Compartimos una nueva anécdota de toros. Esta vez sobre el maestro Curro Cúchares y un aceite maravilloso. Dice así esta historia que nos hace llegar un habitual lector de El Diestro:
«Allá por los clásicos tiempos del célebre Curro Cúchares, la fiesta nacional estaba en todo su apogeo, y a cada momento de entre la gente de afición surgía insensiblemente un torerazo, cuya personalidad se revelaba a veces más grande que la del antiguo maestro de la tauromaquia.
Es el caso, que en virtud de las fiestas que se iban a celebrar en el pueblo, los mozos de aquel lugar trataron de organizar y disponer con tal motivo una novillada, donde pudiesen lucirse y demostrar su vergüenza torera los más versados en las lides taurófilas.
Reunidos varios de estos, acordaron llevar a cabo la corrida, en la que oficiasen de matadores los jóvenes Baltasar Palomino “El Merluzo” y Apolinar Tranzaco “El Cabra”, ambos muy conocidos del pueblo por sus hazañas y su acreditado valor personal.
Llegado que fue el día de la víspera de la corrida y una vez ultimados ya todos los preparativos de la fiesta taurina que iba a tener lugar, el más arrojado de todos, el valiente que hacía de primer espada, “El Merluzo”, decidió antes de salir a la plaza consultar al gran Curro Cúchares (consultas que entonces eran muy frecuentes) con objeto de que le diese las instrucciones convenientes para que pudiese salir con el mayor lucimiento posible. Al efecto se fue a visitar al maestro, que residía entonces cerca del lugar de la fiesta, y habló con él en estos términos:
-Señor Curro, ¿usted sabe que es lo que puede hacer un hombre que tiene su novia en la plaza, para poder torear con lucimiento sin que corra el peligro de ser cogido por la fiera?
A lo cual contestó el antiguo matador:
-Hombre sí, tener mucho arte, muchísima vista y algunos pues; con eso basta.
-Y diga usted, maestro. Y si un hombre tiene mucha jundama y ninguna de las cosas buenas que usted dice, ¿qué puede hacer?
-Pues mire, le dijo Curro Cúchares, yo sé un procedimiento muy sencillo y fácil de usar. Tengo yo un aceite maravilloso que puede servirle para el caso. No hay más que aplicarse por todo el cuerpo una buena untura de este líquido preparado ya, una vez colocado delante de un bicho cualquiera, este le huele, da un bufío y al punto escapa sin tocarle a usted un pelo de la ropa.
El infeliz Merluzo, satisfechísimo del maravilloso procedimiento de Cúchares, tomó un frasquito del poderado líquido de manos del maestro, y saludando a este con verdadera efusióny alegría abandonó su casa, dirigiéndose camino del pueblo, seguro del buen éxito que tendría en la plaza delante de la que él más quería en el mundo.
No había andado la mitad del camino, cuando de dúbito le asltó una idea que le hizo echar pies atrás, dirigiéndose otra vez a ver al maestro Curro Cúchares, a quien extrañó la vuelta de afamado torero, que traía el semblante descompuesto, y le dijo de este modo:
-Señor Cúchares, dígame usted, ¿y en el caso de la fiera tuviese resfriado y no pudiese oler la untura?
-¡Camará -exclamó Curro-, entonces irá usted a dar con sus huesos al palco de su novia!».
Lo que desconocemos es cuál fue el resultado del festejo…