Nos dice el crítico literario David Rubio que el poema La Desesperación, atribuido a José de Espronceda (aunque quizás el autor haya sido Juan Rico y Armat), fue una pieza incendiaria en su época. El analista sugiere que era producto de un “yo lírico alterado causado por la cólera, la impotencia o el enojo”. Como un personaje de Tarantino incrustado en la lírica española del romanticismo literario del siglo XIX. Reconozco, pues, que esta adaptación puede ser igual de incendiaria en nuestros días, pero que no busca otra cosa que la analogía crítica.
Y la verdad es que es muy poco lo que hay que cambiar para que produzca el mismo efecto en el siglo XXI. Lo difícil, en tal caso, es respetar no solamente la apocalíptica intención del autor, sino intentar ser fiel a ese estilo poético (estrofas, métrica, rimas, etc.). En tal caso le quité la última estrofa (que va de sexo heterosexual, por no encajar en este siglo). La culpa es del autor, ya hace dos siglos. Ver versión original.
La nueva norm… desesperación
Me gusta ver el cielo
con negros nubarrones
y ver televisiones
mintiendo sin parar,
me gusta ver la noche
sin gente y sin estrellas,
y entonces ver las huellas
del Nuevo Orden Mundial.
Me agrada un cementerio
de muertos bien relleno,
y gente embozalada
que impida el respirar,
y ver al camarero
de tétrica mirada
con mano despiadada
por pases preguntar.
Me encantan residencias
llenisimas de abuelos,
que caigan en el suelo,
me da mucho placer,
y darles más morfina
y ver como si gritan,
les dar midazolan,
y así verlos caer.
Que el parte me despierte
con tétrico estampido,
y al mundo adormecido
lo haga estremecer,
que el miedo cada instante
inyecten como un cuento,
hundir el pensamiento
me agrada mucho ver.
Me gustan las variantes
que corran devorando
las mentes controlando
a todos por doquier;
y ver a un hombre sano,
que sus miedos airea,
que todo se lo crea…
¡qué gusto!, ¡qué placer!
Me gustan enfermeras
con EPIs tapizadas,
de mente despojadas,
sin vida, sin amor,
me gusta que ellas bailen,
los bailes de Tik Tok
y ver listas de espera
crecer en derredor.
Allá, en sombrío monte,
solar desmantelado,
que salgan los pinchados
su orgullo a reflejar,
y ver a los galenos
con ásperos chillidos
decir que no han querido
todo esto recetar.
Me gusta que inoculen
a todos los mortales
y así todos los males
les hagan padecer;
les ardan las entrañas,
les rasguen los tendones,
que fallen corazones
sin de ayes caso hacer.
No queda otra salida,
si hay cuatro que lo niegan,
millones se aborregan
se arrasa por doquier;
prohibimos los ganados
y los cultivos sin pausa,
y estragos miles causa,
¡qué gusto!, ¡qué placer!
Las voces y las risas,
el juego, las botellas,
en torno a travestidos
alegres apurar;
y en sus lascivas bocas,
con voluptuoso halago,
un beso a cada trago
alegres estampar.
El código qu erre,
te piden si trabajas,
si no te das de baja,
y pierdes ese don;
y luego viene el brindis
mezclados con quejidos
que lanzan los heridos
en llanto y confusión.
Me alegra en el deporte
infartos repentinos,
y ver a mis vecinos
caerse en un rincón;
y que otros ya borrachos,
perdidos y alienados
nunca hayan intentado
el hecho desusado,
de haber quizás buscado
algo de información.
Me gusta mi legado
Que gusto, que ilusión!