aficionados

Siempre me ha gustado escuchar a los buenos aficionados, porque de ellos se aprende. Y hoy os traigo un diálogo de aficionados al salir de la Plaza, publicado en la revista El Ruedo en mayo de 1951 y firmado por Antonio Díaz-Cañabate. Dice así:

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«Calle de Alcalá arriba, despacito, marchan dos buenos aficionados. Pasará su edad de los sesenta, y no se han pasado un solo domingo, desde que tienen uso de razón, sin ir a los toros. Pocos de estos quedan ya, y por eso se los presento a ustedes. Y por eso también les dejo hablar sin mezclarme para nada en su conversación. La tarde es la del jueves de la Ascensión, 3 de mayo. Hace casi frío.

-¿Qué nos darán el domingo?

-Pues ya te lo puedes suponer. Mejicano al canto. Novillos del tío Picardías y dos novilleros más de esos sin esperanzas.

-¡Qué cartelitos, Dios mío! ¡Y en pleno mes de mayo! Pero estos señores de las Empresas, ¿no se dan cuenta de que en cuanto un cartel tiene un poquito de interés la Plaza se les llena, o poco menos?

-Hombre, yo creo que nadie tira piedras sobre su tejado. Cuando no los confeccionan será porque no pueden.

-¿Y por qué?

-¡Qué pregunta, Marcelo! Lo sabes de sobra. Tú y yo hemos vivido una época del toreo, no vamos a decir ahora si mejor o peor que la presente. Hemos vivido los últimos coletazos del romanticismo en el toreo. Se acabó el romanticismo, y estamos de lleno en la era comercial. En los toros ha entrado la administración.

-Antes también los toreros se administraban.

-También. Pero de otra forma, ya te digo, románticamente. Antes un torero toreaba o no en Madrid, o en Sevillo, o en Bilbao, por razones puramente taurinas, no esencialmente administrativas, como ahora. Era el toreo una profesión como otra cualquiera. Requería primero un aprendizaje que hoy no existe, y luego el torero iba poco a poco ascendiendo hasta el punto que se lo permitían los toros, su valor y su arte. Hoy, bien lo sabes, de la noche a la mañana, porque sí, por un azar afortunado mantenido por una más o menos hábil administración, un torero empieza a ganar cantidades fabulosas. Y todo está basado en esto, no en su arte y su valor, que es lo que hay que administrar con cuentagotas, porque es muy cortito y muy frágil y cualquier tropiezo puede dar en tierra con todo el tinglado. Por esto huyen de las Plazas y de las corridas de verdadera responsabilidad y aceptan solo las indispensables para mantener la propaganda. A Madrid vienen a dar el golpe con todo bien preparadito, y en cuando lo dan, si pueden, salen corriendo a explotar el filón. Y esto lo hacen lo mismo el encumbrado que el que va camino de ello, e incluso el que corta una oreja porque sonó la flauta por casualidad. Esto, y nada más que esto, es la causa de que, salvo unas cuantas, poquitas, corridas al año, veamos casi todos los domingos y fiestas de guardar espectáculos sin el menor interés.

-Tienes razón. Y yo me pregunto: ¿Y por qué venimos, sabiendo que no nos vamos a divertir?

-Por el gusanillo de la afición, al que no podemos matar con unas copas de aguardiente, como al del amanecer. Porque ni tú ni yo nos podemos pasar una tarde de toros sin ir a ellos, aunque toree “El Enagüillas Chico”.

-Sí, pero ya lo has visto. Hoy la entrada era menos que mediana. Tienes razón en lo que has dicho; pero, a pesar de ello, creo que la Empresa podría presentarnos carteles con más alicientes.

-Desengáñate. No esos alicientes, sino los alicientitos no quieren esponer su serie de derechazos y tente tieso a que el público acabe por aburrirse de ellos.

-Eso no. El público es jamón serrano. Acuérdate de nuestros tiempos. Hoy lo aplauden todo. Hoy se contentan con cualquier cosa. Hoy el público de Madrid es uno de los más benévolos de España.

-Conformes de toda conformidad. Con todo y con eso. El público es jamón todo lo serrano que tú quieras, pero los toreros son tocino…

-¿Cómo tocino?

-A ver si me entiendes. Quiero decir que no son jamón, que no tienen confianza en sí mismos. Están acostumbrados nada más que a que a unos cuantos pases -porque el torero de capa pasó a la historia-, y en cuanto sale un toro que no se los deja dar, no saben ni estar en el ruedo. ¿No los has visto hoy? ¿No los has visto siempre, comprendidos los primeros los de más campanillas administrativas? Pues, entones, ¿de qué te extrañas? Conténtate con ver carteles que te ilusionen ocho o diez días en la temporada. ¿O es que te vas a hacer a tus años del Atlético?

-¡No me fastidies!

-No te fastidio. Paiencia, mientras el gusanillo de la afición nos roa las entrañas».

Este es el diálogo de aficionados de un día de mayo de 1951, ¿qué opinarían estos dos aficionados hoy día?, ¿qué opinas tú querido lector?