aficionados

El tema de los aficionados ya lo hemos tratado en otras ocasiones en estas mismas páginas. Siempre ha existido debate y preocupación por la evolución de la afición taurina y hoy queremos compartir un artículo de don Antonio Díaz – Cañabate dedicado a los nuevos aficionados, una opinión de 1954 que podría escribirse hoy día (con alguna salvedad). Dice así:

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«¿Se formarán nuevos aficionados? Hasta ahora no se vislumbra  tan venturosa posibilidad. La juventud se halla muy distante de los toros. No faltan rostros adolescentes ni juveniles en las Plazas, pero casi todos van acompañados de una mujer. Esta abultada presencia de mujeres en las Plazas es signo de los tiempos. La mujer ya no se queda en casa ni a la de tres. Desde las oficinas hasta las cafeterías lo han invadido todo. Los toros no iban a constituir una excepción, máxime más habida cuenta que la transformación que sufrió la Fiesta estos pasados años, aliciente fue para ellas, pues muy atenuada, casi inexistente la crueldad de la suerte de varas, disminuída la peligrosidad del toro, decaído el toreo serio y en auge lo tutilante y lo bonito, es natural que las mujeres se aficionaran al espectáculo.

Hasta ahora la formación de nuevos aficionados era punto menos que imposible. El toreo que se ha venido practicando podía gustar y, de hecho, gustaba. Podía apasionar, esto ya con menos intensidad. Lo falso pasa. Lo falso quizá deslumbra, no convence. Puede haber partidarios de lo falso, nunca defensores con afanosa dedicación y encendido auténtico entusiasmo.

En la temporada lo hemos comprobado; precisamente en esta temporada, que en contra de opiniones respetables, en mi sentir equivocadas, reputo de sensacional. El público empezó desorientado, y a lo largo de ella se fue centrando, lo fueron centrando el tono de las corridas. Porque esto es indudable, y ciego está el que no lo reconozca. El público, en su conjunto, a despecho de las individualidades que lo forman, posee fina sensibilidad. Y el público percibió que los toros no eran los mismos de los pasados años, y no porque las disposiciones gubernativas le abrieran los ojos, pues el runrún de que los toros salían con los pitones cortados se había extendido lo suficiente para que nadie pudiera ignorarlo. El público percibió que el toro tenía palpalble peligro y que pocos toreros de los cogidos se libraban de una herida, más o menos seria, como ocurría antes, y que los toreros se cometían a tontas y a locas las excentricidades que tenían por costumbre cuando los pitones carecían de poder ofensivo.

Es natural que la temporada no haya sido brillante. Como ya dije en artículos anteriores, casi todos los toreros actuales han nacido en laépoca del toro mocho, y hasta que se amolden al de cuernos limpios necesariamente acusarán desconcierto. Los diestros que surjan de ahora en adelante tendrán, lo quieran o no, que dejarse de efectismo y apoyarse en las normas clásicas, y dentro de ellas descollar su personalidad. Por ahí andará ya el jovencito que un día se destapará prendiendo la atención de las gentes. Y este jovencito volverá a llenar las plazas, como las ha llenado este año -y de ello puedo dar fe-, no un jovencito sino un hombre maduro por los años que se llama Domingo Ortega, del que pronto tendremos que hablar por exteso para aclarar lo que ha significado su presencia en los ruedos este año.

Se engañan los que temen por el porvenir de la Fiesta. Lo temí yo estos años atrás. Estoy seguro de que si persisten, como es de esperar, las disposiciones gubernativas del año 1953, la fiesta recobrará su prestigio y lo pasado será un episodio, una de las tantas vicisitudes que sufre todo lo secular. Nuestra Fiesta ha tenido enemigos terribñes, desde un Papa hasta escritores de vario talento, pero siempre ha permanecido inconmovible. Un rey, Carlos IV, la prohibió, otro rey, este intruso, José Bonaparte, para halagar al pueblo, la restableció, conociendo que nada estaba tan entrañado en las preferencias de los españoles como esta diversión tachada de bárbara, cuando ahora salimos con que ciertos deportes resultan más cruentos que los toros.

¿Y los aficionados? ¿Cómo podra subsistir sin aficionados? Punto es este el más oscuro y temeroso de todo el horizonte taurino. La evolución de los tiempos y de las costumbres hacen imposible el renacimiento del tipo de aficionado que hasta 1936 perduró. Hemos de confiar en que se formarán otros nuevos, con otras características, con otros modos, pero unidos a los antiguos por el mismo amor a la Fiesta, porque si afición es tanto como ahinco y eficacia, afición es una forma de amor, de dedicarse a algo con fe, con constancia, con desinterés, ¡sobre todo desinterés! Y todo esto no lo puede atesorar un espectador adventicio, un curioso de aquello que los toros encierran de espectáculo. Se precisan los aficionados, los que en todo momento se preocupen de que la Fiesta se conserve lozana. Nadie pide estancamiento, ni mucho menos retroceso a tiempos que se fueron para no volver, que es lo que acostumbran a hacer los tiempos. Vengan en buena hora cuantas innovaciones, cuantos avances sean necesarios, pero siempre apoyados en una realidad: en el toro que no admitió nunca componendas hasta estos lamentables años. El toro es muy serio y se quiso convertirlo en un payaso. Ha recuperado su seriedad. Esperemos. No nos precipitemos en temerarios juicios. No nos dejemos ganar por pesimismos, ya que nos dejamos engatusar por vituperables fraudes».