Rocío Carrasco

La progresía mediática y política se ha apresurado en tropel a ponerse de parte de una mujer que ha sufrido uno de los dolores más profundos que puede padecer una persona: la pérdida física -o simbólica- de sus hijos. Consumimos impulsivamente estos programas de televisión porque nos llegan a la psique más profunda de nuestro ser. Porque en los contenidos de Telecinco subyacen los grandes temas de la tragedia griega pasados por el tamiz ordinario y cutre que caracteriza la contemporaneidad. El hombre infiel, la madre abandonada, la traición familiar…  todos estos argumentos ya formaban parte de las obras que se representaban en la Atenas del siglo V a. de Cristo. Esa es una de las razones por la que nos llega tan a dentro esta bazofia televisiva, porque quienes la crean están representando las eternas historias que inquietan a la condición humana.

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Mediaset ha venido a poner en bandeja al gobierno socialista de Pedro Sánchez la divulgación masiva de uno de los principales temas de la agenda 2030, la ideología de género. Difundir los grandes asuntos del credo globalista por medio de la televisión más populachera es el mejor de los sueños de cualquier gobernante. Prácticamente se les está haciendo el trabajo solo.

Sin embargo, nadie ha reparado en una cuestión, políticamente incorrecta para toda la izquierda libertaria y biempensante. El pecado original de esta niña fue, sencillamente, no hacer caso de los sabios consejos de sus padres. Roció Carrasco cuando decidió huir con Antonio David dejo a la Jurado llorando de rodillas en el suelo y estuvo meses sin dirigir la palabra a Pedro Carrasco. Escuchar a sus progenitores, curtidos por la experiencia, podría haber evitado una vida entera de sufrimiento y desasosiego.

Sin embargo, se han vertido cientos de opiniones, se han sacado decenas de conclusiones sobre esta tragedia contemporánea, pero nadie ha salido a defender la autoridad de los padres. Nadie va a salir a la opinión pública a defender que los hijos deberían seguir más a menudo las recomendaciones de sus progenitores y que, las consecuencias de sus rebeldías, pueden pagarlas el resto de sus vidas. Esta conclusión, esta moraleja no le interesa al poder; recordemos las declaraciones de la Ministra Celaá defendiendo la titularidad estatal de nuestros vástagos. Todo lo que huela a vínculo verdadero, a institución tradicional, a familia -en definitiva-  está absolutamente vetado para la afectividad moderna.

Los hijos somos el bien más preciado que puedan tener nuestros padres por encima de cualquier otra cosa. En esta época frívola e inconsistente nadie se atreve a defender una máxima que lleva funcionando desde que el hombre es hombre. Los padres son las personas que más quieren, que más velan y que mejor pueden aconsejar y ayudar a sus descendientes. Escuchar sus sabias indicaciones, en los momentos clave de nuestra vida, puede evitarnos una infeliz existencia de infortunio y sufrimiento. Esa es la moraleja oculta que ningún progre va ha destacar en esta oscura y terrible parábola de Rociíto.

*Un artículo de David Pasarin-Gegunde (@davidpasarin)