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Desde finales del Siglo XIX y siguientes, nos hemos acostumbrado a las idas y venidas de los gobiernos populistas como al continuo retorno de las estaciones. Igual que tras el gélido Invierno llega la agradable Primavera, así tras el hambre, la devastación y la muerte que nos traen los populistas, aparecen los rebrotes liberales, hasta que el Otoño de una joven generación embaucada por los embustes del populismo, nos devuelve a la gélida miseria.

A tanto alzado, podemos decir que llevamos en el susodicho bucle desde 1870, pero hay señales de que se puede salir. Existen países donde se ha probado con bastante éxito la vacunación por inoculación, eso sí, a un alto coste en vidas humanas, pero es esperanzador ver que hay sociedades  capaces de romper el hechizo y dejar de dar vueltas en círculo. En esta situación parece estar ya Alemania, que sufrió el horror del Socialismo nacionalista de Hitler y después, el aún más espantoso horror del Comunismo  estalinista en la RDA. Con Berlín dividido en dos por el Muro de la Vergüenza, donde la muerte acechaba a los que intentaban escapar, los alemanes se vacunaron contra el populismo. Allí los partidos políticos que sigan el ideario Nacional Socialista son ilegales y los extremistas no prosperan demasiado si no matizan su discurso. La tétrica mayoría Nazi en las elecciones de noviembre de 1932,  les ha alertado del peligro que supone acudir a las urnas ebrios de mantras populistas. La buena noticia es que de la droga se sale y la mala, el coste de hacerlo así. A los alemanes les costó una guerra devastadora, la división de su país, la ruina económica de la parte comunista (como siempre) y una Reunificación de pesadilla.

Dejando las cuestiones de la reconstrucción democrática a los políticos y mirando sólo desde el punto de vista de la marcha económica, el efecto que producen las idas y venidas del populismo es la imposibilidad real de seguir una senda de verdadero crecimiento sostenido. Los ciclos populismo-liberalismo-populismo lo que hacen, en realidad, es impedir la prosperidad real de las naciones. Si tras cada avance sufres un retroceso equivalente, no se pueden consolidar los logros obtenidos.

Uno de los factores que más influye en la repetición de este pernicioso ciclo, es la invención estrella del populismo. La sustitución de los sitemas de mutualidad que se utilizaron con éxito hasta los primeros años del Siglo XX, por la creación de “Lo público” que se consagró como un ideal pseudo religioso, dando lugar al término “Estado Providencia”. Esta idea es un simple espejismo, pero resulta muy atractiva para las masas, porque les promete un futuro cómodo, seguro  y de poco esfuerzo que luego, en la práctica, se desvanece con rapidez.

Pero lo interesante es analizar cómo se llega a esta gran estafa según la cual, un “macro Estado” donde todo es público, es la ansiada solución a todos los problemas. En realidad y aunque se puedan buscar muchas explicaciones, una de las razones del éxito populista es la total ignorancia en la que vive la mayor parte de la gente respecto a lo que es el dinero, para qué sirve y como funciona.

Es necesario tener en cuenta que, la mayoría de los votantes carecen de conocimientos siquiera básicos sobre el funcionamiento de la Economía en la que viven y sin embargo, con su voto van a decidir quién gestiona ese desconocido ámbito, tan crucial para sus vidas. Por eso, no es suficiente alertar frente al populismo, además es preciso explicar bien los motivos de dicha alerta. En este sentido, voy a tratar un asunto en el que la propaganda populista ha trabajado con singular eficacia, me voy a centrar en el dinero. Me gustaría hacer una encuesta con una sola pregunta ¿Qué cree usted que es el dinero? Estoy segura de que se obtendrían las más insospechadas respuestas. Si seguimos el discurso populista para responderla, tendríamos que decir que el dinero es el origen de todo mal, de toda desigualdad, de toda injusticia y la solución a todo ello, es hacerlo innecesario, de modo que el Estado providente otorgue equitativamente a cada uno lo necesario de forma gratuita, es decir, sin mediar precio. Es aquí donde radica la mayor falsedad del populismo.

Pero veamos de dónde sale ese terrible enemigo de los pobres, llamado dinero. Primero consideremos la visión de los votantes. En la imaginación colectiva, adoctrinada por los populismos varios y sus televisiones apesebradas, el dinero pertenece a la sociedad, el Estado lo fabrica, lo reparte entre los bancos y estos lo prestan en condiciones abusivas a los ciudadanos. Otra parte se lo entrega a los “malvados empresarios”, que lo distribuyen en miserables sueldos a sus trabajadores esclavos y por fin, otra parte se destina a la benéfica actividad pública para bienestar y beneficio de todos en el sostenimiento de “lo público”. Este esquema, tan infantil como surrealista y sobre todo falso, es el que está impulsando el voto populista hacia el poder y abocando a los países a la más absoluta ruina.

Si nos fijamos bien, lo que este bulo oculta cuidadosamente, porque desmonta todo el tinglado, es el concepto del precio. El dinero es simplemente una forma de representar el valor de los bienes en el mercado (otra palabra proscrita en el ideario chupi-populista)

La Humanidad, desde su primera organización social, se intercambiaba bienes y servicios por el sistema de trueque. Te arreglaban la techumbre de la choza a cambio de dos kilos de manzanas. Si el arreglo era complicado, había que añadir dos sacos de trigo. Si las techumbres se habían caído a docenas por el pedrisco, eran tres sacos en vez de dos y si no, con uno vas que chutas. Es decir, el precio lo fijaba la oferta y la demanda, como siempre. Con el tiempo, como acarrear tantos sacos resultaba una pesadez, se acordó que un recibo expedido por el pagador, equivalía al valor de los kilos de trigo correspondientes en el mercado y poco a poco, esta equivalencia se fue generalizando hasta llegar al “As” la moneda del Imperio Romano con valor universal. Pero siempre esa unidad de cuenta, representaba un precio fijado por la oferta y la demanda. El uso de la moneda como sistema de cambio, hizo ver a los financieros que esta, tenía además un valor intrínseco y aquí es donde la cosa se complica, porque el dinero deja de representar sacos de trigo y empieza a ser expresión del valor económico del Estado que la emite.

Mientras las monedas eran de oro y plata, esto no era tan evidente, ya que dichos metales tenían un valor propio, pero al aparecer el papel moneda, se empieza a perder la percepción de su verdadero sentido. Las naciones aumentan su población, los Estados se organizan y con el tiempo, adquieren el monopolio de la emisión del dinero y para controlarla aparecen los Bancos Nacionales.

Es decir, el dinero se convierte en la expresión de la riqueza total de un Estado que se fracciona en tantas unidades como billetes haya en circulación. Pero al mismo tiempo, sigue cumpliendo su vieja misión de representar los sacos de trigo a cambio del servicio de albañilería, no lo olvidemos. ¿Cómo se armonizan ambas cosas? Igual que siempre, por el cruce de oferta y demanda. Si tu Estado es rico y productivo, para representar el kilo de trigo, necesitas una moneda. Si está arruinado, necesitas 200 monedas. Cuando el Estado toma conciencia de esto, puede hacer dos cosas: intentar mejorar su sistema económico, permitir la inversión y fomentar el crecimiento, o bien imprimir  más billetes. Si opta por esta segunda solución de “darle a la impresora”, cuantos más billetes imprima, menos valor tendrán y por tanto, acabará emitiendo billetes falsos, porque no sirven para cumplir su función, es decir, pagar el verdadero precio de las cosas.

Señores populistas, por mucho que se empeñen en negarlo, la producción de bienes y servicios al ser difícíl y costosa, genera un precio y nunca podrá ser gratis. Siempre se exigirá una contra-prestación y esta se representará en unidades de cuenta cuyo valor fijará el mercado. Es inútil intentar crear una sociedad al margen de las fuerzas de la oferta y la demanda. Es imposible fabricar nada gratis y es vano el intento de suprmir el precio. La sociedad lo acaba pagando, más bien temprano que tarde, en vidas humanas.

 

*Un artículo de Almudena Gómez de Ceciilia (Analista financiero)