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El señorito satisfecho, que podemos advertir a lo largo y ancho de La rebelión de las masas de Ortega y Gasset, es el heredero que se comporta meramente como tal. Se trata de aquel que -siendo esta herencia la civilización en que vivimos, con sus comodidades, seguridad y numerosas ventajas- asume lo que se encuentra ya hecho como si de origen natural se tratase y se comporta como si tuviese plenos derechos sobre ello, aun siendo conocedor de haberlo adquirido sin esfuerzo alguno por su parte. Este tipo de persona, que Ortega también gusta denominar peyorativamente como hombre-masa, es el mayor peligro para la continuidad y subsistencia de cualquier civilización. Pues bien, siendo el hombre-masa aquel que hoy abunda en derredor – ciudadano común, sin aspiraciones altivas, que carece de conocimientos y, a pesar de ello, opina y critica todo lo que no converja con sus ideas- nos encontramos sumidos en un pozo sin fondo que ahoga con el paso del tiempo nuestras esperanzas de salir adelante como nación. Imaginemos, pues, al hombre-masa en coalición con el señorito satisfecho -ambos ya descritos y desenmascarados como la desastrosa lacra que son para el pueblo español y mundial-. ¿Asusta, no es cierto? Pues en esta situación nos encontramos hoy.

España, al igual que el resto de Europa y gran parte de lo que conocemos por mundo, está inundada de este tipo de ciudadano que sin conocimientos, ni designio alguno por adquirirlos, opina sobre todo lo que acontece, maneja las calles a su antojo y adquiere un poder exuberante frente a las decisiones que el gobierno ha de tomar. Asimismo, este sujeto que, sin merecerlo, se ha encontrado con todo hecho, gozando de múltiples facilidades a la hora de desarrollar su día a día, y que no es capaz de ponerse metas que sobrepasen unas líneas rojas marcadas por su perezosa concepción del mundo, es el menos indicado para encomendar el futuro de nuestra patria. Por ello, me dispongo a lanzar un grito, cual toro bravo que en hostil tesitura emite su viril bramido, con la esperanza de ser oído, al menos, por algún que otro compatriota y éste comience a actuar por medio de un cambio radical en su estilo de vida.

Asimismo, y persistiendo en el contorno orteguiano, me gustaría hacer hincapié en un aspecto no menos importante al que se enfrentan las generaciones venideras: el sentido de nación y el amor a la patria. Pues bien, Ortega y Gasset concebía como nación a cualquier grupo de personas -por mayúsculo e inusitado que este fuere- cuyo orgullo por el pretérito común fuese palmario y en cuyos planes futuros existiese cierta concomitancia. Esto es, claramente, aquello de lo que carecemos hoy en España, pues no todos los habitantes de nuestro país son ufanos de nuestro grandioso pasado y la gran mayoría concibe soluciones muy dispares en lo que a su futuro respecta. Unamos ahora este acaecimiento con el del ya mencionado hombre-masa para esclarecer la peligrosa situación ante la cual nos encontramos. Pues bien, es de esperar que no nos avengamos en nada, que nuestras coincidencias no lleguen más allá de la lengua en que hablamos -a veces ni siquiera así sucede-, cuando la amplia mayoría de españoles son el perfecto estereotipo de hombre-masa. Esto nos lleva ineludiblemente -disculpen el pesimismo alarmista de mis palabras, mas no cabe otra postura que adoptar dada la vertiginosidad de las circunstancias- al fin de nuestra existencia, pues al carecer de los ya mencionados pilares fundamentales de toda nación -sincronía en un proyecto futuro y común aprecio a un pasado compartido- se pierde toda esperanza de avanzar hacia un mañana prometedor y somos conducidos a trepidante retroceso, cual decadencia del imperio romano antaño. Porque, cuando un país pierde sus raíces; cuando su pasado, aquello que ha suscitado el propio ser vigente del mismo, es rechazado e, inclusive, repudiado por gran parte de su población y su futuro se diluye en horizontal heterogeneidad, éste se encuentra en un carruaje que -aunque lleno de agraciadas jaeces- galopa hacia el acantilado pensando que en él se encuentra la vida -¿o tal vez ese tan aclamado “progreso”?-, sin darse cuenta de que aquello que verdaderamente le espera es la muerte.

Quizá ha llegado el momento -y retomando mi llamado a la actuación individual concluyo- de mirar en nuestro interior y hacer crecer desde esta recóndita perspectiva este tan amado país. Mas para alcanzar tan arduo propósito, es menester el surgimiento de una lucha constante en cada uno de nosotros ante la cual no debemos sucumbir bajo circunstancia alguna. Leamos, escribamos, recemos, tertuliemos, escuchemos… No tengamos miedo a inquirir la verdad, pues encontrarla -a pesar del arduo camino que su búsqueda conlleva- nos dará la mayor satisfacción alcanzable en este mundo imperfecto y anómalo, concediéndonos esa libertad que tanto ansiamos y convirtiéndonos, así, en fortaleza infranqueable frente a un Estado que nos quiere alienados y “obedientes”.

*Un artículo de Enrique López

1 Comentario

  1. Nadie lo va a hacer por nosotros,tenemos que luchar por nuestros derechos y libertades que nos han sido secuestrados por este infecto gobierno,no podemos consentir que esta inmundicia llena de malicia decida nuestra forma de vida,tienen que sonar las cacerolas en toda España,no pueden quedar sin sonar en ningún lugar, se tienen que escuchar en todo Galapagar,en la Navata más fuerte,en el domicilio del Pedo Sánchez,en el de Marlaska y en toda España sin parar llevar la bandera y cantar viva España,fuera alimañas.

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