A las diez y cuarto de la noche del sábado 6 de septiembre de 1980, la banda terrorista ETA asesinaba de un disparo en la cabeza al capitán de la Policía Nacional BASILIO ALTUNA FERNÁNDEZ DE ARROYABE mientras presenciaba un baile en la plaza de la localidad alavesa de Erenchun, a doce kilómetros de la capital, en compañía de un grupo de familiares y amigos. El proyectil le atravesó la cabeza y le provocó la muerte en el acto. El autor del atentado aprovechó la confusión para huir en un automóvil que le esperaba en una de las calles del pueblo. El cadáver permaneció en el suelo durante dos horas hasta que el juez ordenó su levantamiento.
Según señalaron varios vecinos del pueblo, Basilio Altuna estaba amenazado desde hacía cuatro años, coincidiendo con su permanencia en Vitoria como teniente durante los sucesos de marzo de 1976, en los que perdieron la vida cinco trabajadores durante una huelga general por disparos de la Policía. ETA político-militar señaló este suceso como justificación del asesinato del capitán Altuna en una llamada telefónica hecha a medios de comunicación vascos en la que asumía la autoría del atentado. Además, la banda asesina acusaba a Altuna de participar en actividades ligadas a organizaciones ultraderechistas.
La viuda e hijos de la víctima remitieron a los medios de comunicación vascos una carta en la que emplazaban a los asesinos a que demostrasen que Basilio Altuna tuviese alguna responsabilidad en los hechos de marzo de 1976. En la carta, la familia del capitán asesinado subrayaba que ETA pm no escapaba a las contradicciones que paralizaban a la sociedad, y que la complejidad de los problemas actuales no podía resolverse en una película de buenos y malos. “Bien sabemos que nuestra verdad poco podrá hacer contra la gran mentira que lleva el sello de una organización tan prestigiada, pero no por ello vamos a callar”. Tras indicar que el servicio de información de ETA pm había contado con largos años para elaborar datos en torno a la figura del capitán Altuna –”aunque no se ha preocupado de hacerlo con objetividad”-, la familia reconocía que participó en las jornadas de febrero y marzo de 1976 en Vitoria, en los que resultaron muertos cinco trabajadores. Sin embargo, añadían que “una investigación clara y fiable demostraría (…) que su actuación estuvo dirigida en todo momento a evitar cualquier enfrentamiento”. “Hacer responsable a un teniente de aquel período negro es hacer gala de un simplismo que no podemos permitirnos”. La familia desmentía asimismo la acusación de que fuese organizador de las actividades de la extrema derecha, señalando que constituía una afrenta a su propia dignidad. “Emplazamos públicamente a ETA pm a que proporcione datos significativos de las supuestas actividades de nuestro padre, que, al parecer, eran tan bien conocidas. Estamos por una sociedad de personas libres y en plena capacidad de convivencia”. ETA, como no podría ser de otra forma, guardó silencio de forma cobarde, como siempre que ha asesinado y justificado después el asesinato con falsas acusaciones.
Dos días después, el 8 de septiembre, el cadáver del capitán Altuna fue inhumado en el cementerio de Santa Isabel, en Vitoria. El féretro fue conducido en un furgón fúnebre desde la capilla ardiente, instalada en el Gobierno Civil de Álava, hasta el cementerio, donde fue introducido en el panteón familiar en presencia de su viuda e hijos, así como de las autoridades militares y civiles que acudieron posteriormente al funeral celebrado una hora después en la catedral de Vitoria. Antes de que comenzase el acto religioso, que se desarrolló sin incidentes, uno de los hijos del fallecido pidió que se guardase silencio durante la ceremonia y una vez finalizada la misma. A la salida del templo, vigilado estrechamente por efectivos de la Policía Nacional, no se escuchó grito alguno ni se corearon consignas. En la ceremonia, a la que asistieron mil quinientas personas, estuvieron presentes el delegado del Gobierno en el País Vasco, el general Santamaría, los gobernadores civiles de Burgos y Álava; el alcalde de Vitoria, el nacionalista José Ángel Cuerda; el presidente de UCD del País Vasco, Jesús María Viana, y representantes del PSOE y Alianza Popular (AP).
El asesinato de Basilio Altuna ha quedado impune, como muchos de los cometidos por la rama político-militar de ETA. El 9 de febrero de 2006 Ángel Altuna Urcelay, hijo de Basilio, y José Ignacio Ustarán Muela, hijo de José Ignacio Ustarán Ramírez, asesinado también por ETA pm el 29 de septiembre de 1980, escribieron un artículo en el diario ABC sobre el proceso de reinserción de estos terroristas, que ha provocado que se paralizasen las investigaciones de procesos ya abiertos: “No se reabrieron los casos archivados ni se investigaron los asesinatos de ETA político-militar por aclarar (…) las víctimas del terrorismo de ETA político-militar vivieron una situación sobrevenida que se resume en una palabra: impunidad. (…) Los poderes del Estado avalaron esta salida y, a día de hoy, nadie de los beneficiados por aquellas medidas ha reconocido públicamente el daño realizado anteriormente”.
En agosto de ese mismo año, Ángel Altuna volvió sobre el tema en un artículo publicado en la revista de la Fundación Víctimas del Terrorismo, explicando cómo dos años después del asesinato de su padre la banda terrorista se escindió: “Unos decidieron su disolución sin entregar arma alguna -recuerda-, y otros decidieron continuar con la práctica del terror. Los que decidieron su disolución no se arrepintieron y no reconocieron daño alguno. Los poderes del Estado posibilitaron ‘una puerta de atrás’ para estas personas que habían delinquido. Tengo la certeza de que en aquel momento hubo dejación de funciones”. Y añadía: “Dos años después del asesinato de mi padre muchos de ellos se paseaban por las calles de mi ciudad y se les daba trabajo en instituciones públicas”. Altuna señalaba que, desde esas fechas, “ETA ha asesinado a más de quinientas personas”, y que la bienintencionada apreciación de que con la reintegración de esos individuos a la vida normal sin exigirles nada a cambio habría un “efecto contagio” en el resto de los etarras fracasó de forma traumática. “Se pide ahora generosidad pero se olvida que ya la hubo y volvieron a manchar sus manos de sangre”.
Basilio Altuna Fernández de Arroyabe, natural de Azua (Álava), tenía 57 años. Estaba casado con Ángela Urcelay y tenía cuatro hijos, tres hijos y una hija, el más pequeño de 10 años. El capitán Altuna estaba destinado en la compañía de la Reserva General de Miranda de Ebro, pero acudía todos los años a Erenchun, localidad de donde era natural su mujer, para pasar las fiestas. Anteriormente estuvo destinado en Leganés (Madrid). Ángel, uno de los hijos de Basilio, escribió en el libro Olvidados, de Iñaki Arteta y Alfonso Galletero: “Tener un hijo te lo cambia todo. Hace que la perspectiva de lo que es importante se modifique de forma radical. Desaparecen miedos antiguos que giraban en torno a ti y aparecen miedos nuevos […]. Lo que no tenía previsto en ese momento era que llegaría un día en el que esa personita a la que amo hasta el dolor me haría una pregunta difícil, muy difícil de contestar a una niña de cuatro años: ‘Papá, ¿cómo murió el abuelito?’. Escribo estas líneas con la intención de hacer constar que mi padre no murió en un accidente de tráfico, como parece que mucha gente aquí, en el País Vasco, quisiera creer. Escribo estas líneas para reivindicar la figura de nuestro padre, Basilio Altuna, para condenar su asesinato a manos de la banda terrorista ETA, para criticar el comportamiento de una sociedad que no supo responder al terror y para que mi hija, en un futuro no muy lejano, pueda encontrar respuesta a su pregunta. Mi padre, Basilio Altuna, fue asesinado la noche del 6 de septiembre de 1980 en Erenchun, un pueblecito cercano a Vitoria. Eran las fiestas del pueblo de mi madre y había acudido a celebrarlo con familiares y amigos. En un momento, y en el frontón donde se desarrollaba la verbena, un pistolero se acercó por detrás y le asestó un tiro en la nuca. Murió en el acto. Mi padre dejó mujer -Angelita- y cuatro hijos -yo soy el tercero de ellos-. Ahí empezó un proceso que aún no ha culminado por el que ser hijo de policía, en el País Vasco, ha tenido, tiene y tendrá un costo terrible. Pero el verdadero y trágico valor superior reside en la vida arrebatada de nuestro padre, Basilio. Yo tenía 17 años y me hice violentamente adulto aquella noche”.
Nuestro recuerdo, también, para Fernando Altuna, hijo de Basilio Altuna, que falleció el 15 de marzo de 2017. Queremos recordar a Fernando con el artículo que le dedicó Santiago González en el diario ‘El Mundo’: “La víctima 859”.
Se llamaba Fernando Altuna Urcelay y tenía 47 años. Contaba solo 10 el 6 de septiembres de 1980 en que ETA asesinó a su padre, el capitán de la Policía Nacional Basilio Altuna Fernández de Arroyabe en la localidad alavesa de Erentxun. Su vida no pudo llegar a ser normal desde aquel día; su estabilidad emocional veía sometida a fuertes altibajos hasta que ayer decidió ponerle punto final a todo. tenía una pareja estable, Ana, y un hijo de 13 años, Íñigo, a quien él llamaba ‘Altuna Txiki’, y al que adoraba.
En 2013 hizo una entrada dolorida, conmovedora y acusatoria en este blog:
A mi me han vencido… Yo se quiénes son mis enemigos. A quién no reconozco son a mis amigos. Atentamente
Fernando Altuna Urcelay
Hijo de Basilio Altuna Fernández de Arroyabe, asesinado por ETA pm (los buenos, los que mataban selectivamente, los que nunca fueron juzgados, con los que hubo IMPUNIDAD como la hay ahora, sólo que sin debate y de la que nadie, ni siquiera tú, Santi, quieres hablar).
Tiene razones para hablar así y durante bastante tiempo padecí el error de considerar que el final de ETA pm fue modélico, pero no siempre y no es cierto que no quiera hablar de ello. Entre mis defectos no está el de empecinarme en los errores contra la evidencia, ni el de negarme a rectificar. En este que señala Fernando Altuna recuerdo perfectamente el momento en que me caí del guindo: fue un domingo de julio de 2006.
En el verano de 2006 me llamó Jorge Martínez Reverte. Había recibido el encargo de Maite Pagaza de hacer un video que se llamó ‘Corazones de hielo’ y quería que yo participara en una reunión preparatoria, una especie de ‘brain storming’ sobre el asunto. Así quedamos en un domingo de julio en el hotel Ercilla de Bilbao, Maite, Jorge Martínez Reverte, Fernando Benzo, que era el gerente de la Fundación Víctimas del Terrorismo, un joven a quien yo no conocía, que era psicólogo de víctimas y que se llamaba Ángel Altuna Urcelay y yo mismo.
El padre de Ángel, el capitán de la Policía Nacional, Basilio Altuna, fue asesinado en la localidad alavesa de Erentxun el 6 de septiembre de 1980. Me impresionó mucho el relato de su hijo por su serenidad, su equilibrio y por la manera de contar una circunstancia fundamental del asesinato de su padre. “Cuando lo mataron”, dijo, “el Gobierno de UCD había empezado a negociar con Euskadiko Ezkerra la disolución de los polimilis. El asesinato de mi padre no fue investigado y sus asesinos siguen impunes.” La Aundiencia Nacional tardó 24 horas en cerrar el caso.
El relato era turbador para mí, porque yo había considerado en su día que la disolución de ETA Político-Militar había sido un proceso modélico. Lo era, desde luego, si lo comparamos con lo que hemos visto después, pero había tenido un coste en términos de impunidad que hoy las víctimas no soportarían.
Una semana después cenaba con unos amigos. Yo les conté lo que me había parecido una experiencia turbadora. Entonces, mi amiga Lola, hija del teniente coronel Carlos Díaz Arcocha, el primer jefe de la Policía Autonómica Vasca, dijo algo que yo ni sospechaba: “nosotros no sabemos quienes fueron los asesinos de mi padre”.
Díaz Arcocha fue asesinado el 7 de marzo de 1985, hace ahora 32 años. Tantos años después, nadie ha sido condenado por colocar bajo su coche la bomba lapa que acabó con su vida, nadie ha sido imputado por ello. Es casi imposible de entender que los mandos posteriores de la Ertzaintza, los Gobiernos vascos que se han sucedido desde entonces, no se hayan tomado el esclarecimiento del crimen como una cuestión de honor. Y de confianza para la Policía que mandaba.
Que el asesinato del jefe de la Policía permanezca impune para siempre es un mal asunto para esa Policía y para el Gobierno al que sirve. La Ertzaintza nunca podrá quitarse el estigma de haber dejado impune el asesinato de su jefe. Recordaba en mi columna el lunes el final de El Halcón Maltés. Al final, el detective Bogart/Spade detiene a la asesina de su socio. Ante la estupefacción de ella, que confiaba en la atracción que ejercía sobre él, le explica: “Estamos en el ramo de los detectives y cuando matan a tu socio es muy mala práctica dejar que el asesino se escape. Es malo en todos los sentidos. Es malo para todos los detectives del mundo”.
No puedo estar más de acuerdo. Pero ésta no ha sido nunca prioridad del nacionalismo gobernante. En la capilla ardiente instada en Arkaute se limitaron a cubrir el féretro con una ikurriña, desoyendo la petición hecha por la viuda de que estuvieran las dos banderas, porque su marido era y se sentía español y vasco.
Algo sí influyó en el PNV. Tras el asesinato de Díaz Arcocha, el nacionalismo vasco reconoce, mediante una declaración del Gobierno vasco la legitimidad de la acción policial en la persecución del terrorismo. Carlos Díaz Arcocha hacía el número 470 entre las víctimas de ETA cuando el PNV declaró legítima la lucha policial contra ETA.
Fue entonces ¡en 2006! cuando comprendí que aquel proceso estuvo lleno de trampas, de prevaricaciones judiciales y de periodistas que nos callamos para favorecer aquel proceso. Conocí un caso clamoroso cosas que deberíamos haber contado. Uno de los polimilis que se reinsertaron después contó que al volver del exilio y comparecer ante la Audiencia Nacional, el juez le preguntó (las palabras del juez son aproximadas, pero el sentido de las mismas, no):
-Diga si es cierto que usted, en compañía otros secuestró la noche de tal día al director del Banco Herrero en Oviedo , para que les abriera la sucursal, donde de hicieron con cien millones de pesetas.
-Sí, es cierto.
Entonces, el juez se volvió hacia el secretario y dijo: “Aquí, evidentemente, ha querido decir que no”. Aunque el llamado proceso de paz de Zapatero ha sido peor, porque ni siquiera ha conseguido la disolución de la banda terrorista, hubo prevaricación y jueces que mancharon las togas con el polvo del camino y periodistas que callamos como putas, ignorantes de que nuestra contribución a las buenas causas está en el cumplimiento del deber que nos impone nuestro oficio: contar la verdad. El resultado es siempre la impunidad y la injusticia, esa doble victimización de las personas asesinadas por el terrorismo y relegadas después al olvido: Ángela Urcelay y sus hijos no sabrán nunca quién mató a Basilio Altuna, al igual que los familiares de otras 325 víctimas mortales de ETA, el 38% del total.
Fernando creció y se hizo un hombre con la ausencia dolorosa de su padre. Militó en COVITE, en cuyos actos lo encontré varias veces, siempre con su actitud afable y bondadosa. Siempre acudía a actos relacionados con las víctimas del terrorismo. En noviembre de 2015 acudió a la Embajada de Francia en Madrid a expresar sus condolencias por los atentados islamistas en París. En la cola coincidió con el exjefe del Estado Mayor de la Defensa, Julio Rodríguez, el general de Podemos. Iba acompañado por su jefe político, el niño de la beca, Íñigo Errejón.
Fernando Altuna se acercó hasta el exjemad: “Mi general, mi general… Me presento. Soy Fernando Altuna, hijo de Basilio Altuna. A mi padre lo mató ETA político militar en 1980. ¿Por qué estos asesinados sí valen y los de Navarra no?”.
El exjemad ignoró su mano tendida y la pregunta. El niño de la beca reclamó ‘respeto’ al interpelante, pero este, con mucho respeto, preguntó: “¿Por qué apoyan las listas de los que no condenan el terrorismo en Navarra y están ahora aquí solidarizándose con las víctimas de París?”.
El jefe del Estado Mayor de los Ejércitos entre 2008 y 2011 se ha ofrecido como candidato a una fuerza política que ha pactado candidatura al Senado con la antigua Batasuna. ¿Qué pensaría el exjemad sobre los asesinatos de 103 militares, 203 guardias civiles y 183 policías nacionales, cuyos asesinatos no han sido condenados por sus flamantes socios navarros? Entre ellos había un almirante, dos vicealmirantes, tres tenientes generales, tres generales de División, cinco de Brigada y un general de la Guardia Civil, según mis datos y por citar solo a sus iguales en el escalafón. Qué vergüenza, ex general, qué será para usted el honor corporativo. O el honor a secas.
Con Fernando ha desaparecido un hombre bueno cuyo sentido de la justicia y la verdad estaban tan arraigados que no pudo soportar su carencia y la impunidad. Él es la última víctima de ETA, la que hace el número 859. Descansa en paz amigo.