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Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. San Mateo 7:24

En una ocasión preguntaron a Ronald Reagan que libro se llevaría a una isla desierta, el respondió: la Biblia, porque es el único libro más actual que cualquier periódico diario

Recientemente, a raíz de la crisis sanitaria provocada por el coronavirus, ha sido perentorio cambiar nuestros hábitos de vida y no ha quedado excluida la fe.

Para los que consideran a la Iglesia como sustancialmente un edificio, una institución o un conjunto de ritos y ceremonias la situación actual ha debido ser (de hecho lo ha sido) traumática y desconcertante. Un cambio radical. Los fundamentos de su fe, de su supuesta comunión con la divinidad, se han venido abajo de un momento a otro y no podía ser de otro modo.

Para muchos, ha desatado la ansiedad que encubrían bajo su capa religiosa, su conciencia cauterizada no ha encontrado la manera de seguir anestesiando su realidad espiritual, asimismo otros han descubierto que realmente no tenían fe y eso les ha asustado.

La ausencia, de lo que a ojos de muchos “creyentes” parece algo fundamental se ha visto que las circunstancias han determinado que no lo sea y que busquemos a Dios de otra manera.

Las únicas herramientas que para ello, nos ha dejado el Sumo Hacedor han sido dos: la Palabra y la oración.

Sin embargo este panorama, esa isla desierta espiritual (¿y humana?) que estamos viviendo ha producido como decíamos una reacción negativa (ansiedad, tristeza, incomprensión ante la caída de lo que consideran fundamental…) y una reacción positiva viendo esto como una gran oportunidad que la Providencia nos brinda para o bien convertirse o entablar una más profunda relación con el Señor.

No digo con esto, que no sea lógico desear la participación de sacramento de la Santa Comunión (San Juan 6:53) o congregarse (Hebreos 10:25) pero eso debe ocurrir una vez que hayamos conocido a Cristo y tengamos una verdadera relación con Él.

Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren. San Juan 4:24

Quizá una de las cosas (de las muchas) que debamos aprender es que Aquél que nos creó no se le puede limitar a cuatro paredes de una Iglesia o monopolizar su actuación en las vidas de la gente.

Finalmente tras esta pandemia, aquellos que se dicen creyentes sabrán si edificaron  sobre roca o sobre arena.

Y los otros hombres que no fueron muertos con estas plagas, ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos, ni dejaron de adorar a los demonios, y a las imágenes de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales no pueden ver, ni oír, ni andar;  y no se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus hechicerías, ni de su fornicación, ni de sus hurtos. Ap 9:20-21