metástasis

Siempre nos hemos preguntado cómo fue posible el nazismo en la Europa de entreguerras, cuando entonces se aseveraba con naturalidad que Alemania era el pueblo más culto del mundo. Dando por sentado que alguien culto, no sea capaz de cometer tropelías, que ya es suponer, nos hemos pasado un siglo, al menos en España, dándole vueltas a tamaña ecuación. Todo fluía por sus derroteros más historicistas, cuando sin apenas darnos cuenta, se instaló en nuestro país un nazionalismo de la peor catadura. Ingenuamente deudores de un chovinismo trasnochado como expiación de nuestros pecados del pasado, decidimos con inconsciente alegría, que nuestros nazionalismos eran lo más de lo más, que no se podía ser más moderno que un nazionalista vasco o un nazionalista catalán. Estos últimos eran el no va más. Más moderno era imposible ser.

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Ha tenido que pasar más de media centuria de entretenimiento, opulenta prestidigitación, mentiras, robos manifiestos y destrucción transmitida vía satélite, para que los paletos que atendemos por el gentilicio de españoles, hayamos caído en la cuenta del desastre que tenemos por convecinos. Y eso, siendo grave, no es lo peor, lo peligroso es que el resto de compatriotas, nos hemos dejado contagiar y vamos al pairo por unos derroteros que no avistan ninguna ensenada tranquila.

Han aguantado con solvencia una mentira estrepitosa, los vascos encima, con el estigma de colaboracionistas de un grupo mafioso pasado por el barniz de patriotas oprimidos; entre soflama y soflama, casi mil muertos. Y ahí están, tan panchos. No está nada mal. Hay que reconocerles su desparpajo y capacidad extorsionadora. Eso es ser moderno.

El caso catalán adquiere proporciones de estulticia suicida, que los tratados de psiquiatría deberán tratar en el futuro con el rigor que la causa merece.

Todo esto habría sido de todo punto imposible, sin la colaboración de la tercera pata del banco hispano: la izquierda española. Por mucho que investigo, no encuentro en ningún lugar del mundo un ramalazo similar, ni siquiera por aproximación, de que un grupo ideológico renuncie motu proprio a su patria, a su nación, a su pasado, a su presente y a su futuro.

No sé dónde nace el desafuero, pero ciertamente requiere otro estudio en profundidad.

Y en estas estamos, cuando nos hemos visto inundados por las decadencias vasca y catalana y en todo el país se ha desparramado el sectarismo, la violencia, la censura, el insulto al que piensa o intenta pensar y la muerte civil del osado que alza la voz.

Los que otrora eran los más ilustrados de la clase, los que alternaban con la crema de la intelectualidad europea, los que vendían su hecho diferencial a precio de oro, hoy revelado como un ramalazo cateto sin más, hoy, aquellos que nos vendieron la burra de su cosmopolitismo, aquellos que decían huir de la caspa y la boina, aquellos, no son más que exportadores de odio, sinrazón y vagan cual marqueses decadentes, y siguen con indiscutible éxito, sableando al resto de españoles. Todo ello, con la bendición de la izquierda más retrógrada del orbe, más inculta, más cainita y más decrépita.

Si abrimos un poco la mano, descubriremos con decepción que no sólo en la política se cuecen estas habas, si vamos a la derecha socialdemócrata, al deporte, al cine, la universidad, a los premios literarios y allí donde cueza la menor canonjía, los españoles seguimos, inasequibles al desaliento, bailándoles el agua a esas aves de rapiña con aires de perdonavidas.

Queda claro por tanto que, si queremos despiojarnos, deberemos prescindir de la autodenominada progresía a la mayor brevedad, el ejemplo de Madrid debe extenderse por todo el país, para zafarnos cuanto antes de un absurdo secular.

La castiza metafísica madrileña de “Ayuso sí, PP no”, va a tener que ser desbrozada con tiento, para evitarnos un Rajoy 2.0. Al nuevo genovés, por cierto, ya lo están peinando en Davos.

*Un artículo de Bienvenido Picazo