En estos tiempos, se acostumbra a hablar de cómo nos afecta en lo personal esta situación de “adaptarse o morir” (o también de, morir por querer adaptarse). No es una cuestión menor la de tener que elegir entre «susto o muerte», sobre todo cuando sabes que por mucho que tú decidas, la decisión final no estará en tu poder. Así pues, se ha incrementado el número de personas o colectivos enfrentados; entre aquellos que piensan ingenuamente que las políticas públicas están orientadas a velar por nuestra seguridad y aquellos que piensan en una conspiración sobre la despoblación mundial. Hay hechos: observables, cuantificables, evidencias… y cada uno trata de usarlos en beneficio de su argumentario. Y hasta ahí todo puede ser discutido o debatido.
Lo que me ha llamado la atención en estos últimos años ha sido que todas las generaciones que hoy seguimos haciendo frente a este gran desafío (cada uno con su estrategia, más o menos acertada), ha sido que ninguna generación está viviendo en armonía (más allá de algunos ilusos que viven bajo la sedación televisiva). Si nos fijamos en la generación que hoy tiene 80 años, viven atemorizados de ir a un hospital, sobre todo después de ver y oír a médicos reconociendo que durante la primera ola se acabó con la vida de cientos de miles de enfermos, ya que se les aplicó un protocolo político y no sanitario. A los que tienen 60 años, llevan 10 años acogiendo a sus hijos y nietos en casa ya que sus hijos cayeron en desgracia desde la crisis financiera del 2009 y cuando empezaban a recuperarse, volvieron a perder sus trabajos por el shock de oferta y demanda impuesto desde marzo del 2020. Aquellos que tienen 30 ó 40 años, están viendo un futuro desolador, sin saber qué será de sus ahorros, sin saber si invertir, sin saber prácticamente nada ante tantas leyes y reales decretos que contradicen la Constitución en repetidas ocasiones. Los que hoy rondan la veintena están disfrutando como pueden de su juventud, pero nada comparable a otros años mejores: cargados de rebeldía, fiestas eternas, amores furtivos, viajes nacionales e internacionales… y por último; los más vulnerables e indefensos, como son los menores. Una realidad se cierne sobre ellos ya que muchos padres están empezando a entender eso de… “los hijos no son de los padres”, sino del Estado (como recientemente reconoció una “miembra” del Gobierno). Y es que cuando se somete a estos pequeños a medidas que van en contra de unas creencias, cuando aceptas lo que dice sólo una parte del colectivo sanitario (con claros y evidentes conflictos de intereses) y te limitas a seguir “recomendaciones obligatorias y coercitivas” de instituciones políticas que afectarán a su futuro desarrollo emocional, cognitivo…
En definitiva, se podría decir que todas las generaciones tenemos motivos para estar preocupados y enojados, más cuando nos prometían salud a cambio de libertad, y hoy día, tras dos años de medidas y restricciones, vemos que NI TENEMOS SALUD NI TENEMOS LIBERTAD.
Esto tiene que explotar tarde o temprano. Los políticos están estirando demasiado la cuerda, con la complicidad y asistencia de los medios de comunicación masivos que tienen la labor de atemorizar a las masas con nuevos brotes del bicho y con la plena sumisión de los sanitarios. Con la variante omicron procedente de Sudáfrica ya están aprovechando para sacarse de la manga más medidas totalitarias y hundir más la economía y de paso acabar con las pequeñas y medianas empresas que todavía habían sobrevivido a la anterior restricción totalitaria. En Sudáfrica ya dicen que esa variante omicron no ha tenido consecuencias graves porque sus efectos son más leves que una gripe común. Nada que justifique estas medidas totalitarias ni de lejos.
Con la población atemorizada tragándose todo lo que dicen los medios, están evitando que la mayoría reacciones. Pero es que va a haber un punto cuando millones no puedan ni llegar a mitad de mes con sus ahorros, que esto va a estallar. Mientras los políticos con sus vasallos mantenidos en chiringuitos viven de puta madre como si esta crisis no fuera con ellos. La clase política se ha convertido en una élite de señores feudales con sus cortes de vasallos chiringuiteros que viven a costa de expoliar a la gente común y corriente. ¿Cuándo despertará de una puñetera vez la masa?
Ya ha explotado en Rusia ya se ha liado la cosa.