lo que se oye cuando cogen a un torero

Publicamos un artículo de don Antonio Díaz-Cañabate, firmado en 1955, en el escribe sobre lo que se oye cuando cogen a un torero. Algo que no ha cambiado mucho a lo largo del tiempo. Decía así el maestro Díaz-Cañabate:

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«La gente, cuando ve coger a un torero, se divide en dos bandos: el de los compasivos y el de los crueles. Aclaración. Ni los compasivos lo son totalmente, ni los crueles tampoco. Con una diferencia: los compasivos, exteriormente, aumentan su compasión; los crueles disimulan su crueldad. Es en su interior, en lo profundo, en esa hondura del alma, a la que tantas veces nos da miedo llegar, donde el compasivo se manifiesta cruel y el cruel compasivo. Pero, bueno, esto importa poco; allá cada uno con sus sentimientos escondidos a la comprensión y conocimiento de los demás. Lo que nos interesa para nuestro comentario es la exteriorización de tales sentires.

El toro coge al torero. De esto no se da cuenta nadie, y menos que nadie el torero cogido. Si se la diera, pocas cogidas habría. Cuando nos damos cuenta, ya está el torero en el aire o entre los cuernos. Lo primero que hacemos es levantarnos. No por nada. No por crueldad o por compasión, simplemente para verlo mejor. Una vez en pie, es cuando afloran los gritos de conmiseración o las mesuradas palabras de la indiferencia.

— ¡Qué horror! ¡Lo ha matado! —chilla el espíritu tierno.

— No es nada. Trabajo para el sastre—comenta el espíritu fuerte.

— ¿Que no es nada? Y le ha metido todo el pitón, que lo he visto yo.

— ¿Por dónde?

— Pues…, pues… por ahí… hasta la cepa.

— Usted ve visiones. Por ahí no es decir nada. A ver si se ha creído usted que un pitón se mete por ahí, por cualquier sitio.

— En el muslo. Le ha atravesado el muslo.

— Ya será algo menos. En todo caso, un puntazo.

— ¡Un puntazo! ¡Mírele cómo se contrae! ¡No se puede Levantar! ¡Lo ha matado!

— Teatro. Eso es teatro.

— Usted lo que es es un salvaje.

— El salvaje lo será usted, que está deseando que lo haya matado. Si no se muere, que le devuelvan el dinero.

— Sepa usted que no. Yo no vengo a los toros a ver matar a los toreros.

— Pues lo parece talmente.

— ¡Va echando sangre, un chorro enorme!

A todo esto, el moribundo, que va conducido a la enfermería, se incorpora, la emprende a manotazos con sus conductores, se suelta de ellos, salta la barrera como si tal cosa, requiere los trastos y vuelve a la cara del toro. Gran consternación en los compasivos.

Gran alegría en los incrédulos.

— Conque con el muslo atravesado, eh? ¿Conque las cataratas del Niágara de sangre, eh? ¡Si llevo viendo toros desde que me salieron los dientes! ¡Si a mí no hay quien me la dé! —proclama, todo ufano, el que acertó.

— Pues yo bien creí que le había calado. Más vale así— rezonga el equivocado sin ocultar su contrariedad.

Si sucede que al poco de ingresar el herido en la enfermería corren voces de que tiene una cornada grande, el que vio como entraba el pitón, increpa, radiante de alegría:

— Y ahora, ¿qué me dice usted? ¡Se queda cojo! ¡Pobre chico! ¿Quién es el salvaje?

— Para eso son toreros, para eso ganan tanto dinero— se atreve a decir, mohíno, el increpado.

Todos los que le rodean caen sobre él.

— ¡Fuera!… ¡Que se vaya!… ¡A la cárcel!

— Señores…, yo tengo tanto corazón como cualquiera.

— Usted lo que tiene es un adoquín. ¡Decir que era teatro! ¡Menudo teatro, y le ha roto la femoral!

— ¡Hombre, la femoral! — interviene otro.

— ¡Sí señor, y me juego lo que usted quiera, que tengo un cuñado médico y sé de esto!

— ¿Así? ¿A vista de pájaro?

— Sí señor, porque tenemos dos venas en el muslo: la safena y la femoral.

— Se me figura que tenemos otras pocas más.

— Sí señor; pero esas no cuentan.

— Vamos, que están de adorno.

— Están para lo que están; pero la safena y la femoral, si se rompen, viene la gangrena. Y eso es lo que tendrá a estas horas ese pobre chico.

— No diga usted disparates. La gangrena…

Y entonces abandonan al herido, y todos los circunstantes se enredan en una discusión, llamémosla científica, que es lo que no hay que oír. Y para no oírla, hagamos punto final».