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Cuesta hablar o escribir de toros en estos tiempos, en los que sistemáticamente hay que ir con el pasaporte del perdón por delante. Llevo tantos papeles en la mochila, que más parezco un chamarilero, que un viajante de tres al cuarto. En cuanto prohíban el papel (al tiempo), soy carne de trullo, me acusarán, por lo menos, de traficante. Claro que soy un provocador nato, porque me manejo con un teléfono de cuando entonces, que hace que mis seres queridos, algunos, no todos, se hagan cruces y se avergüencen de mí. Son los únicos que saben que estoy en posesión de un bicho sin conexión a internet, ni a videotontunas de último minuto. Sólo para dar un recibir recados, qué cosas. Así voy tirando. Algunos conocidos, hasta hacen chanza y escarnio de mi atraso.

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Lo del pasaporte del perdón taurino es, como imaginarán, una chulería más por mi parte, ya que no sólo no voy pidiendo perdón, sino que saco pecho, aunque tampoco, porque cada vez me aburren más los que hablan por no estar callados y frecuentan con inusitada tozudez, el ridículo.

Evidentemente, ajeno a minucias y estorbos, estoy haciendo mis planes para la temporada que se avizora, como si tal cosa, sigo leyendo de lo nuestro, yutubeando a modo, conferencia va, conferencia viene, en suma, estoy pasando el invierno como buenamente puedo. Que, por cierto, ahora que me sacan el tema, menudo cambio climático llevamos.

Lo único que deseo para el año venidero es que se acaben los tapabocas para todos en las plazas y, si no puede ser, al menos que los que salgan al ruedo lo hagan sin esa horrible mácula, que mancilla nuestro rito y que sirve para poco o nada. Pero volvamos grupas y dejémonos de esas camisas de tantas varas.

Digo que espero que las empresas se apliquen, se abran de capa con lustre y se dejen de zarandajas, que los aficionados sabemos que los más peligrosos antis están dentro y no fuera, que la gente quiere emoción y no tomaduras de pelo. Queremos variedad de encastes y carteles abiertos y que toree quien lo merezca y no quien mangonee. ¿Ingenuidad?, claro, porque desde que el mundillo es mundillo, nihil novum sub sole, el chalaneo ha estado con nosotros, pero ¿qué quieren?, no dejo de imaginar carteles soñados. Suelo dejarme caer por Francia, porque me gustan sus formas de gestionar y, porque si quiero ver algunos tipos de toros, tengo que tomar carretera y manta. En España, me llevo muchos berrinches y, lo que es peor, salgo muchas veces con la certeza de que me han tomado el pelo. Y eso, me duele y me entristece. Las tomaduras de pelo, que, ojo, la mayoría de las veces, las veo desde lejos, pero la querencia es la querencia, por eso no me cuesta ningún trabajo pasar la linde. No siempre sucede, pero nunca, nunca salgo con amargura de una plaza gala.

Ni que decir tiene que la gran esperanza blanca será Las Ventas. Quiero creer que volveremos a tener una Feria, así con mayúsculas, como antes de los bozales, como las de toda la vida desde don Livinio.

Con el debido respeto y, si se permite una sugerencia, creo que se debería hacer una política de precios agresiva para con los jóvenes, porque desde hace unos años, observo cómo los tendidos se llenan de universitarios, o al menos, con apariencia de ambos sexos, por cierto, así es que es obligación de las empresas mimar la cantera y no pensar en el patético “pan para hoy”. Lo digo por su bien y su cuenta de resultados futura.

El otro impulso debería venir por la vuelta de la emoción, que como todo el mundo sabe, es imposible sin la integridad del toro bravo.

Dentro de este sindiós en el que nos han metido por la cara y por mansos, observo datos para la esperanza, tomemos pues el consejo del sabio Antonio Escohotado, recientemente fallecido: “Que lo clásico se sobreponga a las vanguardias, y el aburrimiento no sea combatido con novedades”.

¿Estaría pensando el maestro en el rito taurino cuando dijo esto? Lo parece, talmente.

*Un artículo de Bienvenido Picazo