llave de toriles

Compartimos con todos nuestros lectores y amigos una anécdota sobre la subasta de la llave de toriles, contada por don Antonio Díaz-Cañabate y publicada en la gran revista taurina El Ruedo. Dice así:

[Adif y Adif AV anuncian la creación de cerca de 6.200 plazas de empleo público hasta 2025]

«Todavía quedan muchos pueblos en los que antes de comenzar la fiesta de toros, en pleno ruedo, frente del balcón del Ayuntamiento, se subasta la llave de toriles; esto es, adquirir el derecho a actuar de torilero. No deja de tener su emoción el abrir la puerta del chiquero, sobre todo cuando el toro está inmediato a ella e irrumpe en la arena nada más ve un resquicio que él estima luz y camino de su libertad. En cambio, el improvisado torilero se siente humillado si con gran aparato, echándole un poquito de teatro al asunto, franquea el portón y lo único que sale es una rafaguilla de aire… “¿Y para esto me he gastado muy buenas pesetas?”, parece expresar su gesto desilusionado y mortificado.

Dichosamente, nuestra Fiesta conserva usos y costumbres que son puro símbolo; pero que son realce y complemento de ella. Hasta ahora, las nuevas modalidades que imperan en los toros respetan, en lo posible, estas pequeñas tradiciones, quizá porque están al margen de lo que ha evolucionado, que es, sustancialmente, la peligrosidad del toro. El despejo ya no es tal despejo. Ya no hay nada que despejar en el limpio y vacío ruedo. Sin embargo, la salida de los alguacilillos es indispensable. En los pueblos y en muchas Plazas no existen alguacilillos, y en su lugar hace el despejo un caballista de la localidad, casi siempre lamentablemente vestido y montado. No importa, el hombre cumple su misión y no se cambia por nadie al iniciar, encabezándolo, el paseo de cuadrillas. Mientras se cambia la seda por el percal -¡qué frase tan redonda esta!-, el gozoso caballero luce sus habilidades equinas, y caracoleando su jaca se acerca a la presidencia a demandar la llave de toriles, sombrero en mano. ¡momento supremo que el público esperacon la misma ansiedad que luego contempla las faenas de los diestros! ¿Caerá o no caerá en el sombrero? El detalle es nimio, pero muchos de los espectadores lo elevan a la categoría transcendental. EL presidente se prepara, y apunta como el jugador que ansía introducir el tejo en la abierta boca de la rana. Si lo consigue, si la llave se introduce en el forro del sombrero, una clamorosa ovación se escucha, y el contento se refleja en los rostros. Si no atina, a la general rechifla se une un ¡ah! de desencanto.

En cierto pueblo, de cuyo nombre no quiero acordarmen, presencié hace ya años algo insólito. Pedía la llave un pobre hombre, flacucho y desmedrado, vestido con una guayabera que le estaba muy ancha, y una faja enorme que le cubría todo el tórax, y unos pantalones de pana astrosos. Su cabalgadura corría parejas con su indumento. El sombrero ancho le estaba estrecho y se lo había encasquetado con berbequí, y sujetado con el barboquejo, que le aprisionaba el maxilar con caña. Dede lo alto del tablado donde estaba encaramado, un hombretón le enseña una piedra tamaña y le grita:

-¡Si no coges la llave, te atizo un cantazo que te eslomo!

-Todos los años la he “cogio”- contestó el cuitado caballista, mirándole muy jaque y muy poseido.

-Tú verás, porque yo afino la puntería y te doy en “too” lo alto del cocorote.

La llave no cayó en el sombrero, y no había terminado de posarse en la arena, cuando la piedra rebotó en la cabeza del caballista y este se derrumbó de la silla, y allá quedó conmocionado, mientras la gente ovacionaba al del cantazo, que saludaba muy ufano de su hazaña.

Parece ser que el más célebre de los torileros, Carlos Albarrán, “El Buñolero”, que ejerció su menester larguísimo en la Plaza de Madrid -murió de noventa años-, era todo un artista en el menester de coger la llave de manos del alguacilillo sin que este detuviera su caballo. El gesto, que aún perdura, de asirla con la montera, me parece un delicado homenaje tributado al toro, que espera el momento de demostrar su arrogancia, belleza y fiereza.

La llave del toril es la llave de la corrida. Si abre el paso de un toro, la Fiesta será esa sucesión de incidencias apasionantes que conmueven y alegran hasta el paroxismo. Si rompe un animalito sin presencia ni pujanza, entonces no merece la pena todo ese rito de la llave, traída y llevada como un objeto precioso.

Esa subasta a que me he referido antes es también pleitesía rendida a la impresionante majestad del toro. Se puja un honor. El de actuar de cancerbero de un muy noble animal.

No es capricho de la multitud el que la llave del toril vaya desde la presidencia a lo hondo de un sombrero, volando, engalanadas con cintas de gayos colorinas. Y el hecho de la desilusión que causa el verla por tierra, como un tofeo caído, es consecuencia de la importancia que e pueblo conocede al toro. La llave del toril es preciado símbolo de lo que representa la Fiesta».