””ĆNETE A EL DIESTRO!! COLABORA DESDE PATREON!!
OPOSICIĆN AL GOBIERNO DE PEDRO SĆNCHEZ
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Desgraciadamente los espaƱoles sufrimos durante unos eternos veinte aƱos a un Rey que se llamó Fernando VII. Un personaje histórico al que detesto profundamente por sus actos como gobernante y como persona,y por ello obviarĆ© epĆtetos (no se si podrĆ© contenerme a lo largo del relato). Lo mejor que hizo durante su reinado fue morirse con 48 aƱos y en avanzado estado de decrepitud, librĆ”ndonos de su augusta persona para siempre.
Eso si, nos dejó un bonito regalo de despedida: Isabel II (digna hija de… su padre) que traĆa bajo el brazo, no un pan como suele decirse, sino la I Guerra Carlista. Pero eso ya es otra historia.
SĆrvanos de consuelo que las primeras que tuvieron la desgracia de sufrir a este personaje, fueron sus esposas. Y hasta en esto fue nefasto, porque dio āque hacerā nada menos que a
cuatro. Pobres mĆas. Como āpor sus obras los conocerĆ©isā, relatarĆ© sus historias.
Con 18 lo casan con una prima hermana suya: Maria Antonia de NĆ”poles, de su misma edad y debidamente informada por su aya de ātodo lo que conllevabaā el matrimonio, cosa que no habĆan hecho con Ć©l.
Ya en la alcoba nupcial, la chica se despoja de la ropa tal y como la habĆan instruido. Fernando, al verla se abalanza sobre los pechos y agarrĆ”ndolos firmemente se dedica a darles fuertes chupetones o mamazos durante el tiempo que le pareció bien. DespuĆ©s de ello se levantó de la cama y de dedicó a terminar de bordar un par zapatillas (que
era su pasatiempo favorito) sentado en una butaca.
Maria Antonia escribe a su madre contĆ”ndole la ānochecitaā, y en su respuesta (āMi hija estĆ” desesperada. Fernando es enteramente memo; ni siquiera un marido fĆsico, y por aƱadidura un latoso, que no hace nada y no sale de su cuartoā) le confirma algo que a estas alturas ya debĆa de saber: se habĆa casado con un imbĆ©cil. Y era cierto, pero lo que Dios no le dio en neuronas (quizĆ”s para que no dijeran que no estaba āsuficientemente dotadoā) se lo dio en otrasāvirtudesā, y asĆ deberĆa haber pasado a la historia como āEl
Rey Elefanteā.Y no precisamente porque tuviera grandes orejas como ese animal, sino mĆ”s bien por el parecido de otra parte de su cuerpo con la trompa de un paquidermo.
En el tema de las zapatillas estuvo hasta que alguien le fue a Carlos IV con el cuento… seis meses despuĆ©s, por lo que su padre tuvo que darle unas cuantas lecciones (aunque su madre era mĆ”s āexpertaā en esas lides). Cuando descubrió el asunto de la coyunda, aquello fue una explosión, que dice el feo refrĆ”n que āa todos los tontos le da por lo mismoā. Maria Antonia solo querĆa cumplir con sus deberes conyugales y sin saberlo āhabĆa despertado a la bestiaā que Fernando llevaba dentro y entre las piernas.
Durante durante cuatro aƱos tuvo que soportar a Godoy, a la horripilante Reina MarĆa Luisa y ademĆ”s a su rijoso marido que la acosaba a todas horas para āfacer el cumplimientoā (se
quejaba por carta a su madre). AsĆ que, asqueada murió de tuberculosis a los 22 aƱos, sin que de todo aquel āajetreoā no āsalieran en claroā mas que dos abortos.
Y asĆ se quedó āel niƱo sin jugueteā.Y durante diez largos aƱos,durante los cuales semejante āprodigio de la naturalezaā tuvo que saciar sus necesidades sexuales de diversas
maneras: sus agentes (el tal Chamorro y el Duque de Alagón) peinaban Madrid en busca de alcahuetas que tuvieran pupilas con virgos en venta para llevarlas a Palacio o lo acompaƱaban por todos los prostĆbulos de la ciudad (donde era conocido como HĆ©rcules). SolĆan terminar la noche en una casa de la calle del Ave MarĆa, donde ejercĆa PepaāLa MalagueƱaā, donde Fernando retaba a los clientes a āmedirseā conĀ Ć©l ;y no en el sentido del tĆ©rmino relativo a la esgrima; lo que era causa de admiración y del apodo de āEl Ariete del Reinoā.
Para intentar acabar con estas aficiones que ya duraban ocho aƱos le buscan nueva esposa, esta vez prueban con una sobrina e hija del Rey de Portugal, MarĆa Isabel de Braganza. De paso aprovechan para casar al hermano de Fernando (Carlos MarĆa Isidro) con MarĆa Francisca, la hermana de la novia.
La chica no era una belleza (los madrileƱos se mofaban del rey con la coplilla: āFea, pobre y portuguesa,Ā”chĆŗpate esa!ā), pero a sus 19 aƱos era una mujer culta y amante del arte, quedando deslumbrada por las reales colecciones de pinturas. Por ello decidió recopilarlas en un solo espacio, lo que serĆa despuĆ©s el Museo del Prado (que se inauguró un aƱo despuĆ©s de su muerte).
Fernando le cogió afición pues la seƱora solĆa esperarlo vestida como las furcias de Madrid (con dos claveles en el pelo, signo identificativo del oficio por entonces) porque eso āle
ponĆaā,tanto que al aƱo dio a luz…pero una niƱa (incapacitadas para reinar por la Ley SĆ”lica). La esposa quedó decepcionada y aĆŗn mĆ”s el Rey, de modo que la dejaron casi abandonada en manos de la servidumbre que tampoco le hacĆan mucho caso; quizĆ”s por ello el angelito se fue al Cielo a los cuatro meses.
El rey, diligente en las cuestiones procreativas volvió a la carga de nuevo (con su ariete) de
tal forma que la reina estaba de nuevo encinta a los pocos meses, siendo āfrecuentadaā
su marido con mayor asiduidad (se ve que eso tambiĆ©n āle ponĆaā). Por las causas que fueren el embarazo no fue bien y en el momento del parto la cosa se complicó y el grupo de egregios doctores sugirió dejar morir a la madre para salvar al hijo mediante una cesĆ”rea.
En un momento de aquel difĆcil parto la reina sufrió un sĆncope y perdió la consciencia. Los ilustres galenos no sabĆan distinguir a un vivo de un muerto (literalmente), y cuando le
abren el vientre la parturienta lanzó un grito de dolor que estremeció a la numerosa concurrencia. El āequipo mĆ©dico habitualā se queda perplejo, pero el Rey les ordena que sigan adelante con la carnicerĆa (atando a la parturienta a la cama, que no cesaba de gritar a cada golpe de cuchillo) y que salven a su vĆ”stago.
ImagĆnense el cuadro, debió ser espeluznante (la cama acabó convertida en una baƱera de sangre) al igual que su resultado: la madre y el retoƱo muertos. Y el rey chasqueado,pues en un solo acto se quedó sin vagina y sin heredero, pues lo que la gestante traĆa era una niƱa.
Se busca nueva consorte. Ahora le tocó a otra primita suya de 16 aƱos que vivĆa en un convento de monjas desde que quedó huĆ©rfana de madre a los tres meses, por lo que era casi una monjita mĆ”s.
Durante su viaje desde el monasterio a orillas del Elba hasta EspaƱa se esforzaron en enseƱarle el idioma, pero se olvidaron de explicarle ālo que le esperabaā.O mejor
dicho cuando intentaban hacerlo la niƱa se tapaba los oĆdos y se deshacĆa entre
jaculatorias y santiguaciones; a pesar de que en las cartas su esposo le escribĆa cosas como āpichoncito mioā o āestoy decidido a hacer contigo el mariceoā.
Y asĆ llegó la noche del āmariceoā. Todo lo relatado lo cuenta el escritor Próspero de Merimeee a su amigo el poeta Sthendal de Ć©sta manera:
ā⦠SegĆŗn la dama por quien sĆ© la historia, su miembro viril es fino
como una barra de lacre en la base, y tan gordo como el puƱo en su extremidad;
ademƔs, tan largo como un taco de billar. Es, por aƱadidura, el rijoso mƔs
grosero y desvergonzado de su reino. Ante esta horrible vista, la Reina creyó
desvanecerse, y fue mucho peor cuando comenzó a toquetearla sin miramientos. La
Reina se escapa de la cama y corre por la habitación dando grandes gritos. El
Rey la persigue; pero, como ella era joven y Ɣgil, y el Rey es gordo, pesado y
gotoso, el Monarca se caĆa de narices, tropezaba con los suelos. En resumen, el
Rey encontró ese juego muy tonto y montó en espantosa cólera. Llama, pregunta
por su cuƱada y por la camarera mayor, y las trata de P y de B con una elocuencia
muy propia de él, y por último les ordena que preparen a la Reina, dejÔndoles
un cuarto de hora para ese negocio. Luego, se pasea, en camisa y zapatillas,
por una galerĆa fumĆ”ndose un cigarro. No sĆ© quĆ© demonios dijeron esas mujeres a
la Reina; lo cierto es que le metieron tanto miedo que su digestión se vio
perturbada. Cuando volvió el Rey y quiso reanudar la conversación en el punto
en que la habĆa dejado, ya no encontró resistencia; pero, a su primer esfuerzo
para abrir una puerta, abrióse con toda naturalidad la de al lado y manchó las
sƔbanas con un color muy distinto al que se espera despuƩs de una noche de
bodasā.
Lo que se nos dice, expresado en un lenguaje mĆ”s prosaico es que despuĆ©s de la persecución a la que fue sometida por el rey gritando en espaƱol tabernario respondiendo a los gritos de la chica en perfecto alemĆ”n (que el rey no entendĆa) y de los āoportunos consejosā de sus camareras, cuando el rey intentó penetrarla, la reina literalmente āse le cagó encimaā, (sirva, por grĆ”fica la vulgar expresión) como una paloma (āpichoncito mioā…).
Fernando montó en cólera y no volvió a ver a su esposa en una semana. Aprovechó el tiempo para dictar una carta al Papa Pio VII (llena de groserĆas y palabrotas segĆŗn su estilo:Ā”O yo jodo de una vez con esa pazguata o que el Santo Padre anule mi matrimonio!) pidiĆ©ndole que anulara el matrimonio por falta de consumación. El pontĆfice debió de enviarle una carta personal a la esposa explicĆ”ndole que a los niƱos no los traĆa la cigüeƱa, sino que habĆa que āhacerlosā mediante ciertas prĆ”cticas y que dentro del matrimonio no eran pecado mortal. Y que para demostrarlo el rey rezarĆa un rosario antes de entrar en la alcoba nupcial.
A pesar de ello el rey volvió a sus furcias y debió de rezar poco rosarios, pues estuvieron diez aƱos casados y no hubo embarazo. La reina se dedicó a escribir poesĆas de contenido polĆtico (le tocó vivir el periodo liberal) con tĆtulos tan sugerentes como āMuera
la Constituciónā y siguió siendo muy tĆmida y beata hasta que unas fiebres se
la llevaron con 26 aƱos en 1829.
Y en 1829 Fernando tiene ya 45 aƱos y no tiene descendencia ni EspaƱa heredero al trono. El rey ha aprendido algo y cuando le van a buscar candidata sentencia: āNo mĆ”s rosarios ni versitos, coƱoā. Como las sobrinas le habĆan ido mejor que las primas ese mismo aƱo se casa con MarĆa Cristina de las Dos Sicilias,sobrina suya tambiĆ©n. Y ahora era el rey transido de amor era quien le escribĆa versos a su esposa: āCada vez que pienso en ti, mi corazón hace pĆ, pĆ, pĆā (y eran los mejores que compuso). Le llama cariƱosamente āsu pichonaā, despertĆ”ndome curiosidad la reiteración en el recurso al lenguaje columbófilo para dirigirse cariƱosamente a sus esposas.
Pero aquĆ llegó tarde. Fernando ya no es ni sombra del que era, agotado por todo tipo de excesos no le aguantó a la ardiente siciliana ni cuatro aƱos, ni mĆ”s de uno a la semana. Con lo que Ć©l habĆa sido,pero a pesar de todo āquien tuvo retuvoā y a los pocos meses MarĆa Cristina estaba embarazada, pero dio a luz a una niƱa (Isabel II) y el segundo embarazo tardó dos aƱos en llegar: otra niƱa (Luisa Fernanda).
Parece que a este āataque de fertilidadā contribuyó un artificio ideado por no se sabe quien y que consistĆa en una especie de cojĆn circular (como un ādonutā) a modo de tope para que introdujera por Ć©l el miembro y Ć©ste se alojara donde debĆa. DejarĆ© que lo cuente uno de sus mĆ©dicos:āsabedora doƱa Cristina de aquella circunstancia nada consoladora para los intereses del trono, discurrió, o mĆ”s bien le aconsejaron, que usara don Fernando una almohadilla perforada en el centro, de tres o cuatro centĆmetros de espesor, por cuyo orificio introducĆa el pene antes del coito y durante Ć©l; asĆ se hizo y alcanzaron sucesiónā.
El 29 de Septiembre de 1833 Fernando VII marchó camino del Panteón Real del Escorial sin un hijo varón. Era tal el grado de descomposición del cadÔver que el féretro hubo de ser soldado, para evitar el mal olor a la comitiva.
A los tres meses de la celebración (nunca mejor dicho) del entierro, Maria Cristina (ahora Reina Regente, pues Isabel II tiene solo tres aƱos) se casa en secreto con un apuesto Guardia de Corps de nombre Fernando MuƱoz (llamado por algunos āFernando VIIIā), al que parece ser que ya āconocĆaā (en el sentido bĆblico de la palabra) antes de la muerte de su esposo.
Con su nuevo esposo tuvo… ocho hijos, cinco ellos mientras fue Regente de EspaƱa y los tres Ćŗltimos durante su exilio en ParĆs (adonde la mandó Espartero).
Fernando VII debĆa revolverse en sus cenizas cada vez que la Reina parĆa y mĆ”s aĆŗn cuando eran varones, que fueron cinco. Los carlistas le cantaban una copla que decĆa: āClamaban los liberales que la reina no parĆa, y ha parido mĆ”s muƱoces que liberales habĆaā. Durante todo ese tiempo disimulaba los embarazos con ropas y āretirosā a La Granja, pero aquello fue un descaro manifiesto,tanto que la Condesa de Campo-Alange decĆa que āla reina estaba casada en secreto y embarazada en pĆŗblicoā.
Cosas que solo pasan aquĆ.