y la farmacéutica aporta las soluciones a cambio de unos cuantos millones; en el caso de los tests, las mascarillas, los pinchazos y los pasaportes se venden como la solución única e infalible a los problemas de salud pública que los gobiernos y medios de comunicación se dedican a anunciar a bombo y platillo mediante la infoxicación masiva a la cual están sometidos millones de ciudadanos. Además, ¡Oh sorpresa!, tanto medios de comunicación, gobiernos y farmacéuticas comparten inversores, como Vangard o Blackrock en los casos de Pfizer o Mediaset. Poco importa si hasta los grandes organismos de salud pública como la EMA o la FDA hayan registrado miles y miles de efectos graves e incluso defunciones debido a los pinchazos. El patrón se repite: todo por la pasta. Sin embrago, no todo va de pasta.

Si hay algo que la población en general ha experimentado desde marzo del 2020 es un claro cambio del paradigma social que rige el día a día. Mascarillas, pases covid, inyecciones cada 6 meses y testearse se han convertido en rituales equiparables a fumarse un piti después de comer, con los amigos de fiesta o en la puerta de la universidad antes de un examen. Rituales en los que se ven involucradas una serie de drogas que pueden ser utilizados para inducir cambios sociales.

Claro ejemplo de ello fue la instrumentalización de la liberación femenina por parte de los fabricantes de cigarrillos, con la ayuda del publicista Edward Louis Bernays, para poder aumentar su cuota de mercado en un 50%. Incluso hubo una gran puesta en escena durante el desfile del Domingo de Pascua de 1929 en EE. UU. Durante este evento se contrató a mujeres para que fumasen en público como acto de liberación y rebeldía para mostrar que tanto mujeres como hombres tenían el mismo derecho a fumar, un mensaje que se desvelaba a la luz de las «Antorchas por la libertad». Unas antorchas que marcaban el camino hacia el aumento estratosférico de los beneficios económicos de las tabacaleras, la recaudación de impuestos de la otra mitad de la población por parte de los gobiernos y, sobre todo, impulsar que las mujeres abandonasen el hogar, para incorporarse al mercado laboral de modo que la educación de los niños, o gran parte de ella, quedara en manos del estado. En 2022, esas «antorchas» son los pases covid, los pinchazos, las mascarillas y los tests; elementos que igualan, o eso se trata de vender, a casi todos los grupos sociales y los aúnan en la lucha contra un enemigo invisible, un presunto virus que supuestamente es peligrosísimo e hipermortal.

De nuevo, son los medios de comunicación quienes ponen en marcha su maquinaria propagandística para difundir las ideas de los think tanks como el MIT, con el objetivo de cambiar la manera de pensar y actuar de la masa social según le interese a aquellos que financian tanto a unos como a otros. En 1929, se quiso hacer que las mujeres cambiasen sus hábitos sociales para tener un mayor control de sus vidas y de su descendencia. En 2022, el objetivo es que la población general, a cambio de una sensación de seguridad, ceda sus derechos y libertades. En ambas situaciones se persigue un mismo objetivo: el control. Un control que se consigue usurpando a la población su valor para defender sus derechos haciendo uso del miedo: miedo a morir por el presunto bicho, miedo a la multa, miedo a no poder viajar, miedo a no poder ir a tomarte un café o miedo a que tus familiares, amigos o compañeros de trabajo te repudien por verte como un arma biológica andante.

El rechazo social es una situación a la que el ser humano suele temer debido a que es un animal social y gregario por naturaleza que necesita de sus congéneres, del grupo, para sobrevivir. Este es un aspecto de la psique humana que los publicistas y los propagandistas no dudan en utilizar, tal y como pasó con el tabaco cuando se extendió su consumo. Todo el mundo fumaba en por todas partes: en los bares, en el transporte público, en clase, etc. Daba la sensación de que si no fumabas estabas fuera de onda, eras un bicho raro o incluso eras un muerto de hambre porque no te lo podías permitir. Hoy en día, aquel que no lleva mascarilla, que no se pincha, no se hace los tests o no se ha sacado el pasaporte covid es señalado y etiquetado como un negacionista, loco, peligroso, conspiranoico, antivacunas, bebelejías u otros términos despectivos.

Palabras empleadas por los propagandistas para encasillar a aquellos que disientan del discurso oficial y crear dos bandos para dividir la sociedad, al igual que en los restaurantes se separaba a fumadores y no fumadores. Obviamente, la segregación entre inoculados y no inoculados tiene unas consecuencias de mayores dimensiones que la escisión anterior. También indica que la tendencia de las élites dominantes en toda época de la historia de la humanidad ha sido aplicar el divide et impera para establecer su dominio sobre el resto de seres humanos y que estos no se rebelasen contra ellos y sus planes tiránicos. No obstante, las drogas juegan un papel muy importante en esta división que no solo ataca a la razón, sino también a las emociones.

Durante milenios, los distintos tipos de droga han jugado un papel crucial en la alteración de los estados de consciencia del ser humano: algunas son excitantes y otras sedantes. En los casos que nos ocupan, todas ellas son más bien del segundo tipo. Por un lado, el tabaco «ayuda» a los fumadores pensar que están llenando un vacío emocional y sentimental provocado por la incapacidad de integrar los sentimientos y emociones vividos en el día a día. De este modo, el individuo que está desprovisto de recursos espirituales y psicológicos para gestionarlos se halla en un estado de vacío existencial del que siente que necesita evadirse, por ejemplo, fumándose un cigarrillo. A nivel químico, la nicotina es una substancia excitante, pero a nivel psicológico, fumar produce una «cortina de humo» que vela aquellas emociones y sentimientos que no se puede, quiere o sabe integrar. Lo mismo ocurre con el resto de adicciones plandémicas.

Ya sea porque alguien crea que hay un virus flotante y mortífero ahí fuera, o porque no quiera que le multe o le riña la policía o que sus conocidos le miren mal recurre a las mascarillas, los pinchazos, los tests o los pases covid para no afrontar el gestionar e integrar emociones y sentimientos como la incertidumbre, el miedo, la rabia, la ira, el rechazo, el odio, la incomprensión, y un largo etcétera. En este caso, la mascarilla también es un velo físico y metafórico para tapar aquello a lo que el individuo no se quiere enfrentar en el plano de las emociones y los sentimientos.

Cabe destacar que las élites encargadas de controlar a todos los actores implicados en el establecimiento del Nuevo Orden Mundial son conscientes de la importancia de tener una masa anestesiada y completamente manipulable, ya que una persona que no siente, comprende e integra sus emociones y sentimientos jamás será capaz de entender cuál es su origen. Como resultado, la mayoría de gente no da el primer paso para poner solución a un problema: saber que lo tienen. En los tiempos que corren, el más significativo es la falta de libertad, la cual nos ha sido arrebatada en base a un relato manipulado, sesgado y fraudulento.

Seguramente, muchos de aquellos a los que se les etiqueta como borregos, dormidos, covidiotas o tragacionistas, se les pase por la cabeza en algún momento que todo lo que les están contando desde los medios oficialistas e instituciones políticas no tenga sentido o esté lleno de incoherencias. No obstante, el hecho de comenzar a planteárselo y analizarlo con detenimiento puede resultar un proceso sesudo y laborioso, pero sobre todo requiere de una gestión de los sentimientos y emociones que les asaltan durante el proceso de darse cuenta de que es muy probable que les hayan engañado. Así pues, la respuesta de la mayoría de la población suele ser correr un «tupido velo», enmascarándose, pinchándose, testeándose y marcándose con un QR para no ver el abismo al que se dirigen, a pesar de que por mucho que lo cubran, velen o intenten llenar, sigue ahí y cada vez está más cerca.

Cuando hablamos del abismo nos referimos al modelo de sociedad se pretende establecer. Una cotidianeidad en la que el ser humano pierde toda soberanía corporal, mental, ideológica, sentimental, emocional e incluso espiritual. De hecho, alguien que no sabe cómo tratar sus emociones y sentimientos no será capaz de ser soberano y libre porque tratará de controlarlos o reprimirlos en vez de integrarlos. Como resultado, se hallará inmerso en un vacío espiritual que tratará de velar o llenar con cualquier droga (plandémica o no) que le inducirá un estado de alteración de consciencia. Una anestesia o excitación que nubla la mente, anulando así las capacidades de raciocinio y de sentir, paso fundamental para controlar a una sociedad, puesto que los sentimientos y las emociones son aquello que aborda al ser humano cuando interactúa con su realidad y que pueden impulsar la búsqueda de un cambio a nivel individual mediante el uso de la razón. Es por ello que todo cambio que surja de individuos racionales y sintientes es una amenaza para los planes de la élite dominante.

Llegados a este punto, fumadores o no, pasaporteados o no, pinchados o no, testeados o no, o enmascarados o no, se encuentran ante dos caminos a seguir: el primero conduce a seguir consumiendo la misma dosis de droga o más y no dejar paso a sentimientos y emociones para no ver el abismo o tratar de llenarlo; el segundo es integrarlos de manera progresiva para que poco a poco  se llene ese vacío existencial que muchas veces hemos desatendido y, en compañía de la razón, utilizarlos como el combustible que nos dé la energía para llevar adelante nuestra existencia con claridad mental y espiritual a nivel individual, así como ayudar a avanzar como grupo a aquellos que nos rodean  para construir una humanidad que aspire a una mayor elevación vital y espiritual.

Este proceso no será fácil, ya que una droga no se deja de la noche a la mañana, pero a medida que se reduce la dosis se retira el velo que tapa el vacío emocional y sentimental que deja paso a las emociones y sentimientos que habían quedado relegados a un segundo plano. La dificultad de este proceso es que, si se deja de consumir de golpe, la avalancha de emociones y sentimientos puede ser descomunal y muy complicada de gestionar, por lo que, normalmente, conviene que sea un proceso lento pero constante. Por ejemplo, del mismo modo que no es lo mismo fumarse un paquete de tabaco al día de manera compulsiva que un cigarrillo al día, tampoco lo es ponerse una mascarilla hasta para salir a la calle (cosa inaudita en la mayoría de países europeos), que solo en interiores cerrados y con mucha gente. Efectivamente, en los cuatro casos somos drogadictos, aunque en distinto grado. Esto es clave, porque podemos reducir y controlar ese consumo mediante el uso de nuestra soberanía, autorizándonos a fumar ese cigarrillo, o ponernos esa mascarilla (también se aplica a inyecciones, pases y tests) en los momentos que nosotros decidamos. Somos nosotros quienes verbalizándolo de manera explícita nos empoderamos, ponemos límites a nuestras adicciones y nos acercamos a esa plenitud emocional y sentimental que nos convierte en seres humanos empáticos, poderosos y soberanos.

El objetivo final en sí no es dejar las adicciones, sino dejar paso a las emociones y sentimientos que llenarán ese vacío existencial que, en compañía de la razón nos permitirán avanzar hacia una humanidad consciente y elevada que no necesite ni de drogas ni de una élite que las use con fines nocivos y de sometimiento. Una humanidad que evolucione, coexista, cree, sienta y ascienda espiritualmente, o sea sé, una humanidad más humana.

*Un artículo de Ignacio Salavert