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Hace unos siete meses, y a la vista del panorama político que había en España, escribí un artículo titulado “Unos buenos troncos son los que nos hacen falta”. Me refería esencialmente a lo pernicioso que puede resultar que, en una formación política (el tronco social) que viene funcionando bien, por razones no bien explicadas, pero casi siempre por ambición de unos pocos, se produzcan grietas lo que se traduce en un debilitamiento del mismo, sin que el nuevo grupo obtenga los resultados previstos.

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Es más, las personas recién separadas -conociendo las debilidades del tronco, porque todos tenemos algo negativo- se convierten en unos desleales con sus antiguos compañeros, produciendo lo que yo llamaba “gomosis política”.

En España hemos visto que, desde que se aprobó la Constitución de 1978, ha habido una relativa calma política mientras gobernaban, alternativamente, los dos grandes partidos. La cuestión se ha ido empeorando a medida que esos troncos políticos se han debilitado por la aparición de formaciones de uno u otro signo que han dado al traste con esa tolerable situación.

En los últimos tiempos estamos comprobando cómo ha sido un verdadero fiasco la aparición de unas formaciones políticas que creían que se iban a “comer el mundo” pero no han aportado nada bueno a nuestra convivencia y están a punto de desaparecer, como ya lo hicieran anteriormente otras. Porque, como dice el refrán, “muchas manos en un plato, pronto tocan a rebato”.

Y como nunca es tarde para enderezar los entuertos, esperemos que los españoles nos demos cuenta de que mientras menos interlocutores haya, las posibilidades de acuerdo serán más factibles y menos onerosas.