Hace ya bastantes años se lidió en Barcelona un novillo bravísimo de don Félix Urcola, y en un viaje que pocos días después hizo el ganadero a la Ciudad Condal, hubo de preguntarle un inteligente aficionado cómo era posible que se hubiera jugado como novillo tan excelente animal, cuando habiéndolo hecho en una corrida de toros habría lucido muchísimo más, a lo que contestó don Félix en estos o parecidos términos:
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«La cosa es mucho más extraordinaria de lo que a usted le parece, porque que un ganadero se equivoque no tiene nada de extraño; pero es que con aquel novillo la equivocación fué de otro orden. Aquel novillo era hijo de una becerra desechada por mansa, pero al ir a llevarla al matadero nos dimos cuenta de que estaba preñada, y no quise que la mataran.
Parió un becerro, y como si tal hembra supiera lo que la salvaba, volvió a estar preñada cuando nuevamente quisimos llevarla al matadero. Al tentar el primer becerro, se mostró éste bravísimo, pero en vista de la nota de la madre y que tampoco era muy buena la reata, lo dejamos para novillo. El segundo becerro dió otra tienta superior, pero tampoco me fié. El primero fué el que se jugó en Barcelona; el segundo se lidió en Bilbao y fué tan bravo y tan noble como el de aquí, y cuando yo me había convencido ya de la bondad de la vaca que daba tales hijos, se le ocurrió morirse… En esto del ganado bravo —acabó diciendo el señor Urcola—, crea usted que no hay nada seguro; si lo hubiera, todos seríamos ganaderos de primer orden.
Aquellos novillos dieron, sin duda, el «salto atrás», eran dos casos de atavismo, pues sacaron la sangre de algunos de sus abuelos del tiempo de Arias Saavedra o del Barbero de Utrera, cuando no de los condeses, los del conde de Vistahermosa».