Una de las frases más conocidas del mundo del toro es la de “en Madrid que toree San Isidro”, pronunciada por Guerrita. En este artículo firmado por Don Justo en 1955 se explica qué es lo que ocurrió para que el Califa del toreo cordobés, que había mantenido un idilio con la afición madrileña durante años, acabara con esta realción. Dice así la anécdota:
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«Siempre se celebran en Madrid corridas de toros, con motivo de las fiestas de su Santo Patrón, acude a nuestra memoria una frase de «Guerrita», con la que se inició francamente el ambiente hostil que no dejó de acompañarle hasta el momento de su inopinada retirada.
De las doce temporadas que hizo el famoso espada cordobés como matador de toros, es la de 1894 la más brillante de su carrera taurina. «Guerrita» fué el niño mimado de la afición madrileña, y desde 1882, año en el que se presentó como banderillero en la cuadrilla de Fernando Gómez, «el Gallo», —éste entonces «Gallito Chico» —, hasta el 1891, sólo pisó un sendero de rosas y admirado era por los partidarios de «Lagartijo» y «Frascuelo», amos por aquel entonces del taurómaco cotarro.
Pero en este último año cometió, mal aconsejado, una gran torpeza.
Enfrentarse en los ruedos en plan de competencia con su paisano y maestro, «Lagartijo el Grande». Un hombre de veintinueve años, robusto, ágil, en lucha con otro de cincuenta, desgastado en la pelea con el toro, fué cosa que produjo un efecto deplorable, y plumas tan autorizadas como las de Mariano de Cavia, «Sobaquillo»; José de Laserna, «Aficiones», y Eduardo de Palacio, «Sentimientos», lagartijistas sin ningún recato, emprendieron contra «Guerrita» una campaña furibunda.
Aquella descabellada competencia fu é flor de un día. Se reconciliaron los diestros, volvieron a su cauce las desbordadas aguas y, retirado «Lagartijo», como ya lo había hecho «Frascuelo», una aparente calma rodeó a «Guerrita».
Ya hemos dicho que la temporada de 1894 fué Para Rafael, en Madrid, una de las más brillantes. Trágicamente fallecido el 27 de mayo Manuel García, «Espartero», los admiradores de Antonio Reverte tuvieron que claudicar ante la grandeza torera de «Guerrita».
Más la semilla «antiguerrista» no había sido eliminada, y por ello, en la primera corrida que toreó en Madrid —25 de marzo—, se le recibió hostilmente. Enorme fué el éxito obtenido el 1 de abril con toros de don Esteban Hernández, grandes y con poder, y mayor aún el conseguido en la segunda corrida de abono —22 de abril —, corrida en la que al torero «Farolero», de don Juan Vázquez, le dio diecinueve pases de primer orden, diez naturales, citándole en cuatro ocasiones y consumando la suerte de recibir en la última.
No cesaron para Rafael las ovaciones en toda la tarde del día siguiente, 29, en la lidia de los toros que le correspondieron de don José Orozco, y en la miurada del 3 de mayo (seis reses del famoso ganadero, muy grandes, duras y bravas, que tomaron cuarenta y ocho puyazos, por treinta y una caídas y ¡diecisiete caballos! arrastrados), «Guerrita» estuvo soberbio.
En la quinta y la sexta corridas de abono —6 y 13 del citado mayo—, y con reses de Veragua y Udaeta, respectivamente, prosiguieron los triunfos, aumentados en la isidrada del 17 con reses de don Félix Gómez, las más grandes y poderosas lidiadas en los últimos veinticinco años del siglo XIX. Y en este plan continuó hasta el 1 de julio, decimotercera corrida de abono, en la que el famoso diestro de la sultana Córdoba mató por única vez en Madrid, seis toros de Murube, empleando seis buenas estocadas y dos pinchazos en hueso.
De esta manera cerró «Guerrita» la primera temporada madrileña, jugándose la piel de corrida en corrida, para vencer a sus adversarios, muchos de los que conservaban la animadversión contra el torero, cuya labor era pasada por un finísimo tamiz. Toreando en Salamanca —dice el «Bachiller González de Rivera» en su interesante obra «Rafael Guerra, “Guerrita”» —, como circularon rumores de si resistíase o no a hacerlos nuevamente en Madrid, se dijo que en una «interviú» con un periodista el espada había tenido juicios despectivos para el público de la Corte, llegando a decir una frase que armó gran revuelo y causó al diestro muchos disgustos. «En Madrid, que toree San Isidro», afirmábase que dijera, y aunque algunos lo negaron y otros lo aseguraron y «El Adelanto», de Salamanca, ratificó la especie, el dicho de Rafael fué artículo de fe y arma poderosa en manos de sus enemigos para combatirle implacablemente.
Empezó a forjarse la tormenta, y cuando «Guerrita» volvió a presentarse ante la afición madrileña, estalló con todas sus consecuencias. Sucedió esto el 30 de septiembre, y al hacer el paseo, en unión de Antonio Fuentes y Julio Aparicio, «Fabrilo», «Guerrita» fué recibido con una silba espantosa, mezclada con insultos, olvidándose de las primeras temporadas.
Injustamente tratado por parte del público en esta corrida y en la siguiente del 28 de octubre, confirmando la alternativa a «Litri», padre del actual matador de toros, «Guerrita» se alejó de la Plaza madrileña, no contratándose para la temporada de 1895.
«En Madrid, que toree San Isidro», fué la frase que motivó el divorcio entre «Guerrita» y la afición madrileña, removiéndose el rescoldo que aún quedaba de aquella hostilidad del año 91 en su pretendida y descabellada competencia con «Lagartijo». El alejamiento de Rafael Guerra de la Plaza de la Corte no disminuyó la campaña contra él emprendida, arreciando las censuras y las diatribas, fundándose semanarios para combatirle y publicándose caricaturas ridiculizándole.
Contratado por la empresa, no volvió a la Plaza teatro de sus triunfos, últimamente derribada, hasta el 1897. Ya era tarde. El público abiertamente contra el torero, fué tratado injusta y despiadadamente, influyendo esto en su ánimo de tal manera que empezó a pensar en abandonar la profesión.
Dos años más tarde lo hizo en la feria del Pilar de Zaragoza en los términos que son harto sabidos.
Muchas fueron, debidas a su temperamento, las brusquedades y las frases de este famoso lidiador que calaron en los sentimientos de los aficionados; pero esta que hoy hemos «desarchivado» de nuestra memoria, mezclando el nombre del Santo Labrador fué, indudablemente, la que más le perjudicó en su taurómaca existencia».