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Escribía en el diario El Sol, Ortega y Gasset en 1930, un artículo premonitorio en el que adelantaba la caída de Alfonso XIII con cinco meses de anticipación. La firma del prestigioso pensador vino acompañada de un demoledor epitafio. Delenda est Monarchia. No hace falta traducir el Latín. Ahora sus palabras vuelven a cobrar valor y sus reflexiones suenan en los balcones de esta España recluida por la pandemia.

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El Estado tradicional, es decir, la Monarquía, se ha ido formando un surtido de ideas sobre el modo de ser de los españoles. Piensa, por ejemplo, que moralmente pertenecen a la familia de los óvidos, que en política son gente mansurrona y lanar, que lo aguantan y lo sufren todo sin rechistar, que no tienen sentido de los deberes civiles, que son informales, que a las cuestiones de derecho y, en general, públicas, presentan una epidermis córnea.

Es verdad que lo que Ortega plasmó era una evidencia más que un deseo y que lo que nuestro país necesita en estos momentos es algo bien alejado de la pretendida Republica de los comunistas nostálgicos y de los nacional separatistas. O de todos a la vez. El propio Ortega se escandalizó de la deriva y del extremismo de una segunda Republica incontrolada. No digamos de una tercera. Eso lo digo yo.

Me confieso situado en el centro-derecha. Me gustan las tradiciones y la rica historia de nuestro país. Soy granadino y paseo con orgullo ante la Capilla Real, esa en la que reposan los restos de los Reyes Católicos. No entiendo una España desunida. Reconozco la labor del Rey Juan Carlos en la transición y en el 23 F,  pero me apena comprobar que hasta su propio hijo le ha condenado al no aceptar su legado. Ha llegado el momento de hacer algo. España es la fuerza de la Monarquía y nuestro país vale mucho más que un comunicado de prensa para intentar guardar la silla. Los españoles no se merecen esconder tras el Covid-19 este escándalo en la Jefatura del Estado.

No deja de ser paradójico que quien ha heredado de su padre la Corona, renuncie en el momento oportuno al resto de la herencia. Esta forma sutil de abdicación parcial es propia de la cuarta temporada de una serie de NETFLIX o de HBO y no de una Monarquía Democrática. Justo ahora, que el ejemplo y el compromiso resiste tras la puerta para proteger a nuestros padres, justo ahora, llega esta condena sin juicio previo al Rey Emérito. Debemos buscar soluciones que una reforma constitucional nos pueden traer.

La monarquía electiva es una forma de gobierno en la cual el monarca es elegido por votación a través de algún mecanismo de naturaleza variable. A diferencia de la democracia, los electores y los candidatos pertenecen a algún cuerpo restringido, por el cargo ocupado o la pertenencia algún tipo de condición personal. En la actualidad la propia Ciudad del Vaticano es una monarquía electiva reinante y vigente.

La gran historia democrática de Europa en Grecia y Roma tiene antecedentes que cargan de razón esta alternativa a la República. En la península Ibérica, la monarquía visigoda, siguió una trayectoria idéntica, no tuvo ocasión de asentar el principio de monarquía hereditaria, y en los primeros siglos de la Reconquista, los reinos cristianos que se crearon en las montañas septentrionales fueron construyendo sus propias instituciones. Los primeros reyes de Asturias, ni más ni menos, fueron electivos.

Puestos a elegir prefiero un Rey elegido que a un Rey heredado o a un Presidente de una República.  España será lo que quieran los españoles que sea. Nuestra Constitución permite una transformación de una Monarquía Parlamentaria a una Monarquía Parlamentaria y Democrática. El prestigio es bueno en todas las facetas de la vida pero en la alta política se hace imprescindible.

Con el problema separatista encima de la mesa, con un parlamento fraccionado en mil pedazos, con los extremismos llamando a la puerta y con un gobierno débil en manos de un Presidente perdido, sólo un Jefe del Estado completamente legitimado por las urnas puede reclamar orden y fijar una dirección a todos. El servicio a España se mide en cada momento. Quizás ha llegado el momento de levantar la mano pidiendo paso a una nueva dinastía, la democrática.

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